Peligrosa “destabuización” de la Constitución

Peligrosa “destabuización” de la Constitución

La nación dominicana nació de violación y robo de territorio ajeno. Las subsecuentes atrocidades, el desenfreno y la corrupción fueron solamente morigerados por la introducción, mayormente forzada y precaria, de las creencias cristianas. Por parte de una Iglesia que, pese a sus defectos, ha sido madre de la dominicanidad y fundamental sostén de nuestro sistema normativo y cultural, sembrando valores y costumbres, levantando actas  y documentos fehacientes, bases de nuestra nacionalidad.

Nuestro ordenamiento social sólo se sustentó precariamente en valores y creencias. Las prohibiciones sólo funcionaban para los de abajo. No en base a tabúes, sino a las bayonetas colonizadoras. Nunca tuvimos acuerdos o pactos entre ciudadanos iguales con vista a un proyecto de sociedad, asociación  o vida en común. Tampoco nuestras constituciones  han durado lo suficiente para asentarse en el inconsciente colectivo. Ni siquiera una base de justicia social para que voluntariamente los ciudadanos entendiesen su conveniencia.  Aún las leyes injustas suelen ser respetadas por pueblos que, sin ser “racionalistas”, las aceptan como válidas porque las establecieron sus antepasados y a veces funcionan más o menos satisfactoriamente. Ese es el basamento del derecho consuetudinario, costumbres y tradiciones de países que, como Inglaterra, no tienen constitución escrita.

Nosotros, por descreídos e irreverentes, hemos desmitificados las leyes y los valores, y nos hemos quedado sin tabú, sin tradición y sin racionalidad que sustenten nuestras leyes. Solamente ha quedado el cinismo como sustituto del mito. Es sumamente riesgoso destabuizar totalmente,  deshacer el mito, cuando la sociedad aún no es capaz de generar lo que  racional y funcionalmente conviene.

La Constitución ha sido hecha por gente que trató de organizar el país, de encaminarlo hacia la civilización y el desarrollo. No teniendo el elemento unificador en nuestro pasado, en nuestras raíces, hemos fallado en construirlo hacia el futuro: un plan de nación. O al menos un líder creíble.

No han faltado esfuerzos civilistas para crear un sustrato emocional y racional de apego a nuestra “Carta Fundamental”, madre nutricia de nuestro ordenamiento jurídico y cívico: Símbolos, himnos, avenidas, festividades, discursos y ofrendas florales. Todo un culto  a la Constitución.

Pero de poco o de nada vale esa “tradición construida”, a la manera de folclores y trajes  típicos que la gente nunca usó ni vio. Cada vez que un demagogo de turno nos convoca a “mejorarla”, los dominicanos acudimos sumisos, cargados de obligadas esperanza, al penoso proceso de “reforma”.

Dados la actual acumulación de descomposición, incredulidad y corrupción; de falta de autoridad y liderazgo; de inseguridad social y económica; tramposear, manosear nuestra “reluciente” Constitución resultaría peligroso: naufragio, diría el poeta; anomia, el sociólogo.  Lo peor de nuestros tiranos quizás no sea el peculado, sino el costo de su “gloria”. O de su impunidad.

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