Fouché, duque de Otranto (1754-1820), ministro de Policía antes y con Napoleón, astuto personaje y político siniestro que contribuyó ampliamente al derrumbamiento del Imperio, preparando, después de Waterloo, el regreso de los Borbones, decía en sus “Memorias” que “La falta más imperdonable en política es llegar tarde”.
No le doy la razón.
La peor falta es no saber llegar en el momento justo.
He estado pensando mucho en Juan Bosch, y creo que llegó al poder antes de tiempo. Y voy más lejos. Por lo que se ve, todavía nos queda grande. Falta mucha educación, mucha comprensión de la necesidad de una efectiva disciplina cívica, y de una aceptable justicia social, controlando la corrupción a partir de una firme decisión de castigo a las faltas, “indelicadezas” y latrocinios monstruosos de quienes manejan el alto poder.
Una dictadura con respaldo popular destinada a enfrentar la malignidad que nos ha aquejado siempre requiere de una virtuosa y bien inspirada cúpula controladora. Es utópico.
Ahí está la dificultad.
El poder enloquece a los que lucían sensatos y prudentes, enferma a quienes lucían personas saludables dispuestas al bien.
Este Juan Bosch, que para mí ha sido y es sobre todo Maestro, Idealista, Patriota… hombre de bien… tuvo que haber sufrido mucho al percibir las dificultades que presenta la creación de un núcleo de virtuosos miembros fieles a sus nobles intenciones… Que abarcaban un extraordinario abanico de aspectos.
Recuerdo que cuando lo conocí de cerca, ya Presidente de la República, me asombré de la diversidad de sus planes. Me habló de la creación de un gran parque, una especie de Hyde Park de Londres, donde los jóvenes enamorados pudieran conversar, pasearse y besarse sin que nadie los molestara, obligándolos a buscar lugares oscuros y peligrosos, o moteles que propiciaban otro tipo de relación.
Años después, en Londres, presencié una pareja de enamorados besándose sobre el verdor espléndido de la hierba de Hyde Park. Un par de turistas se detuvo cerca de ellos para contemplar la escena. Entonces vino un correcto policía y, tocando con su macana los zapatos de los turistas, dijo: “Ellos solo se están besando… no molesten”.
Y recordé a don Juan.
¡Qué poéticas ideas de civilización! ¡Cuán lejos llegaban!
De lo grande a lo pequeño.
Este martes, 8 de marzo, he leído en estas mismas páginas un artículo de Sergio Sarita titulado “Visión sanitaria de Juan Bosch”. He querido, inconsultamente, reproducir un fragmento. Dijo Bosch: “Para que el pueblo disfrute del sagrado derecho a la salud, que es tan sagrado como el derecho a la vida, es necesario que todos comprendamos que no puede haber salud buena allí donde no hay casa sana en sitio sano, la comida necesaria y nutritiva, la ropa indispensable y la escuela y las universidades donde se desarrolle la inteligencia. Una persona que viva en un piso de tierra o en un rancho de yaguas no puede tener buena salud porque adquiere las enfermedades en el ambiente; un niño que no coma diariamente determinada cantidad de carne y de leche, no podrá ser un buen estudiante porque la falta de esos alimentos rebaja su capacidad intelectual[…] La salud de un pueblo se obtiene cuando toda la sociedad, desde el hombre más humilde hasta el jefe de gobierno, adquiere la conciencia de que de todo lo que hay sobre la tierra lo más importante es el ser humano, es la vida humana lograda en todos sus aspectos.”
¿Cuándo llegará el tiempo para tal maestro?