Pedro Mir
El poeta social esperado

Pedro Mir <BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2013/06/4E72AB6A-6031-427C-AB00-1A27EC7B4C90.jpeg?x25622 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=279><noscript><img
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Un día como hoy, hace un siglo, cuando todavía amaban las tierras comuneras, vio la luz en el oriente el poeta  esperado, el poeta social dominicano que rompería el silencio. Abrió sus ojos al mundo  en el mismo trayecto del sol naciente,  allá en Macorís del Mar, “pueblo pequeño y mío, hondo rincón de aguas perdido en el Caribe».

El 3 de junio de 1913, tres años antes de  llegar los invasores yankees, nació Pedro Julio Mir Valentín,   oriundo de un país donde “la tierra brota y se derrama y cruje como una vena rota”. País  inverosímil en el que decenios después, concluido el despojo,  el poeta vería a los campesinos sin tierra poblar las ciudades orilleando los ríos y cañadas, en una marginalidad donde

no tienen paz entre las pestañas

no tienen tierra no tienen tierra.

  Ante la realidad social dominicana de 2013, el poeta  volvería a repetir que en este país pródigo y productivo,    un campesino breve,

seco y agrio

muere y muerde

descalzo

su polvo derruido,

y la tierra no alcanza para su bronca muerte.

 ¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.

Pedro Mir tendría que reescribir la historia cantada con lírica musicalidad en su emblemático poema, para  decir que hay un país en el mundo que desnudó sus cuatro cordilleras cardinales, con   inmensas bahías   contaminadas, la tierra erosionada  y agotado un asombro de ríos verticales.

Un país donde diez  millones suman la vida, donde, sin  sonrojarse la ostentosa riqueza,  más de tres millones viven en ignominiosa pobreza. País doliente  donde “la brisa galopa con la muerte en la grupa” de una criminalidad que ensangrienta las noches y los días, que va  sembrando cadáveres como en la guerra.

 A orillas del Higüamo,  el amor enlazó a la joven puertorriqueña Vicenta Valentín y a Pedro Mir, mecánico industrial cubano que en 1910 llegó a San Pedro de Macorís como encargado de la factoría del ingenio Cristóbal Colón, cuna del poeta.  “Y así sucedió que se encontraron las dos Antillas aquí en Santo Domingo. Y yo vine a ser el perfecto antillano… de las tres grandes Antillas”.

La muerte lo arranca de los brazos maternos. “Mi madre murió cuando yo tenía tres años y eso creó un trauma en mí, toda la vida, inclusive hoy yo he seguido buscando a mi madre”, dirá en la adultez cuando la vida va dando dentelladas aquí y abriendo cicatrices allá, “y todo eso va conformando la visión del mundo”.

“Yo no la podré encontrar nunca, pero por dentro sigue la necesidad, aunque la razón sepa que es una necesidad inútil yo la he buscado en la mujeres que he amado, en los temas que he elegido para leer, en las ciudades he vivido…”.

Un niño solitario.  Con ojos agrandados de asombro el niño la buscaba desconsoladamente entre humaredas que ensuciaban el cielo, en cañaverales y  caminos hoyados por carretas reventadas de caña, entre sudorosos  boyeros y picadores descalzos y harapientos que se derretían al sol, alimentando su angustia.

“Cuando tenía como seis años… en la oscuridad llamé a mi madre con la seguridad de que me haría caso.  No contestó y sufrí una profunda decepción. La experiencia se convirtió en una angustia perpetua que nunca desapareció de mi alma”.

La madre no respondía a su clamor. Falleció en 1917, un año después de que el gobierno interventor norteamericano legalizara el despojo con la partición de las tierras comuneras, y consolidara  en sus manos  la industria azucarera, adueñándose de todo. Porque las mansas montañas de origen,  la caña, la yerba y el mimbre, los muelles y el agua y el liquen,

son del ingenio

y el camino y sus dos cicatrices

son del ingenio

y los pueblos pequeños y vírgenes

son del ingenio.

 Este niño sensible, que trajo al mundo “ojos para ver y oídos para oír el dolor desde muy temprano”, sintió acrecentarse la carga emocional con la angustia ocasionada por la explotación de hombres y bueyes, la persecución brutal de “gavilleros”, la pobreza obrera y campesina mientras en los años veinte bailaban “la danza de los millones”.

El dolor propio y ajeno, fermento de su poesía, se hizo incontenible y estallará en versos.

Antes que el sol levante

la loma baja un triunfo de esmeraldas,

un triunfo de sudores,…

la novela de un día por 18 centavos.

El adolescente, con pocos amigos y escasas diversiones, buscaba el rostro de la madre en las límpidas aguas del Higüamo que transitaba en yola para ir a la escuela en Macorís, en los mundos deslumbrantes de la colección Tesoro de la Juventud, en la enciclopedia donde conoció a Shakespeare y los inventos que veía relucir en el ingenio, al que llegó el cine, los primeros automóviles.

La literatura lo deslumbra desde los 17 años, compartía libros con amigos, leía con pasión a Rubén Darío, Herrera Reisig, Víctor Hugo, Joyce, Proust, Baudelaire y Rimbaud.

 “No tenía una vocación especial. Sucedió que los libros estaban ahí. Vivía en un ingenio, tenía pocos amigos, la mayor parte del tiempo la pasaba en la casa, y leer era mi entretención”. “Estaba solo… nunca aprendí a jugar pelota, ni a jugar embique, ni bolas”.

El joven veinteañero hacía vida social, atraían la elegancia de su atuendo, la corrección de sus modales, su destreza en el piano, que aprendió a tocar ponchando las teclas, descubriendo la estructura musical y un mundo fascinante.

Disfrutaba el ambiente cultural que enaltecía a los poetas, la presentación de artistas extranjeros en el Teatro Colón. “Por el 1925, venían compañías mexicanas, españolas, el tenor Lázaro, con fama mundial…, cantó en Macorís, porque había mucho dinero. Había una meta espiritual que favorecía la cultura”.

Sus versos tempranos, cuando aún no había aflorado la preocupación social que quemaba sus entrañas,  perseguían “La flor natural”,  premio de  uno de los concursos celebrados en su pueblo natal,   sembrado de “calieses” desde 1930. 

El poeta esperado.  Su vida se inclinó a la bohemia, piano, amor, tertulias… De repente, todo cambió. Un día, su compañero de estudios universitarios, José Rijo, lo sorprendió:

 __Llevé tu cuaderno de Cosmografía a Juan Bosch y vio sus versos. Dijo que tenías talento para la poesía, pero que por qué no dirigías tus ojos a tu patria.

Un aguijón. Escribió con frenesí y días después entregó a  Rijo tres poemas: Abulia, Catorce versos y A la carta que no ha de venir.

__ Llévale estos versos a tu amigo, a ver si eso es lo que él dice.

Tráeme el sabor ardiente de la tierra/ que se vierte en guarapo/ ¡Sangre de espalda en tormento/ Tráeme el sudor valiente de la loma/ que al pasar al trapiche/ después de torturarse pasa al dólar…

Bosch los publicó  en la página literaria del Listín Diario el  19 de diciembre de 1937, fecha inolvidable en que   nace como poeta. “Aquí está Pedro Mir. Empieza ahora, y ya se nota la métrica honda y atormentada en su verso. A mí, con toda sinceridad, me ha sorprendido. He pensado:  ¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?».

La premonitoria presentación lo intriga, estremece la conciencia social de este joven de 24 años. “Bosch me llenó de confusiones”. ¿Qué era un poeta social? ¿Por qué esperado?

Sin desvío.  Empieza ahora… puede torcerse y hasta apagarse, apuntó Bosch. Mas, no habrá desvío. La vida de Pedro Mir dio un vuelco para siempre. Desapareció el piano y lo absorbió la poesía, la poesía social que lo llevó a la justicia social y ésta al socialismo. 

Eran tiempos hostiles, crecía la opresión de la tiranía trujillista, y  libraba una batalla entre su supervivencia y la de su poesía, de su poesía social,  poesía comprometida con  su pueblo, soñando con un país “donde el día tiene su triunfo verdadero”, en el que 

irán los campesinos con asombro y apero

a cultivar

cantando

su franja propietaria.

LAS FRASES

Fabio Fiallo
Yo me echo hacia atrás para dejarle paso franco a este Pedro Mir que llega con su atrevido pendón de novedades en la mano y va hacia arriba con impulso irresistible de triunfador”.

Adrián Javier
Tenía el perfil de un  halcón y la desmemoriada estatura de un ciprés. Hablaba con música y pensaba por todos. Era un oidor y un gran cantor. Caminaba con la corrección del ritmo y gesticulaba con  la gracia del orador consumado. Su tema eran los márgenes. Escribía con un coraje bendecido. Era un ser integral, escogido por la Patria para cincelar la dignidad de la resistencia”.

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