Penetrando en Dios

Penetrando en Dios

Volaba, ascendía a las alturas; en el firmamento yo me encontraba con Dios frente a frente. El Padre misericordioso y pleno de bondad me aguardaba en las nubes. Con su mirada de santa ternura me llenó de paz y con la delicadeza de una madre me abrazó, haciéndome sentir en casa.  Percibía su imagen en el paisaje celestial de suaves colores. En ese abrazo yo me adentraba en Él, como viajando años luz en una atmósfera de Amor, Pureza y Eternidad.

El Creador se abría a mí. Él  era todo el cielo y yo lo penetraba.  Estaba descubriendo el glorioso milagro de unirme con Dios. La sensación era la de un río de gozo brotando en mi espíritu, un mar de amor;  la de un viento acariciando mis entrañas y elevándome a la santidad de Dios. Como los besos de la flor más delicada; como la miel fluyendo dentro, endulzando el corazón y la vida; como el renacer y el florecer; como el  destilar de su perfume en todo mi ser; como volar en un cielo de gloria, así y de otras formas que no sé expresar, me hizo sentir el Espíritu Santo.  

Como el alba cuando el sol destella, como los campos llenos de fruto,  como las palmeras al danzar con la brisa, como las flores cuando el rocío las acaricia, como la noche cuando brillan todas las estrellas, como el río que salpica de alborozo al beso de las cascadas;  como las nubes que flotan extasiadas en el firmamento, así me siento yo, contigo, en los cielos. Cuando me tocas, todo mi ser se enciende, me elevas a tu Reino.

¿Fue un sueño? ¿Un éxtasis?  Cada vez que pienso en esa vivencia, el Espíritu Santo se mueve en mí, inundando todo mi ser, de tal forma, que mi cuerpo lo puede sentir y disfrutar. Es Real, trasciende la realidad material, finita. Siento cómo se expande en mi espíritu la Luz, la Paz, la Santidad, la Vida. Es como si el que me creó y me engendró, el origen de todo, morara en mí  y me preparara con un amor sin límites para volver a Él. 

Nuestro Señor Jesucristo “…nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él.

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