Al cumplirse el 77 aniversario del nacimiento de José Francisco Peña Gómez, en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) se le evoca por su liderazgo y sus aportes políticos a la organización, a la libertad y a la democracia nacional, pero se ignora o no se le presta la debida significación al ser humano noble y agradecido que fue a lo largo de su combativa existencia.
Fuera de las refriegas propias del quehacer político y partidario como aquellos dolorosos episodios en sus enfrentamientos con Jacobo Majluta y otros dirigentes, Peña Gómez es recordado, discretamente pero con gran aprecio y respeto personal, por quienes conocieron de cerca su nobleza de espíritu.
Son muchas las anécdotas que avalan esta dimensión humana que, bien valorada, hace que su figura trascienda en el tiempo más allá de su innegable estatura como líder de masas, orador de barricadas y dirigente querido y admirado por grandes personalidades y organizaciones de la política internacional.
Es una lástima que la vida y una conjunción de adversas circunstancias hayan negado a Peña Gómez la oportunidad de introducir los cambios que entendía necesarios en la sociedad dominicana, ya que fue víctima de prejuicios raciales y temores infundados por el giro radical que podría haber dado al ejercicio del poder desde la Presidencia, así como de una feroz e interminable campaña de descrédito, una de las sucias y perversas registradas en la historia de la política contemporánea.
Cuentan que en una oportunidad los jóvenes integrantes de dos equipos de béisbol aficionado quedaron impresionados cuando Peña, como parte de sus recorridos proselitistas, llegara sorpresivamente a un play de campo en San Francisco de Macorís y se entremezclara con ellos de tal forma espontánea y natural que se sintieron que él era parte integral de ellos, dejando su comitiva de lado y sin las encumbradas distancias en que suelen situarse algunos dirigentes.
Más de cuatro décadas después y en el marco de esta nueva fecha natalicia, uno de los espectadores de ese episodio comenta que desde entonces pensó que por su sencillez y sensibilidad social, Peña Gómez merecía vencer el rechazo por su negritud y ser valorado por sus ideas y su contribución a la libertad, la defensa de los derechos humanos y su condena a la represión y la intolerancia política.
Fueron muchas las situaciones en que en él afloró el sentimiento y la decisión del hombre agradecido que jamás olvidaba el gesto de quien lo había ayudado en un momento dado, sobre todo en situaciones críticas en que estuvo sometido a persecución e inminente riesgo de muerte por su encendido verbo revolucionario.
Por esa indeclinable convicción no dudó en pronunciarse pública y enérgicamente cuando en un gobierno del PRD y a raíz de la salida del poder del doctor Joaquín Balaguer, un cercano colaborador del líder reformista, el jurista Polibio Díaz, fuera objeto de un indignante atropello al ser allanada, por retaliación política, la residencia de un hombre pacífico y respetuoso que siempre llevó una vida discreta y sin aspavientos, a pesar de las influencias que tenía en las esferas de poder.
Recuerdo que cuando Díaz falleció, el líder perredeísta se dirigió a Tribuna Democrática y pronunció una memorable alocución en la que, ajeno por completo a la mezquindad y al olvido deliberado de los malos agradecidos, relató los distintos momentos en que Polibio se comunicó con él para alertarlo con la finalidad de que se pusiera a buen resguardo ante ciertas acechanzas de las ominosas fuerzas incontrolables.
Sólo un hombre noble y de un vigoroso corazón capaz de esquivar la vanidad ante la grandeza alcanzada podía actuar con tal grado de entereza e integridad, por encima de conveniencias coyunturales y de diferencias ideológicas y partidarias.