Peinado de moño

<p>Peinado de moño</p>

SERGIO SARITA VALDEZ
Lo que lamento, en realidad, es que no incluyesen a los hombres en los beneficios sociales del lavado y peinado de moño en salón. Porque cuando se disfruta a manos llenas de un gobierno con la munificencia del que nos gastamos, lo entristecedor es que no extienda su filantropía a toda la población. De hecho, mi mujer, Rossy, añoró en este fin de semana el que no perteneciéramos a la clase nonagésimo centésima en la escala social. Me dijo que al encontrarnos en el quinto nivel de la antigua clase media, rumbo al sexto, no clasificábamos para estos socorros.

¡Lástima! Pero cuanto debemos llorar es el criterio en las políticas del gasto público. Cuando doña Enma comenzó su programa de donaciones a las clases menesterosas en los tiempos de la Navidad, tuvo un pleito con el hermano. Porque uno que otro donante, en vez de llevarle el cheque a ella, se lo llevó a Elito. Y el doctor, sorprendido además de alarmado, quiso detener aquello. Pero Joaquín Balaguer era un perfecto animal político. De manera que pronto se dio cuenta que las cenas, además de recabar fondos para las canastas, servían propósitos políticos. Y admitió, y participó animoso, en las cenas de recaudación.

De manera que el invento de Aníbal Páez, secundado por Ramón Lorenzo Perelló, cobró carta de ciudadanía a través de la hermana. Y las funditas de Balaguer se popularizaron al extremo de que, criticadas por sus adversarios, fueron adoptadas por ellos. Incluyendo los que, a manos llenas y en momentos en que rastrean los bolsillos del contribuyente bajo el argumento de la pobreza del fisco, regalan, por vía de una oficina de asistencia al desarrollo, peinados de moño en Navidad y Año Nuevo.

El nuestro, a no dudarlo, es un país extraordinario. Añoro los días del anuncio de una conocida marca de ron, que nos recordaba que el nuestro es un país especial. ¡Sin duda! Porque llorarle miseria fiscal al contribuyente para lanzarse al desperdicio, no es precisamente, la mejor demostración de administración eficaz y eficiente. A veces me temo que andamos perdidos. El decreto ése de los fuegos artificiales es sintomático de la escasa gestión en que nos empeñamos para salir del laberinto. El decreto se dicta cuando importadores y fabricantes tienen en la calle millones de pesos en cohetes y luminarias. Y cuanto es peor, advierte sobre la requisición del producto. En el campo en donde nací, a ese tipo de medidas le llamaban de otro modo. Y por llevarla a cabo metían a la cárcel a la gente.

Ese decreto debió dictarse en julio pasado. Y, si debido a los ajetreos reeleccionistas no era posible firmarlo ese mes, en agosto. Pero un gobierno previsor, que es como deben ser los gobiernos, no puede armarle una camarona a la gente de un día para otro. Una de las empresas tabacaleras instaladas en el país, respecto de la reforma fiscal que cursa en el Congreso Nacional, nos recordaba las nefastas repercusiones de disposiciones como ésta. Decía en un aviso público esa tabacalera, a propósito de la forma de los nuevos gravámenes con que se pretende castigar a esas industrias, que el mensaje que se envía a los inversionistas es negativo.

Pero el de los cohetes también. Dicto el decreto cuando la Dirección General de Aduanas ha cobrado los impuestos por la importación de los productos, y después incauto cohetes y luminarias. De manera que perjudico doblemente al comerciante. Le quito por vía de las cargas fiscales los gravámenes previstos en el arancel, y además, me quedo con su producto. ¿Díganme si las gentes de mi campo no tenían razón cuando aplicaban a este tipo de acciones un nombre contemplado en el Código Penal?

Mas, cuanto rebosa la copa es lo del peinado de los moños.

No digo que no se haga, pues sirve a muchos fines, incluidos los menos santos. Pero ¡por Dios, venir a hacerlo en instantes en que las calles se mojan con las lágrimas del administrador público, que clama misericordia por su pobreza, desconcierta al más lerdo! Y nos pone a pensar a muchos.

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