Pedro Mir “Hay un país en el mundo”

Pedro Mir “Hay un país en el mundo”

Hay un país en el mundo es un monumento poético del parnaso de las letras dominicanas. Es un poema canónico de nuestro firmamento lírico, que se presta para leerse en alta voz, y en un coro de voces. Publicado en La Habana en 1949, es un emblema de la poesía social de la República Dominicana del siglo XX, y uno de los estandartes, que sacudió la conciencia social en la búsqueda de la libertad, la democracia y la justicia social en el país y Latinoamérica, durante la época de las dictaduras.

Esta obra se lee, a un tiempo, como un poema épico del exilio, cuyo ritmo y encabalgamientos devienen en sinfonía, pentagrama, canto, epifanía, invocación y elegía, que nos remiten a un cosmos epocal, teñido por la historia. La impronta técnica y expresiva de Whitman, Carl Sandburg, Rubén Darío y García Lorca, deja entrever sus aristas estéticas en el territorio de las páginas de este texto, bajo el ropaje de símiles, anáforas, eufonías, concatenaciones, estribillos, polisíndeton y pausas.
Historia y geografía, épica y autobiografía dialogan, en un concierto descriptivo y lírico, epifánico y celebratorio, donde la isla es evocada, no sin nostalgia, dolor y desarraigo, desde un yo poético panteísta. Este poemario encarna el ideal social y nacional por excelencia. Fue escrito desde la extraterritorialidad, en una época lastrada por el autoritarismo, el silencio y la palabra encadenada. Para los dominicanos, representa el ser nacional y la identidad, la vocación redentora y la utopía de una época histórica. Para los que se desvivieron en el exilio, entraña el ideal y la pena de los trasterrados.
Si bien la circunstancialidad lo transforma en tradición, no menos cierto es que conforma un momento capital de la poesía del siglo XX, y, a la vez, un referente literario, en la temática social de la poesía dominicana, como texto unitario. Épica social y canto a los humildes hombres del campo, este poema, de largo aliento, prefigura una peculiar sensibilidad, en la vertiente social de nuestras letras, que había inaugurado Federico Bermúdez, con su poemario Los humildes. Sin embargo, en Mir, esta temática adquiere una especial impronta, de factura política y denuncia social, que ha sobrevivido a los imperativos estéticos de la contemporaneidad letrada.
Hay un país en el mundo es poesía de la tierra y del espacio histórico: canto a la libertad, a la vida y a la paz. Grito de impotencia y ritual de la historia. Reclamo. Celebración de la riqueza y descubrimiento de la pobreza. País de azúcar y de alcohol; “país inverosímil, claro,liviano, frutal, fluvial, tórrido y material”. Poemario donde los campesinos –sus protagonistas–, fluctúan en un paisaje agreste, como un decorado imaginario –o un mural de la fantasía y el delirio–, de la enumeración y la descripción.
Poesía del dolor y del desamparo, erguida y armada, poesía «como arma cargada de futuro», dijo Gabriel Celaya. Proscrito durante décadas, pero cuyo canto brotó como ave fénix de las cenizas del exilio, su eco se escuchó, retumbó y reverberó por toda la geografía nacional: declamado, recitado y leído por legiones de poetas, lectores de a pie –o coreado por grupos de poesía. Canto social que hace retumbar las campanas del paraíso poético.Su marco histórico le permitió convertirse en el poema más popular, y su autor, en un poeta de culto, después de la destrujillización del país y durante el régimen doceañero de Balaguer.
Durante la hegemonía estética de la Generación poética de los Ochenta, este poema vivió cierto purgatorio, y Mir era visto con escepticismo por los jóvenes poetas de dicha década. La explicación tiene su corolario en el predominio de la “poética del pensar”, entronizada en el seno del taller literario César Vallejo, de la UASD, institución académica, paradójicamente, donde Mir enseñó, y sentó catedra de retórica y pedagogía –cuyas disertaciones eran vistas y oídas no solo por estudiantes, sino aun, por visitantes. Esto así por su elocuencia y cultura. Pero acontece que la poética ochentista vino a reñir con la poética del compromiso social sesentista. Además, la época había cambiado, y dado un giro sociológico, por tanto, la teoría del arte y la poesía también fue sometida a un tous de force.
Creador en la Facultad de Humanidades, de la Cátedra de Crítica e Historia del Arte, acaso Pedro Mir nos recuerda a esos catedráticos que despertaban el furor y el amor a la sabiduría, al provocar que, no pocos curiosos se asomaran por las persianas de las aulas donde enseñaba, solo para verlo y oírlo hablar. Con Mir quizás desaparece el aura del poeta de creación pura, del poeta sin escuela y sin aire académico, capaz de arengar con desenvoltura intelectual y cultivar el ensayo estético, histórico y político. Es decir, el poeta-profesor –categoría que tanto despreciaba Juan Ramón Jiménez. Pero no hay dudas de que Mir representa al poeta con conciencia estética del poema y de la historia, al poeta popular, de formación culta, que escribía para las masas y daba clases a los letrados.
Si bien vivió su mediodía –su auge y popularidad– durante los años posteriores a la caída del régimen de Trujillo, no menos cierto es que su impronta estética, se fue extinguiendo del gusto y la predilección estéticas de las generaciones que lo continuaron, tras la década de los ochenta. Hoy es un referente paradigmático de la poesía social y de su Generación –Los Independientes del 40–, se estudia en las universidades y en las escuelas, y su largo poema no se sigue leyendo como en los años 60 y 70, sino que se continúa estudiando como compromiso académico. Pero, como Rubén Darío y José Martí, ya no influye, ni causa furor, pues la época dio un giro en la sensibilidad y en el gusto estético. Es así un clásico del siglo XX, y como tal, se estudia en clases, y curiosamente, su lugar en los anales de la poesía dominicana lo ocupa por un gran poema. ¿La razón? Hay grandes poetas de un poema y hay otros de varios poemas. Quizás porque ha quedado por un solo poema, y porque su obra no posee la variedad temática de Manuel del Cabral, ni la vastedad lírica de Franklin Mieses Burgos, su legado poético ha sido confinado a la concepción, gestación y escritura de este espléndido poema, de una época en que se recitaba –cosa que ya no se practica. Y esto también ha hecho que se facilite para leerse en alta voz o declamarse; de ahí que haya perdido su magia y su valor propagandístico. Quizás si hubiese sido un poema de amor, su suerte habría sido otra, pues lo social cambia con el tiempo, es circunstancial:

Según se transforma el tiempo, así también cambian los gustos. En cambio, el amor no pasa: siempre está de moda. Los regímenes sociales y políticos sí pasan de moda, igual que las utopías del socialismo real. Hay un país en el mundo tuvo sentido ante una tiranía, pero frente a una democracia, es inocuo. Ya no es un instrumento de cambio social ni de concientización política, sino un artefacto verbal, digno de estudiarse en las aulas.

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