Pedro, Rainiero y guerrilla

Pedro, Rainiero y guerrilla

TIBERIO CASTELLANOS
Pedro Bonilla Aybar me decía: «tú no sabes tomar café», porque observaba mi costumbre de tomar agua después del café, costumbre que casi siempre sigo. El me decía que debía tomar el agua primero, no después. Y creo que tenía razón, sobre todo si usted quiere conservar por más tiempo en la boca e sabor del café. Esto sucedía a mediados de la década del cincuenta, en los días en que el Príncipe Rainiero andaba por este país buscando novia.

Pedro se parecía mucho a Rainiero. Ambos eran jóvenes buenos mozos y con cara de gente decente. (Con esa cara conquistó el príncipe a la bella y recatada Grace, que ya era reina del celuloide.) A Pedro lo confundieron con el príncipe, en más de una ocasión, en sus viajes a New York desde La Habana, donde vivíamos en ese entonces.

Al mirar ahora las fotos del viejo príncipe, hoy muy enfermo y hospitalizado, necesariamente recuerdo a mi amigo Pedro, y me pregunto si también él luciría así, tan estropeado por los años, si estuviera vivo. Pedro murió joven, en aquella quijotada, gloriosa y disparatada, del catorce de junio de 1959, aventura que salió de Cuba con el propósito de liberar al pueblo dominicano de la tiranía de Trujillo.

Muchos de aquellos expedicionarios del 59 eran viejos luchadores contra el tirano, y por su edad ya poco aptos para una guerra de guerrillas. No obstante, ellos y los más jóvenes, fueron enajenados por la leyenda de La Sierra Maestra, o por los que ignoraban u ocultaban, que otros importantes factores intervinieron también en la caída del gobierno de Batista, y por consiguiente, en el triunfo de la guerrilla. Y, parece que nadie que conociera toda la verdad de esta lucha, se atrevió a atenuar con sus comentarios el crecido entusiasmo de esta buena gente. Claro, en esos días, esto no era políticamente correcto. ¿Se refiere a esto Pedro Mir en su «Elegia del 14 de Junio»? «…muerde la boca su callada lengua, y chupa la sangre airada que tiene un sabor a gente».

Salieron estos valientes y murieron. En la Cordillera no había un Crescencio Pérez (bandido o rebelde) alzado. No había en el país un frente interno (un 26 de Julio). Y no había oficiales militares que quisieran unírseles, como algunos de los expedicionarios creían.

Llegaron… pelearon… y murieron.

Justamente en esos días y en La Habana, Pedro Mir concluía así su poema elegíaco a Pedro y a sus compañeros de martirio:

«Y nadie sabe nada, sólo que no se rinde nunca la piedra pura y el corazón abierto.

Y que toda esperanza se recoge en la linde Sollozada de luna de un combatiente muerto.

Y que toda victoria tiene melancolía.

Taciturno perfil de mariposa inquieta.

Justa gloria, aunque no hayan ruidos sobre el tejado.

Ni crucen en las horas solas de lejanía,

Ni un rumor, ni una hazaña secreta,

Ni un vencido poblado.»

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