Pena de muerte

Pena de muerte

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
¡Sí señores! Dejémonos de absurdas blandenguerías y, al reformar la Constitución, incluyamos la pena de muerte para asesinos, estupradores, narcotraficantes que arruinan la vida de parte de esta generación y de la próxima. El caso de la jovencita Vanessa Ramírez, ocurrida en Santiago la semana pasada, colmó la copa de acíbar que ha venido tomando el pueblo desde hace años.

En este país los delincuentes «clase A», son llevados a la justicia y casi siempre encuentran un solícito juez que los deja en libertad previo pago de una fianza y a veces «alguna medida de coerción». ¡Pamplinas! El que asesina a un ser humano debe correr la misma suerte que su víctima.

En este país hay abogados famosos porque sólo defienden a personas acusadas de horrendos crímenes. Y son famosos, porque casi siempre consiguen lo que quieren. A mi juicio, el ser defendido por esos abogados es prácticamente una declaración de culpabilidad del acusado.

Estamos viviendo desde hace unos cinco años un clima de inseguridad que raya en lo increíble. ¿Qué espera el Gobierno para tomar el asunto en sus manos y crear un clima de seguridad que permita al ciudadano ir a un cine o restaurante por las noches, sin temor de que lo asalten, le roben el carro o simplemente lo asesinen?

En lo que a mi concierne, en junio del año 2003, a la altura del kilómetro 63 de la autopista Duarte, fuí objeto de un atentado por parte de dos individuos que bajaron imprevistamente de la loma y uno de ellos ordenó que me parqueara a la derecha. Lo que hice fue enfilar mi carro al tipo que estaba a mi derecha, tirándolo al suelo y luego dirigirme al otro que lo único que se le ocurrió hacer fue meterse en la loma, aunque por donde lo hizo no había caminos «ni de chivos». Ambos montaban sendas Harley Davidson. Me salvé de chepa, gracias a Dios, porque un hombre desarmado poco puede hacer contra dos que sí lo estaban.

Todos los días las páginas de los periódicos traen noticias referentes a asesinatos, asaltos (algunos a plena luz del día), secuestros, etc., y la justicia permanece como si no fuera con ella.

Por eso propugno por algo que, a pesar de mi condición de católico militante, pero fundamentalmente porque creo que solo Dios crea la vida y solo Dios puede quitarla, propugno porque en la próxima Constitución que tengamos se incluya la pena de muerte.

Hasta ahora tenemos que la máxima pena es la de 30 años de prisión. Pero revisando archivos, hasta el momento nadie ha cumplido dicha pena. Siempre son liberados por «buena conducta» u otro eufemismo cualquiera, como por ejemplo, tener alguien «grande y con poder» en el gobierno.

Los criminales están en las calles. El asesinato de una jovencita en Santiago no tiene nombre. Pero tampoco existe la ley necesaria para castigar a los asesinos, si es que los capturan. Y si esto pasa, los encierran mientras la justicia empieza a «trabajar». Y casi siempre pasan dos o tres años, la gente se olvida del caso (menos los familiares de las víctimas, claro está), y finalmente los asesinos salen a la calle como si tal cosa.

Puedo citar muchos ejemplos, pero bastará con el asesinato de todo un senador de la República, Darío Gómez, muerto por unos delincuentes que, estando presos, fueron sacados de la prisión, armados y llevados al sitio donde estaba el senador.

¿ Qué ha pasado después del «senadorcidio» ? Pues nada, señores, aparte de que uno de los asesinos fue a su vez asesinado en prisión, pero nada más. Tampoco se investigó nunca quién o quiénes fueron los autores intelectuales del crimen.

Entonces señores legisladores, en sus manos «está el pandero». Quiero oír o leer que algún legislador ha propuesto la pena de muerte para los crímenes ya señalados. Y prometo que, si Dios quiere, estaré presente en la sesión en la que se conozca tal proyecto, sólo para ver quiénes tienen el tupé de rechazarlo.    

En este país hace falta una mano dura. No de un dictador, sino de alguien que haga simplemente hacer cumplir las leyes, incluyendo la de muerte. Porque, ¡ muerte a quien mata con alevosía, premeditación y asechanza (asesinato), secuestra o comete un crimen de lesa humanidad!

Esto y no otra cosa, es la «mano dura». ¿O acaso lo que quieren es otro Trujillo? Vamos a ver pronto quienes son estos últimos.

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