Pedro Navaja, profecía del subdesarrollo postmodernista

Pedro Navaja, profecía del subdesarrollo postmodernista

Quico Tabar relató en su columna de los jueves, sobre un caminante anciano atropellado en el Malecón por un automóvil. Una señora, también mayor, corrió a auxiliarlo, cuando de repente se presentaron dos pre adolescentes, que ella asumió que también iban a socorrer al  herido, cuando, sorprendentemente, los niños despojaban, delante de todo el mundo, de cuantos objetos de valor portaba el anciano. Este caso recuerda otros similares acontecidos próximo a Villa Altagracia. Según los accidentados, quienes ellos creían pronto auxilio de los vecinos, eran atracadores que les robaron hasta los zapatos de tenis.

El nivel de crueldad que uno ha visto relatado en los diarios nacionales, de ocurrencia casi diaria, no puede sino causarnos gran temor. No sólo porque transitamos por obligación por carreteras y vías públicas solitarias, sino porque estamos presenciando niveles de cinismo y crueldad que uno no puede concebir, y solo los cree porque son narrados en primera persona por víctimas y testigos.

Un compañero de  secundaria me golpeaba el entendimiento cuando se orinaba en los lavamanos. Escenas que revivía en el caso Llenas, y en “El Extranjero”, de Albert Camus, donde el personaje principal deja estupefacto al jurado cuando éste, con toda frialdad, explica los pormenores de su crimen, y pone al descubierto de jueces y abogados, y del sacerdote que procuraba confesarlo, que él nunca había internalizado ninguno de los valores que los demás suponían eran comunes a todos los hombres y mujeres de nuestras sociedades, digamos, occidentales.

No es poco asombro el que causan ciertos actos delincuenciales y “normales” de la “gente común”, que siendo dominicanos, compartirían valores civilizados o cristianos. Con frecuencia presenciamos en televisión, en la calle, en  la radio, obscenidades y perversidades que uno se pregunta si los autores tuvieron alguna vez una madre, una tía, vecino, o pariente que le hablara sobre el bien y el mal, sobre convivencia y respeto a los demás. Porque hacen estas cosas como si mentir, difamar, robar o burlarse de otros fuera una especie de diversión, que en muchos casos entretienen a sus audiencias y que, en ése y otros sentidos más perversos, resultan rentables.    

Por eso no deja uno de conmoverse cuando aparecen ante la prensa personajes que, como todo el mundo sabe, le han robado fortunas al Estado, que se auto proclaman inocentes,  sonrientes y campantes, como si vieran llover desde una ventana. Y la candidez casi tierna de depredadores del erario, que aparentan no estar enterados de los delitos cometidos, ni del daño al país que causan.

Viví  en el Nueva York de Rubén Blades,  el de su celebrado Pedro Navaja, historieta en ritmo de salsa (guaracha neoyorkina desarrollada por músicos boricuas, cubanos y dominicanos), objetada, por larga, por los disqueros, como lo hubiera sido para ellos el Quijote, dice Blades. Penetrante ironía,  según la cual en la urbe se sobrevive cuchillo en mano, arrebatando  vidas ajenas; demasiado urgidos para que los valores lleguen a asimilarse y la vida a vivirse.

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