Pedro Mir revivido en fragmentos

Pedro Mir revivido en fragmentos

SERGIO SARITA VALDEZ
Vuelve a anotarse un tremendo golf la Fundación Corripio, Inc. Lo obtiene con la publicación del cuarto volumen de la colección de Premios Nacionales Dominicanos, bajo la dirección ejecutiva de Jacinto Gimbernard, teniendo como asesores al recordado amigo doctor Jorge Tena Reyes y al recio intelectual licenciado José Alcántara Almánzar. Nos referimos a la selección de poemas y prosas de don Pedro Mir, a quien Gimbernard hermosamente describe como: «maestro de la palabra, de la prosa, que maneja con admirable uso de las sonoridades y del ritmo, podríamos decir que con encanto musical».

Algo que al ciudadano ordinario le parece ser a todas luces una contradicción pudiera presentarse a los ojos del poeta como algo perfectamente natural, lógico y sencillo. Y es que las figuras metafóricas diseñadas por el arquitecto de los versos adquieren tan empalagante sabor, que provocan una sorpresiva caída del lector embelesado, semejante al desplome de la abeja emborrachada al chupar el néctar de su flor favorita.

La selección de temas para el libro no pudo ser más oportuna y certera. Ello lo decimos puesto que vivimos tiempos borrascosos, acompañados de densas neblinas que amenazan con ocultar nuestras raíces culturales, sobreponiendo imágenes importadas que tienden a empañar el siempre veraniego horizonte verde de la campiña criolla. El concepto de nación y de soberanía se estremece bajo los embistes de una total dependencia energética petrolera foránea, hasta ahora indispensable para mover diferentes ramas de la economía dominicana. A esto hay que agregarle el pesado fardo de la deuda externa acrecentada excesivamente durante el cuatrienio 2000-2004. De igual manera, las brisas del terror y de la guerra avivan las ansias de seguridad y de paz en la población universal.

Dejemos, sin embargo, que sea el poeta nacional quien reviva desde el sepulcro uno de sus históricos poemas: «Hay un país en el mundo/ donde un campesino breve, / seco y agrio/ muere y muerde descalzo/ su polvo derruido, / y la tierra no alcanza para su bronca muerte. ¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido. Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste, triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije: sencillamente triste y oprimido… Decid al viento los apellidos/ de los ladrones y las cavernas/ y abrid los ojos donde un desastre/ los campesinos no tienen tierra. / Los que la roban no tienen ángeles/ no tienen órbita entre las piernas/ no tienen sexo donde una patria/ los campesinos no tienen tierra. / No tienen paz entre las pestañas/ no tienen tierra no tienen tierra».

En su Contracanto a Walt Whitman nos regala Pedro Julio: «Los que no quieren a Walt Whitman el demócrata, / sino a un tal Whitman atómico y salvaje. / Los que quieren ponerle zapatones/ para aplastar la cabeza de los pueblos. / Moler en sangre las sienes de las niñas. /Desintegrar en átomos las fibras del abuelo. / Los que toman la lengua de Walt Whitman / por signo de metralla, / por bandera de fuego. / ¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy/ levantados para justificarte! ¡Poetas venideros, levantaos, porque vosotros debéis justificarme! / Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte. / Aquí estamos por ti pidiendo la paz. / La paz, que requerías/ para empujar el mundo con tu canto.»

Cerramos este ensayo de resucitación poética con esta otra joya literaria nacida de la fragua del minero cultural: «Si alguien quiere saber cual es mi patria/ no la busque, / no pregunte por ella… Así vamos los pueblos de la América / en mangas de camisa. / No pregunte nadie por la patria de nadie. / No pregunte si el plomo está prohibido, / si la sangre está prohibida, / si en las leyes está prohibida el hambre. / Si alguien quiere saber cuál es mi patria/ se lo diré algún día… Cuando todo milagro sea posible/ y ya no sea milagro el de la vida. / Cuando empiece a bajar esta marea de ignominia/ y deje al descubierto hacia la aurora el fondo firme de los pueblos. / Dirán que somos libres y golosos/ que gozamos del pan y de la espiga. / Que cada hombre tiene dignidad, / que cada mujer sonrisa. / Que tenemos la patria verdadera / y esta también será la patria mía.

Ahora no la busque. / No pregunte por ella todavía. / Pero el día fragante que lo sepa/ procure estar bien cerca y bullicioso, / porque habrá patria grande para entonces/ y no habrá ni un silencio de rodillas…».

Gracias de corazón, Pedro Julio Mir Valentín, perdona si por unos instantes no pudimos resistir la tentación de despertarte de tu largo sueño. Nos vimos en necesidad de hacerlo porque sabíamos que en ti encontraríamos el cántico ideal y salvador para tantos pueblos angustiados.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas