Sin envidia, sin codicia, sin maldad. La alegría de un regalo aun fuera totalmente diferente al deseado o al que habíamos pedido lo compensaba todo.
Quería unos patines y le regalaban casi todos los años una armónica o acordeón de boca; quería una muñeca barbie y dejaban una de trapos; quería muchos juegos, pero los “reyes de la casa” sabían que necesitaba ropa y zapatos, porque creciste, incluyendo los pies, y los del año pasado ya no te servían, había que comprar otros. Todo eso pasaba pese a que nos portábamos bien.
Sin embargo, la vecinita, que decía malas palabras, le dejaban cajas de juguetes, por suerte los compartíamos. Como niños que jugábamos en el mismo patio y en el mismo barrio, nunca se nos ocurrió pensar siquiera en que el padre de la vecina trabajaba en una compañía y tenía ingresos superiores a los de nuestra familia.
Era imposible pensar en salarios, ingresos y demás temas de adultos, lo importante era jugar hasta el cansancio el 6 de enero.
Éramos tres los primeros nietos de mi abuela, primeros sobrinos de los tíos y sin contaminación de ningún tipo mientras residíamos en el campo, pero al llegar a la ciudad y sentir la desigualdad, al varón, Germán, uno de los primos, se le ocurrió que debíamos esperar a los reyes despiertos, para saber cómo eran.
Para mí, era una blasfemia siquiera pensar en ello, creía a ciegas en la magia de Melchor, Gaspar y Baltazar. Lo discutimos y me resistí a acechar a los reyes, pero mi primo insistió y vio quienes eran.
Al día siguiente, se lo contó a Pura, mi otra prima. Mi madre que fue una de las “reyes” descubierta, les suplicó que no me lo dijeran. Dejaron que pasara ese año, pero al siguiente me lo contaron, aunque me pidieron que no se lo hiciera saber a mi madre. Confieso que sentí una gran desilusión; estaba aferrada a esa magia.
Pasaron los años, nos hicimos adultos, nos casamos, tuvimos hijos y decidimos cambiar la historia. A mis hijos les dije que los reyes, el niño Jesús-que deja regalos en Santiago-y Santa, somos los padres. Entendimos que el engaño no es correcto, y muy claro decirles que regalábamos lo que podíamos comprar. De todas maneras, la idea de recibir regalos ilusiona.
Otra cosa que decidimos fue no regalar juguetes que incitaran a la guerra, como pistolas, ametralladoras y otras que hasta resultaban peligrosas. Hasta hace poco había poca regulación con los juguetes, debieron producirse varios accidentes a escala global para regularlos, por lo que desde hace varios años se contempla no solo juguetes seguros, sino la edad del niño, lo cual es lo ideal para evitar accidentes.
Hoy existen regulaciones severas y los fabricantes deben demostrar la idoneidad del juguete y si no cumplen con las regulaciones establecidas en los grandes mercados como Estados Unidos y la Unión Europea, se exponen a grandes multas y retiro del mercado del juego fabricado. Se regula para garantizar que sean seguros.
Hay padres que han vuelto a revivir los tiempos mágicos, lo cual debemos respetar, pero hay mucha comunicación entre los niños y contrario a nuestra infancia, compiten por aparatos tecnológicos de última generación.
Debemos recordar que los creadores de las tecnologías no ponen en manos de sus hijos sus inventos hasta que tengan la edad de comprenderla como herramientas.