Pedro Julio Jiménez Rojas in memoriam

Pedro Julio Jiménez Rojas in memoriam

BIENVENIDO MONTILLA

Profesional con cultura envidiable, agu- da inteligencia, investigador acucioso

Producto de la primera hornada de ingenieros agrónomos de la República Dominicana, obviamente egresado de la UASD, tuvo la genuina idea de escribir en un libro las semblanzas más auténticas de cada uno de sus condiscípulos. En la obra que tituló “Solo mueren los que se olvidan”, registró magistralmente los datos curriculares, los rasgos físicos, los modales y hasta las manías de sus compañeros.

Pedro Julio fue un profesional con una cultura envidiable, una aguda inteligencia, lector pertinaz, investigador acucioso, poseedor de excelentes relaciones humanas, trotamundos, propietario de una memoria paquidérmica y políglota.

Alcanzó el más alto nivel académico, obteniendo el doctorado en fisiología vegetal en la Soborna. Profesor emérito de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de la Real, Pontificia, Primada y Autónoma Universidad de Santo Domingo.

Era invitado oficial a los anuales encuentros de todas las promociones de ingenieros agrónomos, para lo cual preparaba y dictaba una singular charla que deleitaba, perpetuándose en un agradable recuerdo.

Pedro Julio se mantuvo siempre brindando sus servicios en el Ministerio de Agricultura como asesor del ministro de turno.

El mejor homenaje que se puede ofrendar a su memoria es transcribir los párrafos finales del último artículo Post Scríptum de su libro supra indicado: “…Mis compañeros de Facultad deben admitir, que si ahora son mejores que antes se lo deben en exclusividad a sus consortes; que ellas siempre estarán presentes en las duras y las maduras; que los hijos les abandonarán pero jamás las esposas, y que al morir serán sepultados pero solamente sus mujeres los llevarán enterrados dentro de sí mismas. Después de leer algunas siluetas en las reuniones de la promoción, los colegas me preguntaban a menudo ¿y quién redactará tu perfil? Esto no me preocupa porque hay condiscípulos que tienen la formación y los arrestos suficientes para hacerlo, teniendo la esperanza en futuras ediciones de esta obra figurar en compañía de aquellos que compartimos aulas, campos y laboratorios desde 1962 al 1968.

Para finalizar deseo formularles una advertencia, una excusa y un reproche: la primera para señalarles que cincuenta años pueden cauterizar heridas pero no recuerdos; la segunda por haber recordado en sus siluetas cosas y hechos que tal vez querían olvidar, y por último la generalizada costumbre de identificarse como ingenieros, como si fuese demérito el título completo de su profesión”.

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