Pedro Henríquez Ureña ¿Entre primicias y olvidos?

Pedro Henríquez Ureña ¿Entre primicias y olvidos?

POR CHIQUI VICIOSO
País de contradicciones, la República Dominicana se enorgullece de ser la primera en todo.  Tenemos la primera ciudad del Nuevo Mundo;  la primera Catedral;  las primeras iglesias; la primera Universidad; las primeras calles; el Alcázar de Colón; la casa de su hermano Diego, Gobernador de la Hispaniola, y el  hoy Hostal  Nicolás de Ovando, primer y obseso constructor de ciudades de América.

Por nuestros lares anduvo Tirso de Molina y en nuestros hombres se inspiró para escribir su Don Juan Tenorio, como si anticipara al más famoso de los “amantes del mundo”, el dominicano Porfirio Rubirosa, quien acuñara para la lengua inglesa y española  el término “playboy”.

Desde nuestros púlpitos Montesino amonestó a los encomenderos españoles con el más célebre y recriminatorio sermón que se pronunciara en el Nuevo Mundo, y ni hablar del padre Bartolomé de las Casas, hoy reducida su memoria a un parque de estacionamiento del Ayuntamiento del Distrito Nacional.  Somos, como dije, primeros en todo, aunque en el tráfico y trata de personas  apenas hemos “logrado”, con cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados, ser el cuarto país víctima de este flagelo después de Brasil, Colombia, y Tailandia.

Estamos situados, además, entre Cuba y Puerto Rico, los dos extremos de un péndulo político de cuyo “equilibrio” pretendemos ser el centro.  Así, decimos, fuimos nosotros quienes libertamos a Cuba del colonialismo español  con el machete del Generalísimo Máximo Gómez.  Recuérdese que José Martí, ese maravilloso alucinado, murió al mes de iniciar su gesta libertadora, y fue el veterano dominicano  de la guerra de los diez años, quien condujo a los nativos cubanos  alzados contra España en el Grito de Baire a la victoria.  Y fue otro dominicano, el General Loynaz, de Puerto Plata, quien conmovido por la férrea fragilidad de José Martí, le entregó en Nueva York toda su fortuna para financiar la gesta libertadora; y  fue el negro dictador Ulises Hureaux (Lilis), quien permitió que Martí y Máximo Gómez zarpasen hacia Playitas desde la costa dominicana, argumentando: “España es mi esposa, pero Cuba es mi amante”.

Los restos de Eugenio Maria de Hostos aún están en Santo Domingo, proclamamos, porque el gran pensador y educador puertorriqueño así lo dispuso, “hasta que Puerto Rico sea libre e independiente”, y cada año el magisterio nacional rinde tributo a ese padre de la educación dominicana que, junto con Salome Ureña, la madre de Pedro Henríquez Ureña, creó los primeros institutos de formación de profesores, y en su andar pedagógico sentó las bases para la educación científica de la mujer caribeña y latinoamericana. De ese sabernos “los primeros” como dominicanos estaba imbuido Pedro Henríquez Ureña (un autor a quien me acercó el interés por su hermana Camila, la más completa de las intelectuales dominicanas), cuando viajó por primera vez a Nueva York en 1901 por los deseos de su padre Francisco Henríquez de que recibiera “la influencia de una civilización superior”.

Joven —según se auto describe en su epistolario íntimo con Alfonso Reyes (carta del 13 de agosto de 1914)— “neurasténico, irritable, pesimista de si propio” (1) el paso de Pedro Henríquez Ureña por los Estados Unidos constituye un excelente retrato y crónica de la vida intelectual y artística de ese país durante su tiempo de estadía en Norteamerica.

EL POETA PEDRO

Allí escribe sus poemas juveniles: “Flores de otoño” (1901), según su hermano y critico literario Max,  la primera muestra modernista de un poeta dominicano; “En la cumbre” (1902); “Mariposas negras” (1903); “Intima” (1904); “Música Moderna” (1904); “Frente a las Palisades del Hudson” (1904); “Ensueño” (1904); “Escorzos” (1904) y varios sonetos dedicados a cantantes líricas.

En 1905, coincidiendo con  la muerte de Máximo Gómez, llega don Pedro a Cuba, lo descubre y le escribe una entusiasta elegía, pero esta temprana vocación poética sería luego descartada en pro del ensayo, género que daría vuelo a sus afanes civilizadores y humanistas, convirtiéndole, junto con Alfonso Reyes,  en la máxima expresión del pensamiento americanista de su tiempo.

De Cuba pasa a México, donde inicia sus estudios de leyes, graduándose de abogado en 1931 y donde escribe los poemas “El pinar” (1907); “A un vencido” (1909); “A un poeta muerto” (1909), “Despertar” (1910) y “La Mariscala” (1911), último de sus poemas de juventud.

Paralelo a este temprano ejercicio poético, don Pedro fue desarrollando una intensa actividad periodística en prosa de alto nivel, critica teatral y bibliográfica, artículos, análisis políticos y sociales, donde da seguimiento a los movimientos literarios, teatrales y editoriales de España y América, publicando en 1905 su primer libro:  Ensayos Críticos, que completaría luego con Horas de Estudio (1910).

ALFONSO REYES

Es en ese periodo cuando conocerá a Alfonso Reyes, con quien compartió las tertulias de un círculo de estudios helénicos (una relación que constituye uno de los ejemplos más extraordinarios y hermosos de amistad literaria y personal entre dos hombres), y con quien inicia una correspondencia íntima que nos los representa como paradigmas contemporáneos de sabiduría integral.  Síntesis de sapiencia, especialismo y universalidad, ciencia y humanismo.

En 1914 don Pedro regresa a los Estados Unidos, donde se inscribe para su Doctorado en la Universidad de Minnessotta, y donde ejerció como “Lecturer” en el Departamento de Lenguas Romances.  Allí escribe su tesis sobre La versificación irregular en la poesía castellana, promovida como aporte fundamental a la lengua por la Revista de Filología Española de Madrid.  Esta segunda estadía en los Estados Unidos, que pudo significar su consolidación y fama como el gran pensador de América, terminó abruptamente con otra crisis del Panamericanismo Bolivariano, la invasión norteamericana a la República Dominicana en 1916 y la destitución de su padre Francisco como Presidente.  Tragedia “griega” para un apasionado de los estudios helénicos y autor de la tragedia El Nacimiento de Dionisos, uno de los textos menos conocidos en su reconocida trayectoria como poeta juvenil, ensayista, cronista y periodista de El Heraldo de Cuba y Las Novedades, y de diversas publicaciones dominicanas, entre ellas Letras y Ciencias,  El Ideal, Nuevas Páginas, Listín Diario, La Cuna de América, Blanco y Negro, y de Cuba:  Cuba Literaria.

LA ETAPA TRISTE

En 1921 retorna a México y de allí viaja a la Argentina para vivir lo que algunos han denominado como su etapa triste.  Dice Alfonso Reyes, en una carta a Genaro Estrada  fechada en 1929: 

Con las heridas de México sangrantes, y siempre  —en el fondo— acariciadas con amor sádico… (Pedro) no tiene entrada en estos periódicos (los argentinos), y aunque lo estiman los jóvenes más señalados de los nuevos grupos, los literatos militantes no lo conocen, o no lo quieren ni le dan sitio, por motivo de falta de afinidad física y espiritual…Todo lo que vale aquí (México) parece que queda sin objeto… (2)

Y,

A esto se debe que Pedro Henríquez Ureña (que lo ignora o no ha llegado a sacar conclusiones de lo que le pasa por natural bondad y  por odio a las cavilaciones) no hay logrado abrirse paso en la prensa, ni hay logrado siquiera eco para su último libro.(3)

Desde Estados Unidos, Cuba, México y Argentina, don Pedro escribe apasionantes crónicas literarias en múltiples publicaciones, entre ellas: El Heraldo de Cuba, Las Novedades, El Fígaro, The Forum, Inter-American, Revista de Indias, The Minnessotta Daily, The Minnessotta Magazín, Revista Universal, Revistas y Libros y La Unión Panamericana,  ambas de Madrid; La Prensa de Nueva York, Repertorio Americano de Costa Rica y El Heraldo de la Raza de México.

En Argentina enseña en las Facultades de Filosofía y Letras y de Humanidades y Ciencias de la Educación de La Plata, esta última una institución de ciclo medio, ya que el profesorado argentino no permitió que se integrara como profesor a tiempo completo en sus facultades.  Allí, jóvenes como Ernesto Sábato tuvieron el privilegio de tenerle como profesor  y luego testimoniar en Ediciones Culturales Argentinas, que:

A medida que pasan los años, ahora que la vida nos ha golpeado como es su norma, a medida que más advertimos nuestras propias debilidades e ignorancias, más se levanta el recuerdo de Pedro Henríquez Ureña, mas admiramos y añoramos aquel espíritu supremo. (4) 

Lamentablemente, don Pedro nunca escuchó este testimonio, ni el de otros de sus estudiantes, lo cual quizás hubiera evitado que se muriera aún joven, un 11 de mayo de 1946, y con un sentido tan apesadumbrado de su destino:

Ah, mi vida  también es otra.  La adolescencia entusiasta, exclusiva en el culto de lo intelectual, taciturna a veces por motivos internos, nunca exteriores, desapareció para dejar paso a la juventud trabajosa, afanada por vencer las presiones ambientes, los círculos de hierro que limitan a la aspiración ansiosa de espacio sin termino. (5) 

(…)

Y esta labor de mis horas de estudio…va hacia vos (ustedes), a la patria lejana y triste, triste como todos sus hijos, solitaria como ellos en la intimidad de sus dolores y de sus anhelos no comprendidos. (6)

Estaba yo releyendo el pensamiento de este compatriota humanista, preocupado fundamentalmente por los asuntos de esta América, aunque escribiera sobre literatura europea y universal, cuando concluí que la primera premisa de don Pedro Henríquez Ureña de ser primeros en todo, se estrelló contra los muros reales e imaginarios de una geografía mundial y americana donde, para empezar, nadie sabe si nos llamamos República Dominicana o Santo Domingo, y sólo alcanzamos los titulares de la prensa internacional cuando Sammy Sosa da un “jonrón”; Pedro Martínez “pichea” un juego ejemplar o Féliz Sánchez gana la presea de oro en las Olimpíadas; o cuando se ponen de moda el regatón y su “sá, sá”, el Cuco Rosario y su estilo de merenguear o las mulatas dominicanas, en una clara ¿victoria? de lo popular, campesino y proletario sobre la aparente futilidad del pensamiento de nuestras elites.

Ojala que esta  Onceava Feria del Libro, sirva, entre otras cosas, para que la gran masa del pueblo dominicano descubra a este inmenso compatriota que fue Don Pedro Henriquez Urena, lo adopte, lo celebre y, a partir de ese reconocimiento, lo promueva (por aquello de que las cosas de casa comienzan  en casa), porque nunca es tarde para el carino.

Notas bibliográficas

1. Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (1906-1946),  Tomo II, Universidad Nacional PHU,  Santo Domingo, 1981, pág. ¿?

2. “Carta de  Alfonso Reyes a Genaro Estrada  fechada en 1929” citada por  Bernardo Vega, “Los días tristes de Pedro Henríquez Ureña en Argentina”,   Listín Diario, 19 de octubre de 1994, pág. ¿?

3. Ibidem, pág. ¿?

4. Ernesto Sábato citado por Raúl Héctor Castagnino, Pedro Henríquez Ureña: humanista americano, Santo Domingo,  Comisión Organizadora Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1984, pág. 11.

5. Pedro Henríquez Ureña, “Carta a Leonor Feltz”, citado por Soledad Álvarez,  La Magna Patria de Pedro Henríquez Ureña,  colección Ensayo no. 3,  Santo Domingo,  Taller, 1981, pág. 26.

6. Ibidem.

Bibliografía

Álvarez, Soledad,  La Magna Patria de Pedro Henríquez Ureña,  Colección Ensayo no. 3,  Santo Domingo,  Taller, 1981.

Castagnino, Raúl Héctor, Pedro Henríquez Ureña: humanista americano, Santo Domingo,  Comisión Organizadora Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1984.

Henríquez Ureña, Pedro,  Temas dominicanos,  Santo Domingo, Comisión Organizadora  Feria Nacional del Libro, 1992.

Ideario de Pedro Henríquez Ureña,  Miguel Collado (compilador),  Santo Domingo, Comisión Permanente de la Feria del Libro, 2002.

Pedro Henríquez Ureña: antología,  2da. ed.,   selección, prólogo y notas de Max Henríquez Ureña,  Santo Domingo,  Feria Nacional del Libro, 1984. 

Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (1906-1946),  Tomo II, Universidad Nacional PHU,  Santo Domingo, 1981.

Vega, Bernardo,  “Los días tristes de Pedro Henríquez Ureña en Argentina”,  Listín Diario, 19 octubre de 1994.

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