Pedro Henriquez Ureña 
Un ilustre escritor, maestro,  filósofo, crítico literario y poeta

<STRONG>Pedro Henriquez Ureña</STRONG>  <BR>Un ilustre escritor, maestro,  filósofo, crítico literario y poeta

POR ÁNGELA PEÑA
Pedro Henríquez Ureña no tuvo ninguna relación de pleitesía y alabanza con el régimen de Trujillo aunque vino a ocupar la posición de Superintendente de Enseñanza, en 1931, y pese a tener una familia que, con excepción de su hermana Camila, estaba enteramente vinculada al trujillato «en virtud de montones de puestos que tenían tanto Max, su otro hermano, como sus hijos, o el propio don Federico, su tío, que después de la ruptura de 1933 fue reincorporado al aparato del Estado y nombrado diputado, primero, después rector de la Universidad». Es indudable que por esos vínculos Henríquez Ureña «tuvo una cierta delicadeza cuando opinaba sobre el régimen».

Andrés L. Mateo, quien es quizá el dominicano que con mayor devoción se ha dedicado a estudiar la obra del ilustre escritor, filósofo, maestro, filólogo, crítico literario, poeta, afirma que «si se analiza la totalidad de la vida de Henríquez Ureña se verá muy claramente que se mantuvo completamente al margen de las guerras políticas dominicanas y al final de sus días se declaró abiertamente enemigo del régimen». Al respecto remite a una entrevista que le hizo Pericles Franco días antes de su muerte en 1946.

Pronto saldrá a la luz un libro de  Mateo: «Por qué vino Pedro Henríquez Ureña a la República Dominicana en 1931» que contiene valiosa documentación sobre ese periodo en el que circunstancias adversas le obligaron a trabajar durante la tiranía. «Vivía una etapa muy difícil, de miseria, de restricciones de carácter económico, tenía una confrontación con Vasconcelos, que era Ministro de Educación, sufría ataques incluso personales. Era la época que residía en México, de 1920  a 1924, se acababa de casar, su mujer estaba embarazada de su primera hija. En esas condiciones va a Argentina e imparte Español y un poco de Historia de la Lengua en colegios secundarios de la Universidad».

Mateo Martínez describe la estancia de Henríquez Ureña en ese país, entonces gobernado por Hipólito Irigoyen, «muy liberal, y se siente bien, pero poco después cae el Irigoyenismo, toda la ilusión liberal va desapareciendo y él va sintiendo la presión de la situación argentina que se acompaña, además, de una presión de carácter universal», manifiesta. Comienza a indagar con Max la posibilidad de retornar a la República. El hermano, que de Superintendente de Enseñanza pasa a ser Canciller, le ofrece el puesto que abandona a Pedro quien, debido al atraso de las comunicaciones de entonces, según Andrés, desconocía «que Trujillo estaba en la cúspide de su apogeo, preparando todo el tinglado del gobierno absoluto que va a encarnar después, y se embarca con muchísimos ideales» hacia Santo Domingo. Llegó en diciembre de 1931.

Pero al año y pico, añade Mateo, pretextando una enfermedad del padre, que era Jefe de la Legación Dominicana en París, mandó a la familia y luego se marchó él  y desde París le envió la renuncia a Trujillo.  Algunos autores sostienen que «fue obligado a salir porque el dictador se había enamorado, o mejor dicho, deseaba apoderarse de su mujer, una verdadera belleza». En el régimen trujillista, continúa Mateo, «renunciar a un cargo era sin duda una provocación, porque Trujillo se cuidaba mucho de manejar la adhesión total de sus funcionarios  y la renuncia era prácticamente inconcebible, por lo tanto, el trujillismo reaccionó». En sus investigaciones de ese paso de Pedro Henríquez Ureña por la dictadura, Andrés L. Mateo encontró en la prensa ataques contra el ilustre educador, sobre todo de Ernesto Suncar, oponiéndose a propuestas del entonces Superintendente para introducir transformaciones a la educación dominicana, entre ellas, el Aula Mixta.

Andrés L. Mateo ha publicado tres libros sobre diferentes facetas de la personalidad de Pedro Henríquez Ureña. Es biógrafo, defensor,  analista de su obra. Su admiración por el trabajo del dominicano de mayor trascendencia internacional es patética. La charla se extiende explicando aportes, primacías, periplos, libros, estudios, formas de expresión dialectal de quien él define como «el filólogo por antonomasia de la cultura hispánica» y al que considera  poco estudiado por sus coterráneos, pese a la cantidad de libros publicados en torno al trabajo y la figura del humanista «de más alta y reconocida autoridad en todo el continente» Fue, para Mateo, una personalidad prácticamente inmaculada, aunque algunos han pretendido manchar su imagen ligándolo a la satrapía.

«Pedro Henríquez Ureña no tuvo nunca una actividad política definida, incluso, en la coyuntura de la revolución mexicana de 1910, que él estuvo muy vinculado a Alfonso Reyes y el padre de éste era un general opuesto a la dictadura de Porfirio Díaz, su participación política siempre fue muy delicada, sensata». En cuanto a su actuación en la llamada «Era de Trujillo», admite Mateo que «tiene el punto polémico del desempeño de sus funciones de 1931 a 1933». Pero, reitera, no se inclinó ni enalteció al tirano.

Algunos aportes

 Fue Pedro Henríquez Ureña, explica Andrés, quien dio fin a las discusiones sobre las características de la identidad latinoamericana, lo que se comprueba en su libro «Seis ensayos en busca de nuestra expresión». «La naturaleza, el origen del mundo americano estaba siempre vinculado al europeo, no sacaban a flote, nunca, la especificidad de la cultura hispanoamericana. Con ese libro, Henríquez Ureña terminó la discusión que abordó las distintas propuestas de estas corrientes del pensamiento hispanoamericano que intentaron definir la identidad del continente».

Es él, por otro lado, quien «asume la periodización en las corrientes literarias de la América Hispánica» y es, además, quien realiza el primer estudio del Barroco, por tanto, cuando estudiamos hoy día ese nivel de la periodización, el Barroco Americano, obviamente que aludimos a las categorías que Pedro Henríquez Ureña estableció en la literatura universal para el mundo americano. Quien da clases en cualesquiera de las universidades del Continente, e incluso en las europeas, asume las periodizaciones propuestas por Pedro Henríquez Ureña».

Refiere que es el eximio intelectual quien ofrece, también, las características del Romanticismo como movimiento literario en el mundo americano. «Va a haber una literatura indigenista que se corresponde con el Romanticismo. Pedro Henríquez Ureña lo establece».  Es imposible, acota, prescindir de Pedro Henríquez Ureña para el estudio de todo el proceso de periodización de la literatura hispanoamericana».

Añade que desde la primera infancia del consagrado educador, éste inicia los estudios del habla de mexicanos, estadounidenses, argentinos, dominicanos y otros, que dan como resultado su tesis sobre el andalucismo del español de América y sus estudios fundamentales en torno a las expresiones estróficas del español.  Mateo se expandió explicando, además, las aportaciones de Pedro Henríquez Ureña en la metrificación, presentadas en su tesis doctoral de Minnesota, las que describe como «modélicas», y revela que sobre Pedro Henríquez Ureña se han escrito en el mundo alrededor de siete mil 800 tesis doctorales y de grado.

Concluye: «la valoración sobre Pedro Henríquez Ureña es unánime en la República Dominicana, pero es poco lo que se ha dicho, porque mucha gente habla de los referentes paradigmáticos de una sociedad dando por sabidas muchas cosas que la gente no sabe». Falta situarlo, expresa, «en la realidad concreta de la historia del pensamiento americano y en la formulación real de sus propósitos».

Superación permanente

Destaca la austeridad con que vivió y significa que el mayor ejemplo del destacado intelectual es «la voluntad de superación permanente y su aspiración a la perfección. Muy pocos de los intelectuales hispanos que han ejercido el criterio son estilísticamente tan pulcros, tan bien dotados, manifestó. Comunicó que la enseñanza que deja como político «es la honestidad y la moralidad a toda prueba. Pedro Henríquez Ureña no vivió nunca, con excepción de ese periodo de 1931, de nada que no fuera sus cátedras universitarias, las publicaciones de sus libros. Se sustentaba enteramente en el discurso del saber».

Henríquez Ureña nació en Santo Domingo, el 29 de junio de 1884, hijo de Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña. En su acta de nacimiento y en la partida de bautismo dice que se llamaba Nicolás Federico. Desde 1901 comenzó a realizar viajes de estudio por New York, La Habana, México, París, Madrid, Buenos Aires.  Casó el 25 de mayo de 1923 con Isabel Lombardo Toledano, madre de sus hijas Natalia y Sofía.

Entre sus obras publicadas están Flores de Otoño, Mariposas, Horas de estudio, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, El primer libro de escritos americanos, Rubén Darío y el siglo XVI, El Español en México, El Español en Santo Domingo. Fue catedrático de universidades en Santo Domingo, Venezuela, México, Buenos Aires, Chile, Harvard.

El 11 de mayo de 1946 subió al tren en La Plata, según su costumbre, para volver a Buenos Aires, acomodó su portafolio en la red de equipajes, se sentó y quedó muerto.

La denominación de la calle Pedro Henríquez Ureña se produjo después de la caída de la tiranía, aunque el humanista fue exaltado por el trujillato a la hora de su muerte. Para 1955 la vía figura como Plinio Pina Chevalier. Nace en la  Doctor Delgado y muere en la avenida Abraham Lincoln.  Andrés L. Mateo considera que es una de las designaciones «más merecidas de nuestro país por el propio modelo que el homenajeado encarna en su vida, es un intelectual cuya acción cotidiana y reproducción de la vida material básicamente descansaba en la enseñanza. Siempre se dio de sí para afuera. Todo lo que él generó como riqueza a su alrededor, estaba centrado en la educación, en ninguna otra cosa».

Algunos aportes

Fue Pedro Henríquez Ureña, explica Andrés, quien dio fin a las discusiones sobre las características de la identidad latinoamericana, lo que se comprueba en su libro «Seis ensayos en busca de nuestra expresión». «La naturaleza, el origen del mundo americano estaba siempre vinculado al europeo, no sacaban a flote, nunca, la especificidad de la cultura hispanoamericana. Con ese libro, Henríquez Ureña terminó la discusión que abordó las distintas propuestas de estas corrientes del pensamiento hispanoamericano que intentaron definir la identidad del continente».

Es él, por otro lado, quien «asume la periodización en las corrientes literarias de la América Hispánica» y es, además, quien realiza el primer estudio del Barroco, por tanto, cuando estudiamos hoy día ese nivel de la periodización, el Barroco Americano, obviamente que aludimos a las categorías que Pedro Henríquez Ureña estableció en la literatura universal para el mundo americano. Quien da clases en cualesquiera de las universidades del Continente, e incluso en las europeas, asume las periodizaciones propuestas por Pedro Henríquez Ureña».

Refiere que es el eximio intelectual quien ofrece, también, las características del Romanticismo como movimiento literario en el mundo americano. «Va a haber una literatura indigenista que se corresponde con el Romanticismo. Pedro Henríquez Ureña lo establece».  Es imposible, acota, prescindir de Pedro Henríquez Ureña para el estudio de todo el proceso de periodización de la literatura hispanoamericana».

Añade que desde la primera infancia del consagrado educador, éste inicia los estudios del habla de mexicanos, estadounidenses, argentinos, dominicanos y otros, que dan como resultado su tesis sobre el andalucismo del español de América y sus estudios fundamentales en torno a las expresiones estróficas del español.  Mateo se expandió explicando, además, las aportaciones de Pedro Henríquez Ureña en la metrificación, presentadas en su tesis doctoral de Minnesota, las que describe como «modélicas», y revela que sobre Pedro Henríquez Ureña se han escrito en el mundo alrededor de siete mil 800 tesis doctorales y de grado.

Concluye: «la valoración sobre Pedro Henríquez Ureña es unánime en la República Dominicana, pero es poco lo que se ha dicho, porque mucha gente habla de los referentes paradigmáticos de una sociedad dando por sabidas muchas cosas que la gente no sabe». Falta situarlo, expresa, «en la realidad concreta de la historia del pensamiento americano y en la formulación real de sus propósitos».

Superación permanente

Destaca la austeridad con que vivió y significa que el mayor ejemplo del destacado intelectual es «la voluntad de superación permanente y su aspiración a la perfección. Muy pocos de los intelectuales hispanos que han ejercido el criterio son estilísticamente tan pulcros, tan bien dotados, manifestó. Comunicó que la enseñanza que deja como político «es la honestidad y la moralidad a toda prueba. Pedro Henríquez Ureña no vivió nunca, con excepción de ese periodo de 1931, de nada que no fuera sus cátedras universitarias, las publicaciones de sus libros. Se sustentaba enteramente en el discurso del saber». Henríquez Ureña nació en Santo Domingo, el 29 de junio de 1884, hijo de Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña. En su acta de nacimiento y en la partida de bautismo dice que se llamaba Nicolás Federico. Desde 1901 comenzó a realizar viajes de estudio por New York, La Habana, México, París, Madrid, Buenos Aires.  Casó el 25 de mayo de 1923 con Isabel Lombardo Toledano, madre de sus hijas Natalia y Sofía.

Entre sus obras publicadas están Flores de Otoño, Mariposas, Horas de estudio, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, El primer libro de escritos americanos, Rubén Darío y el siglo XVI, El Español en México, El Español en Santo Domingo. Fue catedrático de universidades en Santo Domingo, Venezuela, México, Buenos Aires, Chile, Harvard.

El 11 de mayo de 1946 subió al tren en La Plata, según su costumbre, para volver a Buenos Aires, acomodó su portafolio en la red de equipajes, se sentó y quedó muerto.

La denominación de la calle Pedro Henríquez Ureña se produjo después de la caída de la tiranía, aunque el humanista fue exaltado por el trujillato a la hora de su muerte. Para 1955 la vía figura como Plinio Pina Chevalier. Nace en la  Doctor Delgado y muere en la avenida Abraham Lincoln.  Andrés L. Mateo considera que es una de las designaciones «más merecidas de nuestro país por el propio modelo que el homenajeado encarna en su vida, es un intelectual cuya acción cotidiana y reproducción de la vida material básicamente descansaba en la enseñanza. Siempre se dio de sí para afuera. Todo lo que él generó como riqueza a su alrededor, estaba centrado en la educación, en ninguna otra cosa».

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