Pensamientos e intentos dilucidatorios de malas conductas

Pensamientos e intentos dilucidatorios de malas conductas

Es que Cicerón, el extraordinario orador romano (106-43 a. C.), dejó escrito en su primer discurso contra  Catilina, quien conspiraba para alcanzar el poder en Roma, una frase que expresaba su airado rechazo a la mala conducta que sentía expandirse: “¡Oh tiempos, oh costumbres! (O témpora, o mores). En esa Catilinaria se dolía de la degeneración y la corrupción que tomaban cuerpo y arropaba los valores positivos que hicieron posible la grandeza romana.

   Lucio Sergio Catilina, estadista, pretor y gobernador del África romana, fue condenado a muerte por sus faltas.

   Pienso en mi país. Pienso en quienes aquí conspiran impunemente contra la justicia social. No pretendo, ni remotamente, que los condenen a muerte como a Catilina  en el año 62 a. C.

    Por supuesto no estoy sugiriendo castigo tal aplicado a quienes conspiran contra el buen manejo de “la cosa pública” (República) que es más privada que otra cosa, pero sí propongo castigo para quienes juegan con el posible bienestar del país, contra quienes mantienen la injusticia en alto ejercicio al igual que la impunidad para los criminales – de uniforme o de civiles con trajes de alto costo -.

       También resulta que la alta delincuencia no es “insólita”, rara, poco común. Es cotidiana, habitual, frecuente y fija.  Y me pregunto, atormentado, si la degeneración conductual alarmaría a Cicerón y otros en tiempos anteriores a la Era Cristiana (que llevamos muy mal). ¿Dónde vamos a llegar?

    Creo, con Platón y otros filósofos, que un extremo lleva necesariamente hacia su opuesto. Pero, ¿hasta dónde hay que llegar para alcanzar ese extremo que despierte el buen sentido y el valor necesario para imponerlo? 

 La injusticia social en nuestro país viene a ser monstruosa. No se trata de una  novedad aunque sí de una magnificación.  Ha sido una tradición que infructuosamente (porque lo derrocaron) quiso romper Juan Bosch. Pienso que su error fue olvidar o desatender la realidad de que la naturaleza no hace saltos, que todo lleva y requiere un ritmo y un tiempo para modificarse, para florecer, para ofrecer frutos en sazón. Las terribles décadas y siglos de injusticia social no pueden ser erradicadas de golpe. Deben ser manipuladas con astucia y determinación férrea, pero a una velocidad controlada, firme y fuerte, infatigable e inconcesiva.

   Las instituciones destinadas a mantener el orden público, no son creíbles, no inspiran confianza.  Ciertamente la Policía Nacional es una entidad carente de recursos; sus miembros, a todos los niveles, reciben salarios absurdos que no alcanzan para cubrir necesidades familiares primarias. Entonces -me dirán- ¿por qué se enganchan a ella? Pues por situaciones de miseria y desesperación.

Además ven la facilidad de “sacar dinero por la izquierda”, eso que permite avanzar y poder comprar cadenas, guillos y relojes de oro, tomar whisky y tener querida y carro. Además, la Justicia Nacional está corrompida, salvo excepciones.

 No se trata de que remunerando justamente a sus servidores, el Estado pueda garantizar una buena conducta de estos. Pero fortifica la resistencia al delito.

El drama está en la injusticia distributiva y la impunidad inmensa.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas