Pensando nuestras fronteras

Pensando nuestras fronteras

HAROLDO DILLA ALFONSO
Recientemente los ministros de medio ambiente de Cuba, Haití y República  Dominicana dieron un paso trascendental al formalizar sus propósitos de administrar en conjunto un corredor ecológico que abarca el norte de la Hispaniola y el oriente cubano.  En otras palabras, movieron y actualizaron fronteras, colocándolas más allá de los estrechos designios geopolíticos.

 Y eso es muy importante para el futuro de los tres países, los que comparten muchas fronteras, más que los bordes tangibles señalizados por aduaneros y guardias.

República Dominicana, por ejemplo, tiene otras fronteras además de la que mantiene con Haití. Tiene una, distante, con Puerto Rico, a través del Canal de la Mona, por el que transitan miles de personas, informaciones y mercancías. Y de hecho los barrios habitados por los dominicanos en San Juan son transportaciones culturales de estas fronteras, al igual que lo es Washington Heights, en New York. Este último es uno de los aportes culturales y sociológicos más interesantes que ha hecho el Caribe a la multicultural sociedad neoyorquina. La conversión de un segmento de la histórica calle San Nicolás en el boulevard Juan Pablo Duarte es un símbolo de ese aporte enriquecedor.

Cuba no es diferente, y los cubanos deben acostumbrase a pensar explícitamente su ubicación fronteriza. Por un lado la relación con el sur de la Florida y en particular de La Habana con Miami, que en un contexto de relajamiento político pudieran devenir un binomio urbano. Pero sobre todo, para nuestro tema, la frontera que significa el Paso de los Vientos respecto a la isla de la Hispaniola y directamente respecto a Haití.

Históricamente el oriente cubano,  hoy integrado por cinco provincias habitadas por tres millones de personas, con niveles considerables de pobreza y una alta degradación ambiental  ha tenido fuertes vínculos con esta isla. De hecho los orientales cubanos se parecen más a un dominicano que a un habanero. Y en algunas de estas provincias, donde habitan decenas de miles de descendientes de haitianos que mantienen vínculos familiares y culturales con sus lugares de origen, hay una fuerte influencia cultural de este último país.

Históricamente ha habido una fuerte emigración desde Haití hacia Cuba. Cuando la revolución haitiana muchos colonos franceses se trasladaron al oriente cubano y fundaron en sus montañas un auténtico «imperio» de haciendas cafetaleras que aún causan la admiración de los visitantes. A pesar de que eran esclavistas, eran demasiado liberales para las vetustas autoridades coloniales españolas, por lo que fueron expulsados de sus edenes. Luego comenzó la inmigración de braceros haitianos, que fue suspendida en 1933, cuyos descendientes son hoy auténticos ciudadanos cubanos transmisores de componentes culturales haitianos de gran valor.

En verdad, si los haitianos no han continuado emigrando hacia la parte oriental cubana en la actualidad es debido a la manera como se organizan la economía y el sistema político cubanos. Es difícil que un inmigrante ilegal pueda insertarse en una economía estatizada y rígidamente verticalista como la cubana, con un margen muy estrecho para la iniciativa individual. Y además con un sistema político también muy centralizado. Podrían llegar, pero no tendrían a dónde ir ni dónde esconderse.

Pero estas condiciones deben cambiar, y aún cuando Haití logre estabilizar su economía, el oriente cubano  aquejado por salidas de población hacia el occidente de la isla y que deberá mejorar su situación con el mejoramiento general de la economía cubana  constituirá un atractivo para la población haitiana. Y los productores cubanos podrán mirar hacia Haití como un mercado interesante para muchas de sus producciones.

Si, como hemos afirmado antes, las regiones noroeste dominicana y nordeste haitiana tienden a integrarse como una región económica binacional, entonces podríamos estar en presencia de la formación de una región articulada en torno a una triple frontera y a un eje urbano formado por Santiago de los Caballeros/Cabo Haitiano/Santiago de Cuba.

Nada de esto es ramplonamente bueno o malo, como pudieran imaginarse los pensamientos simples. Es solamente un reto. Por un lado, abre nichos estimulantes para el desarrollo local, pero también puede generar lamentables subordinaciones y traspasos de externalidades negativas en detrimento de los más pobres y del medio ambiente.

El resultado depende de nosotros.

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