Pedro Gil Iturbides – Ley de lemas

Pedro Gil Iturbides – Ley de lemas

Miguel Amado, el embajador representante de la Unión Europea en el país pide transparencia en la Junta Central Electoral (JCE). Lo inquieta ese panorama incierto que asoma ante los dominicanos en el año de las elecciones presidenciales. Y recuerda que éstas deben ser justas, libres y democráticas. Pero no sólo el embajador Amado siente inquietud por cuanto avizora de los comicios. Importantes sectores de la opinión pública se preguntan si marchamos por el mejor camino, y si damos los pasos apropiados para concluir sin traumas el proceso electoral de este año.

A la incertidumbre prevaleciente se suma el proyecto que tiende a dispersar la oferta electoral bajo la llamada «ley de lemas». Como han pregonado algunos de los legisladores proponentes, el suyo no es un proyecto original.

Quienes leen los diarios con frecuencia o se enteran de otro modo sobre el acontecer mundial, están conscientes de este aserto. Pero esos lectores de periódicos saben además, que la ley de lemas es un subterfugio utilizado por políticos incompetentes, que no han podido captar el apoyo de las mayorías de sus electores.

Esto no lo confiesan los legisladores que han prohijado ese anteproyecto.

Decirlo sería tanto como admitir las limitaciones que adornan a quienes quieren cobijarse bajo este «cobertizo electoral». Porque para catapultar dirigentes impopulares, aferrados al poder por encima de la opinión mayoritaria del electorado, ha servido la «ley de lemas», allí donde se implantó. Y allí en donde ella rige, principalmente en hermanas naciones del sur del continente, no ha valido para su revocación, el griterío de una opinión pública que se siente burlada. El populismo, aferrado como lapa al poder, pasa por encima de toda consideración racional.

Este sofisma electoral tiende a resolver los problemas de impopularidad de muchos «líderes». Pero además, es un recurso extraordinario para superar divisiones y más que ello, intransigencias existentes en los partidos políticos. Empero, más que lo demás, es un escamoteo al sentir de las mayorías que desean exponer sus puntos de vista por vía de la emisión de sus votos, en comicios justos, libres y democráticos como pide el embajador Amado.

La ausencia de grandes pensamientos, de cabezas de ideas profundas, condujo a dirigentes partidistas de Argentina y de Uruguay hacia la concepción de este mamotreto electoral. No puede atribuirse su triunfo sino a la superficialidad y al anquilosamiento que reina en la mayor parte de las sociedades contemporáneas. Aquellas naciones hermanas del sur del continente, alejadas de los días en que criaron ilustres pensadores y estadistas que impulsaron su crecimiento, quedaron sujetas de la superficialidad.

Al parecer, vale admitirlo, es éste un padecimiento común a los pueblos de nuestros tiempos. Por eso se observan las mismas carencias entre nosotros. Y el triunfo y las glorias en las lides políticas quedan reservados a quienes, para permanecer en la palestra, necesitan imponerse a porfía. De ahí la ley de lemas.

No pido que se interrumpa el proceso constitucional que debe llevar esta argucia desde su actual estado de proyecto al elevado sitial de ley del Estado, aplicable en el país. Sería tanto como reclamar que se esfuercen nuestros «líderes» por ser tales. Que convenzan a nuestro electorado por sus programas y proyectos, y por sus ideas. Sería tanto como solicitar la improbable labor de recurrir a una elocuencia tan viva y ardorosa, que arrope de conceptos a un electorado hambriento de soluciones a sus problemas. Y esto sería tanto como pedir mangos al mamonero.

Al hablar de este proyecto, pues, no deseamos más que señalar que una ley como ésta esconde nuestra incapacidad para ganar en forma libre y sin ardides, las mayorías del electorado. No es más que un recurso de acorralamiento del voto emitido. Permite que se eluda al que percibe votaciones más altas para ofrecer la ganancia por contubernio. Es una treta para conquistar ajenas ganancias después que todo el que concurrió a urnas, expresó su voluntad política.

¿Hasta dónde constituye esta práctica una expresión de la democracia representativa? Esta es la pregunta que deben hacerse los proponentes de ese proyecto, antes de decirnos que ellos han copiado esta artimaña de otras naciones en donde se ha implantado. Si en realidad deseamos fortalecer el sistema democrático, tenemos que preguntarnos cuánto de aleccionador guarda una legislación que, por el contrario, enseña como virtud partidista, lo apropiado de la maña.

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