Cuando se aplican las leyes de tránsito con poco rigor es más fácil conducir abusivamente desde la cordura lo mismo que desde la enajenación, más común de lo que generalmente se cree
A golpe de zigzags, frenadas intempestivas y bruscos impactos a carrocerías ajenas y a desguarnecidos transeúntes se manifiestan a diario en calles y carreteras del país comportamientos al volante que en alguna medida provienen de condiciones psíquicas de alto riesgo en el tránsito aunque no lo parezca.
Ningún mecanismo legal restringe con efectividad el poder de las cilindradas, a veces mortífero, a personas con sistemas nerviosos de propensión a apretar el acelerador en exceso, tomar curvas sin prudencia y reflejar marcado desprecio a los semáforos.
Los motociclistas dominicanos, en particular, aparecen atrapados en un fenómeno de negativa “conducta colectiva” descrita por los especialistas como una “acción voluntaria y desorganizada en la que normas y valores predominantes de la sociedad dejan de actuar sobre la conducta individual”. Al ser los que más pierden la vida en sucesos de tránsito locales, la circulación de vehículos de dos ruedas parece movida por muchas manos entregadas activamente a la temeridad.
El irrespeto a las normas de tránsito, casi epidémico, llevó a dos reconocidos académicos: Edylberto Cabral y Mayra Brea (UASD), a sostener en un ensayo que la “evaluación psicológica al conductor de vehículos de motor es una necesidad para la seguridad vial”. Partían de una realidad: las defunciones por tránsito están entre las tres primeras causas de muerte en jóvenes y adultos masculinos en este y en algunos países similares de la región.
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A su criterio, más del 90% de las colisiones de tránsito son originadas por errores humanos (mentales desde luego) y cabe la posibilidad de reducirlas con acciones preventivas insistiendo en la necesidad de integrar psicólogos al tránsito y seguridad vial dada su capacidad para evaluar aptitudes de los conductores, detectar riesgos y contribuir a la modificación de conductas inadecuadas. De hecho una ley dominicana contempla esta posibilidad sin mandatos concretos ni trazando la forma de aplicarlos.
La relación directa entre los problemas de salud mental y las tragedias automovilísticas está explicada en al menos dos tesis universitarias sobre conductas sociales que han trazado pautas para modificar leyes en otros Estados.
En resumen, advierten que para conducir vehículos se debe mantener un control físico y emocional porque el estrés ordinario y la ansiedad mueven, por nerviosismo, a tomar decisiones equivocadas al volante. “Y más allá de esos (factores) está el miedo que puede llegar a paralizarnos” en la inminencia de algún encontronazo vial.
Un estudio divulgado por la fundación Antonio Esteve, de Barcelona, contiene la conclusión de que las personas con problemas mentales “tienen mayor tasa de accidentes que otros grupos ciudadanos con los que fueron comparados”. Se citan especialistas que han dicho contundentemente que conducir en estado de ira, ansiedad, miedo o tristeza desemboca en una actitud peligrosa porque provoca falta de concentración, conducción agresiva e incapacidad para tomar decisiones correctas.
Nadie sabe, dominicanamente hablando, cuantos cascos protectores encierran cerebralmente en nuestro medio tendencias al arrebato desconocedor de las normas por la urgencia de llegar con rapidez a los destinos. El prurito de los delíveris sedientos de propinas, una tropa del subempleo mal pagado cada vez más numerosa en la que predominan operarios forzados por recarga laboral al uso de estimulantes y de baja, o ninguna, escolaridad.
¿Descontrol cerebral?
Los accidentes de tránsito resultan, en atención a estadísticas oficiales, uno de los principales flagelos de muertes a destiempo en la sociedad dominicana. De un año a otro la pérdida de vidas en la circulación de vehículos creció en un 8.1% con 1,874 viajes finales a los cementerios. Hace dos años la actualización de los registros de accidentes indicó que los choques o colisiones equivalieron al 62.4% de las causas de muertes en las vías seguidas por los deslizamientos que llevaron a la tumba a un 20.7% de los accidentados.
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Pierina Pumarol, vocera de la fundación Mapfre, dijo a propósito de una presentación de los índices de tragedias de tránsito, que “las motocicletas son para la sociedad dominicana un verdadero peligro ya que representan el 78% de los usuarios que fallecen, es decir, que de cada 10 individuos que pierden la vida por los siniestros viales, siete corresponden a conductores de motores. El tipo de vehículo que más genera decesos”.
Los análisis a sucesos en rutas de República Dominicana parecen reflejar notables carencias de sensatez y sano juicio al conducir causando mayormente atropellos a peatones desavisados, daños materiales generados por conducción irresponsable de vehículos prestados, robados o de alquiler; ir al volante sin permiso y total ilegalidad, sin cinturón de seguridad o bajo los efectos del alcohol. Se percibe una insistencia de los especialistas en el tema en el sentido de que: “los conductores deben estar conscientes de sus pensamientos y de los estereotipos infundados en relación con la toma de decisiones en la carretera. Esto permite evaluar más cuidadosamente la situación y evitar posibles colisiones”. Aluden a una proliferación de individuos que no andan muy bien de la cabeza.
Propensión a la vista
El doctor Cristian Cirigliano, de estrecho vínculo a la industria automotriz preocupada por la seguridad, se dedicó a identificar los factores psicológicos más vinculados a los accidentes hallando la aparición en conductores fallidos de “ideas o imágenes sobrevaloradas de las habilidades propias; sensación de invulnerabilidad frente al peligro por desconocimiento o incredulidad y un control ineficiente de las propias emociones con problemas para pasar de un estado de calma a la ira al menor estímulo”. Palabras apropiadas para describir condiciones de desequilibrio mental.
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Se ha determinado que a pesar de que las personas con trastornos psiquiátricos tienden a conducir por menor tiempo en el año que las mentalmente sanas, se les registra el doble de accidentes.
Un registro de casos en Europa, donde las estadísticas son absolutamente confiables y dan fundamento a políticas de Estado, indicó que los accidentes en que por cierto lapso estuvieron implicados pacientes mentales (que muchas veces no saben que lo son) resultaron en mayores daños personales que los causados por gente en su sano juicio. E incluso, además, cometieron más atropellos a peatones que el resto de los conductores considerados normales. ¡Quítate de la vía Perico que ahí viene un atronado!
Explicación científica
Volviendo a Cirigliano, licenciado en psicología social y un verdadero zar del área automotriz, logró enumerar los principales factores psicológicos que intervienen en los elevados porcentajes de accidentes y que incluyen: incapacidad de algunos individuos para actuar con rapidez frente a los riesgos en el tránsito y conductas sociales basadas en prejuicios que impiden un normal desarrollo de las relaciones interpersonales y niveles educacionales que les impiden actuar con el sentido lógico de la gente mentalmente saludable.
Desde el punto de vista terapéutico los conductores y choferes que más aparecen involucrados en accidentes son aquellos que por falta de orientación profesional de conducta se comportan intensamente abrumados por endeudamientos, problemas familiares incluyendo los que podrían afectar a sus hijos en la escuela; problemas conyugales y familiares y parientes afectados por enfermedades graves. Condiciones que llevan a algunas personas a querer escapar de la realidad apelando a bebidas alcohólicas y drogas para una mayor incapacidad de estar al volante.
Ahora bien: “Sólo un psicólogo del tránsito (a partir de la investigación científica, el asesoramiento y la evaluación) puede comprender y predecir el comportamiento de los conductores a un nivel específico” criterio de rigor profesional que aquí citamos tomándolo de la literatura que emite la “Red de Psicólogos de Córdoba, Argentina”. En ellos está presente la preocupación de que a pesar de que existen numerosos expertos del tránsito que en cualquier país pueden contribuir a la seguridad (inspectores, policías etc.); sólo hay una profesión que se encarga de estudiar el comportamiento de los conductores, y los procesos psicológicos subyacentes: se trata de la “Psicología del tránsito”.
En sentido general, y a partir de los criterios de base conque sirven a su nación los psicólogos argentinos, en cualquier parte del mundo el alto índice de siniestros no tiene que ver solo con la cantidad de automóviles en las vías públicas, tamaño de la población de las ciudades y condiciones de las calles y carreteras. “El principal determinante de los accidentes es el factor humano. La negligencia, el descuido y un clima de conflicto entre los distintos actores del tráfico (conductores y peatones) son el caldo de cultivo que potencia la siniestralidad a la vez que perturba la circulación”.