Pedro Mir y los poetas de su tiempo

<STRONG>Pedro Mir y los poetas de su tiempo</STRONG>

Una comparación entre Mir y los que aparecen a su lado en el grupo de los Independientes del Cuarenta, muestra la diferencia de lectura que existe entre un poeta militante y otros colaboradores de un régimen. No me toca a mí en estos momentos hacer una valoración de la relación vida-literatura de estos creadores, cumbres superiores de nuestra poesía. Pero me parece significativo para comprender la lectura que se ha realizado sobre la obra de Pedro Mir. Y no menos importante es significar que exceptuando a Hernández Franco, cuya poesía llega a la cima con “Yelidᔠy nunca más alcanza un vuelo superior y Franklin Mieses Burgos, todos los poetas de su grupo tuvieron una obra poética más dilatada que la de Pedro Mir. Y en el caso de Inchaústegui Cabral su poesía social es verdaderamente más amplia. Sin embargo, la lectura de Pedro Mir lo ha construido como el poeta social y nacional dominicano.

Creo que en este aspecto hay dos caminos a seguir. Hay que ver la obra dentro del contexto social producido y aquilatar sus valores, asimismo ver el agregado que le ha permitido una difusión más amplia en el país y en el extranjero. Lo primero nos remite al deseo de construir la polis. La poesía social dominicana ha estado íntimamente relacionada a la fundación de la democracia dominicana. Es decir, a la organización del país como sociedad política democrática. Hay un país en el mundo muestra ese deseo. Es uno de los poemas fundacionales de la sociedad dominicana. En él se puede apreciar esa lucha política en la que los sectores sociales subalternos están representados. Y es lógico que lo veamos como parte de las ideas populistas y socialistas en boga en los años treinta, cuarenta y cincuenta.

Por lo tanto, en la obra de Pedro Mir hay valores literarios y construcción social que se debe a una forma de lectura y a una identificación del autor con la lucha de su pueblo. Lo que hace a Pedro Mir un poeta “nacional” o el poeta dominicano más conocido en el extranjero está doblemente motivado en su calidad poética y en identificación de su vida con su escritura. Para lograr lo primero hay que ser poeta, como lo son muchos de su grupo, pero para lograr lo otro hay que apostar la vida. Y Pedro la apostó. Creo que su decidida actuación política marcó su vida y su obra. Reducir la lectura que ha tenido la obra de Mir al hecho de que elementos políticos la han asumido como suya sin ver cuáles son los valores que ella tiene, es jugar el mismo juego en contra de la poeticidad de texto. Independientemente de las lecturas que se ha realizado sobre la obra de Mir, sus textos soportan la criticidad literaria y es ahí, sin dudas, donde reside el valor de una obra.

Ahora bien, el problema de lectura de la obra de Pedro Mir no solo consiste en su reduccionismo receptivo, sino en limitar la obra del autor a su poesía. Razones editoriales  y de condiciones de lectura existen de sobra en el país para avalar esta situación. Pero un estudio de todas las obras del autor nos muestra sus aportes en el terreno de la narrativa. Sus cuentos contenidos en La gran hazaña de Límber y después Otoño (1977), su novela Cuando amaban las tierras comuneras (1978) y su relato ¡Buen viaje Pancho Valentín! (1981) muestran otra faceta de Pedro Mir. Además, su incursión en el terreno narrativo, los dos primeros libros de Mir plantean innovaciones estructurales y técnicas propias del Posboom de la literatura hispanoamericana. Mir hace gala de una prosa de primer orden. No me extenderé en este aspecto y les remito a los trabajos de Rei Berroa, Benítez Rojo, Elpidio Laguna, Liza Davis y otros sobre la obra narrativa de Pedro Mir. En cuanto a ¡Buen viaje es necesario que se lea como un cuaderno de retorno al país natal. En esta obra aparecen los conflictos de la sociedad dominicana de la posdictadura. Un período trabajado con logros significativos por Pedro Vergés en Sólo cenizas hallarás y Guillermo Piña Contreras en Fantasma de una lejana fantasía.

En la ensayística histórica interviene Pedro Mir, desde los años cuarenta. En Tres leyendas de colores (1969) Pedro Mir presenta una innovadora manera de presentar el origen de las revoluciones de tres razas en la Española. Mir trabaja la rebelión de Roldán, la de Enriquillo y la de Lemba, como las revoluciones de las tres razas que conforman el sustrato étnico de las Antillas. El libro tiene logros literarios y en él Mir une al poeta y al historiador retornando la escritura histórica a les belles lettres. Su concepción histórica está signada por el populismo. En ese texto Mir expone su concepción populista de la historia. Es una visión deudora del romanticismo y del marxismo. Mir entiende que es el pueblo el actor en el devenir histórico. Con este libro Mir hace una arqueología de la voz popular y de cómo lucha para lograr el escenario de la historia.

Un propósito muy similar tiene al escribir El gran incendio (1978) en el que estudia el origen de la sociedad dominicana a partir de las Devastaciones de Osorio y los conflictos entre las potencias europeas contra España en los siglos XVII y XVIII. Mir se muestra como un estudioso de las fuentes históricas a la vez que no deja de presentar la historia desde su respetiva y a través de su prosa poética. Pero es en La noción de período en la historia dominicana (1983) donde Mir toma con más dedicación sus estudios sobre la periodización de la historia en un esfuerzo no inconcluso, pero admirable. La visión que tenemos de ese trabajo es parcial, pues la editorial de la Universidad no llegó a publicarlo completamente y hoy no sabemos cuál es su destino. La concepción de la historia en Mir es una concepción marxista.

Uno de los trabajos más significativos de la escritura miriana sobre el tema, es el ensayo La historia del hambre en la República Dominicana (1983) cuya edición posterior apareció con el título de La bella historia del hambre. Este libro se destaca por ser el ensayo mejor logrado de Pedro Mir, tiene amplios fundamentos históricos y participa de una escritura ensayística de mucha madurez. El tema es fundamental en la cultura dominicana, rebate los postulados de José Ramón López en La alimentación y las razas y muestra que el origen del hambre en la Republica Dominicana está íntimamente ligado al desarrollo urbano. Es el dominicano moderno el que ha sufrido el flagelo del hambre. Tal y como la conocemos no la padecieron nuestros antepasados. Mir nos conduce por los vericuetos de nuestra historia para mostrarnos sus tesis sobre el origen del hambre y nos pone en sobreaviso sobre los males que el urbanismo mal llevado nos puede acarrear como sociedad.

El Pedro, el Mir ensayista no solo participa de la concepción y la investigación histórica sino que participa de la investigación en el terreno de la estética. Esta es una de las inclinaciones más profundas del poeta. Desde que fuera profesor en la Escuela Normal en la década del cuarenta, Mir se había dedicado al estudio de la teoría y las reflexiones sobre el arte. Sus primeras lecturas estuvieron centradas en Hegel, Vico y Croce. A su regreso al país en la década de los sesenta, Mir ocupa la Cátedra de Introducción a la Estética en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. También se dedica a investigar  sobre el tema. Publicó dos textos Apertura a la Estética (1974) Fundamentos de teoría y crítica de arte (1979) Estos textos están cruzados por una exposición clásica de la filosofía del arte y por una decidida influencia del marxismo. Ya a finales de la década del setenta  se maduraba una crítica a la concepción hegeliana y marxista del arte. La lingüística y la semiología se habían apoderado de las investigaciones a través del estructuralismo.

Las teorías de Mir fueron fuertemente criticadas por Diógenes Céspedes en su libro Escritos críticos (1976) y luego en su Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo veinte (1985). La idea de la muerte del arte surge en Céspedes como muerte de la estética. Mir se empina en esa crítica y en sus textos realizará un debate silencioso sobre la estética y su relación con las disciplinas en boga. Para explicarse el arte teniendo en cuenta los postulados de la semiótica escribe la Estética del soldadito (1989), pero es en su libro El lapicida de los ojos morados (1993)  donde realiza la más fuerte demostración de sus investigaciones sobre el arte y plantea una crítica muy fuerte al estructuralismo.

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