Pedro no fue positivista

Pedro no fue positivista

Son numerosos los libros dominicanos que incluyen a Pedro Henríquez Ureña en el listado de los positivistas, y el hecho de que sus padres, Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña, fueran devotos seguidores de Eugenio María de Hostos lo hace parecer natural.

 Incluso, en el programa del recién finalizado “Festival de las ideas”,  se le señala como uno de los discípulos del maestro puertorriqueño. Pero, Pedro Henríquez Ureña no fue positivista.

Incluso, a partir de 1907, en México, toda su nombradía se acrecienta justamente por lo contrario; y es el antipositivismo lo que caracterizará su práctica y su pensamiento. 

La filosofía positivista es muchas cosas al mismo tiempo en el continente americano, y en México se convirtió en la sustentación teórica de la dictadura de Porfirio Díaz, a través del llamado grupo de “los científicos”, y figuras intelectuales como la de Justo Sierra.

 Fue combatiendo contra esta corriente del pensamiento de la época que Pedro Henríquez Ureña se destacó como “joven maestro” en el México que estaba al borde de la revolución, y es por ello que en el México insurrecto, posterior al 1910, se le considera como precursor intelectual de la Revolución, junto al grupo de los ateneístas.

 En su libro “El laberinto de la soledad”, Octavio Paz reseña un discurso de Justo Sierra, quien era entonces el Ministro de instrucción pública del régimen porfirista, señalando que ese discurso “inauguraba otro capítulo en la historia de las ideas en México”, y de inmediato dice lo siguiente: “Pero no era él quien iba a escribirlo, sino un grupo de jóvenes: Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. Ellos acometen la crítica del positivismo y lo llevan a su final descrédito” (1).    

¿Cómo explicar el hecho de que se convierta en México en un héroe antipositivista, cuando su formación inicial, la de su padre y la de su madre, respondían al positivismo transformador que había inundado todo el siglo XIX americano?

Primero es necesario establecer que la influencia del positivismo hostosiano le viene a través de la madre. Las pocas lecciones que escuchó del propio Hostos no pudieron influirlo grandemente.

En sus “Memorias, Diario,  notas de viaje”, el propio  Henríquez Ureña se lamenta: “Deploro no haber sido más asiduo a aquellas lecciones y no haber sentido más de cerca la influencia de aquel espíritu genial”(2).

Lo segundo es que el positivismo hostosiano se diferencia del positivismo mexicano. No es lo mismo asumir a Auguste  Comte que a Herbert Spencer.

No es lo mismo fundar una moral social que relativizarlo todo para justificar la tiranía. No es lo mismo incluir la sublimidad argumental del krausismo como rasgo diferenciador del racionalismo de Hostos. 

El positivismo dominicano hacía propuestas de regeneración social desde fuera del poder, el mexicano encarnaba el poder mismo.

Lo tercero es que ya él tenía una idea previa de hacia dónde se iba a orientar el cambio, por sus lecturas de los griegos (no olvidemos su traducción de Walter Pater, primera traducción al castellano de una obra de este tipo), su amor por Shakespeare e Ibsen, sus vínculos con la cultura inglesa.

Y además, estaba su propia actitud de apertura hacia todo lo nuevo.  Antes de consumar el cambio, tanto él como Antonio Caso,  José Vasconcelos y Alfonso Reyes, giraron hacia otros intereses su investigación y sus lecturas. 

El mismo Pedro Henríquez Ureña nos cuenta los afanes y empeños por leer a James, Boutroux, Bergson y a Jules Gaultier (3).  En la búsqueda de criterios para combatir las ideas positivistas dominantes en México se hundieron en los contenidos de una bibliografía angustiosamente reunida, y con esos elementos hicieron, para ellos primero, la crítica del positivismo.

Pese a que no fue positivista, Pedro Henríquez Ureña ayudó a difundir el pensamiento de Eugenio María de Hostos.

Una de las primeras  actividades del “Ateneo de la juventud”, en el  1909, en México,  incluyó una conferencia de Antonio Caso sobre el pensamiento de Hostos,  a sugerencia de él; y su libro “Ensayos críticos”, publicado en París en el 1910, trae un estudio sobre  “La sociología de Hostos”.

Además, fue él quien publicó la tesis de grado de Camila Henríquez Ureña sobre el insigne maestro puertorriqueño.

Creo que es hora ya de aclarar este malentendido y de situar a Pedro Henríquez Ureña como lo que fue: Un pensador de vanguardia que no temió enfrentarse en su época a la deformación que el positivismo sufrió en México como filosofía.

NOTAS

(1) Paz, Octavio, “El laberinto de la soledad”, Fondo de cultura económica, México, edición popular, 1978. Pag. 122

(2) Henríquez Ureña, Pedro, “Memorias, Diario, Notas de viaje”(introducción y notas de Enrique Zuleta), Fondo de cultura económica, México, 200, pág. 38

(3) Memorias…op.cit. pág. 158     

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