Peligros de la teología política

Peligros de la teología política

EDUARDO JORGE PRATS
El debate en el Congreso y en la opinión pública en  torno a la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo revela en toda su dimensión los peligros que emergen cuando las creencias religiosas se politizan y cuando la política se asume como cuestión de dogma religioso. Cuando se mezclan política y religión, el mundo pierde toda su complejidad y se polariza en dos campos: bueno y malo, virtud y pecado, Dios y Satán, civilización o barbarie, vida o muerte.

Precisamente, a consecuencia de las sangrientas guerras religiosas de mitad del pasado milenio que condujeron al reconocimiento de la libertad de cultos y a proscribir las religiones de Estado, uno de los grandes activos de las sociedades liberales es la separación entre Iglesia y Estado, religión y política, y la construcción de espacios públicos en donde se toleran y coexisten diferentes proyectos de vida, diversas opiniones, diversas religiones. Para ponerlo en términos de Niklas Luhmann, con el Estado Constitucional de Derecho, la política y la religión quedan definidas como dos subsistemas sociales que operan en base a un código y una lógica diferentes. O para decirlo en palabras de San Agustín: la política pertenece a la ciudad del hombre, la religión, a la ciudad de Dios.

No hay dudas que es posible leer el Nuevo Testamento en clave política. Hace ya mucho tiempo que el teólogo protestante Jürgen Moltmann presentó la crucifixión de Jesús como un castigo político de Poncio Pilato en nombre de la pax romana y la propia teología de la liberación latinoamericana es una teología política. Pero cuando la teología política se convierte en política de Estado, el resultado es una bomba nuclear: a la peculiarmente intensa bipolaridad amigo/enemigo de la política se le une el no menos intenso carácter absoluto de la verdad revelada.

Y esto es precisamente lo que no se debe permitir. Porque solo la separación de Estado, Iglesia y sociedad ha propiciado la emergencia de la libertad y la subjetividad modernas. Si es así, como lo es, el cristianismo sólo puede y debe ser, como lo quería Hegel, «religión de libertad». Una cristiandad liberal podría comprender que éste es el único camino para evitar los fundamentalismos que condujeron a las guerras religiosas y de preservar, como lo quiere el jurista alemán católico Ernst Wolfgang Böckenforde, la sustancia ética cristiana del Estado liberal.

Una comprensión cristiana del Estado debe partir entonces de que la sociedad liberal moderna no está desprovista de ideales. El liberalismo sostiene como valor fundamental el pluralismo de los valores y no admite la tiranía de un principio sobre otro. Por eso, las cuestiones que plantea el aborto nunca reciben en el constitucionalismo liberal respuestas absolutas: tanto vale el derecho a la vida y a la autodeterminación de la madre como el derecho a la vida del concebido. En una sociedad liberal, se aspira a la convivencia de los principios. Como bien expresa Gustavo Zagrebelsky:

«Por los estudios que cultivan, los constitucionalistas saben que la lucha política se expresa también mediante una perenne pugna por la afirmación hegemónica de proyectos particulares, es decir, formulados como universales y exclusivos. También saben, sin embargo (…) que si esto es lícito, además de inevitable, para cada parte en liza, no lo es ya para el derecho constitucional del Estado democrático y pluralista actual. Saben que el derecho constitucional, invocado en las salas de los tribunales constitucionales, en las aulas universitarias y en todos los lugares en los que puede ejercer una influencia sobre la realidad, tiene que mantener abiertas sus posibilidades y condiciones de existencia y no cerrarlas abrazando enteramente la perspectiva de alguna de las partes. Saben, en fin, que hoy existe contradicción entre derecho constitucional y adhesión unilateral a un proyecto político particular cerrado».

La teología política elevada a razón de Estado pone en peligro el código operativo del Estado Constitucional de Derecho. La colonización religiosa de la esfera política y la politización de las creencias religiosas producen un cortocircuito en un sistema abierto caracterizado por la tolerancia, el pluralismo de los valores, la coexistencia de las ideologías y programas de vida, la protección de las libertades individuales y la libre expresión de las ideas.

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