Pensar como Duarte, actuar como Duarte

Pensar como Duarte, actuar como Duarte

La historia, sin equivocarse, y con puntualidad rigurosa, nos enseña que en cada crisis, en cada adversidad profunda, en los pueblos y las sociedades surgen hombres y mujeres con la suficiente clarividencia, entereza y valor para aportar las grandes soluciones, aún a costa de sus propias vidas.

Las crisis sociales son, aunque resulte una paradoja, el germen natural de los grandes hombres y de las grandes mujeres, de los grandes genios y los grandes líderes, por cuyos actos e ideas devienen en conductores de pueblos, logrando sensibles transformaciones en la vida y conducta de la gente.

La historia universal es pródiga con miles de ejemplos de mujeres y hombres cuyo talento y templanza moral ha pautado los grandes cambios.

Cada continente, cada región y cada país, exhibe con orgullo su galería de héroes y heroínas, mártires y pensadores, auténticos íconos, muchos de los cuales son admirados y seguidos, a veces a extremos de adoración, por la profundidad de sus ideas por sus hazañas y por su valor.

Esos hombres y esas mujeres han sido, son y habrán de ser siempre, el favor de luz en medio de la oscuridad que provocan la crisis de valores y de civismo; esos héroes han sido norte y guía cuando los malvados e insensatos han hecho tortuoso y agreste el camino; han sido y serán la tabla que siempre ansía el náufrago en medio de la turbulencia.

Nuestra América ha aportado al olimpo de los héroes universales, incontables ejemplo de hombres y mujeres que representan el honor, la vergüenza y la moral de nuestros pueblos, en sus incesantes luchas tras la libertad, la justicia y la convivencia armónica, cada vez que estos valores han escaseado producto de la sinrazón de otros.

Vale señalar que la heroicidad y la singularidad de pensamiento, no son privilegio sólo de los pueblos grandes, de una etnia determinada, o de una región.

Pueblos pequeños han parido grandes mujeres que han hecho trascender a sus respectivas naciones.

El Caribe, cuyas islas se pierden en la inmensidad de la geografía universal, tiene el privilegio de contar con un José Martí, un Juan Albizu Campos, un Toussaint Louverture y un Juan Pablo Duarte.

Señalaba José Martí que «Cuando en los pueblos surgen hombres sin honor y sin decoro, hay otros que encarnan el honor y el decoro de los demás hombres».

Cuando se nos invitó a hacer una exposición sobre Duarte, nos planteamos varias opciones para determinar qué Duarte enfocaríamos.

¿Repetir la biografía del patricio?

¿Rememorar su vida de exiliado?

¿Analizar los documentos de Rosa Duarte, su hermana?

¿Contar la traición de Pedro Santana?

En verdad no es nuestra intención ni nuestra misión repetir capítulos históricos, aún reconociendo su importancia. Tampoco buscamos en esta ocasión la retórica clásica del intelectual.

Vengo desde mi patria, que es la misma de ustedes, a meditar preocupado sobre la crisis de nuestro país y, dentro de esa crisis, vengo también a reflexionar junto a ustedes acerca del pensamiento de Juan Pablo Duarte.

Se ha repetido que las sociedades del mundo están siendo sacudidas por una profunda crisis de valores éticos, morales, religiosos, estéticos, cívicos, y de otras índoles.

Nuestro país no escapa a esta crisis.

Esto no hay que esconderlo. Callarlo, disimularlo, es una forma también de complicidad.

Cuando las instituciones y los pueblos andan descarrilados de sus valores éticos, una postura adecuada de los buenos ciudadanos es tomar algunas referencias del pasado, hurgar en las enseñanzas de los grandes hechos y en el pensamiento de sus protagonistas, desde los héroes y mártires de su independencia, los filósofos, juristas, líderes religiosos y hasta en el pensamiento supremo contenido en el libro de libros: La Biblia.

La República Dominicana, y con ella sus instituciones, está viviendo una prolongada etapa de crisis de valores cívicos.

Los partidos políticos todos, grandes y pequeños, las instituciones, sindicatos, entidades públicas, el empresariado, los poderes estatales, la escuela y las propias universidades, andan hoy afectados, en mayor o menor proporción, por el germen de los antivalores y la disminución del civismo. Muchos de nuestros líderes muestran haber olvidado el pensamiento duartiano, y algunos para que nunca lo han tenido presente.

Consciente de esta realidad, entendemos que la crisis de esperanza, la amargura y la frustración que hoy abruman a nuestros compatriotas, tienen sus huellas en el olvido del ideal duartiano en muchos de los líderes de varias entidades nacionales.

Mientras no volvamos a sujetar la antorcha del pensamiento de nuestro Cristo de la Libertad, la oscuridad del futuro dominicano será cada vez más intensa y prolongada.

No deseo pensar que una importante cantidad de agentes activos de la sociedad han renunciado a Duarte, y más que eso, que algunos simulan al mencionarlo una y otra vez para justificarse, cayendo en la irreverencia cuando actúan.

Con tal conducta se le ha hecho daño a varias generaciones, al punto que la juventud, y hasta mucha gente madura, aborrece y maldice las tareas políticas llamadas a jugar un estelar papel en la sociedad.

Sin embargo, con la pulcritud espiritual que le fue siempre propia, Juan Pablo Duarte sentenció: «La política no es una especulación, es la ciencia más pura y la más digna después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles».

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