Pensar con faltas ortográficas

Pensar con faltas ortográficas

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En los últimos quince años de vida institucional, la excepción ha sido el dirigente culto, amigo del debate civilizado y conocedor de las ideas que marcan un cambio sustancial en la cotidianidad. Atrapados por el día a día y esclavos de construir mayorías, una parte significativa de los hombres y mujeres dedicados seriamente a lucha partidaria están en desventajas respecto del modelo clientelar que asaltó todos los espacios políticos.

Lamentablemente, el voto es igual a la hora de contarse y lo mismo vale la adhesión del académico que la de un iletrado. Por eso, comienza a operar una lógica simplista de conquistar votos por la vía más fácil y nos ausentamos de la formación y preparación.

Así se construyen nuevas respetabilidades electorales caracterizadas por dirigentes que piensan con faltas ortográficas.

En todos los partidos se desarrolla una vocación por estimular a los de mayor adhesión al líder, evidentemente rezagando al de potencialidades bajo la premisa que se impone a todo el convencido de sus limitaciones: cerrarle el paso al que consideran en capacidad de desplazarlo.

Desde su fundación, en el PLD se desarrolló una fascinación por presentarse como el sector intelectualmente superior en la sociedad. Y no es así. Hacia el año 1973, una parte importante de los dirigentes que acompañaron a Juan Bosch eran profesores, profesionales de clase media y gente vinculada al arte y la cultura. Los casos de Kasse Acta, Bidó Medina, Gutiérrez Félix, Natacha Sánchez y la arquitecta Macarrulla confirman el monopólico uso político del conocimiento y destrezas académicas alrededor de una organización partidaria.

El hecho de que el proceso de transición hacia el nuevo liderazgo del PLD, iniciado en 1996, demuestra que las figuras que armaron la salida inteligente del viejo caudillo del mando partidario no apelaron a sus dotes y amor por los conceptos. Norge Botello era un buen hombre, su fascinación no era intelectual sino de apego a la bravura y la acción directa.

Danilo Medina es el arquetipo de político astuto, eficiente en el silencio y orquestador partidario. Miguel Cocco era culto, pero su sentido práctico le hizo un armador de relaciones en el reformismo que facilitaron un entendimiento con Joaquín Balaguer, y así construir un candidato que cumplía con los perfiles de modernidad, buen orador y punta de lanza para estructurar un PLD con vocación de poder: Leonel Fernández.

La verdad que el PLD post-Bosch no se puede analizar desde la óptica del partido idílico que recitaba las canciones de Pablo y Silvio. El de hoy, fundamentalmente el que controla Danilo Medina, es una respuesta tanto interna como en la sociedad a la quiebra de un referente anterior donde la palabra y argumentación teórica hizo crisis creando las condiciones para una popularidad construida alrededor de los hechos, la diferenciación y el cerco efectivo y silencioso del aparato partidario.

Danilo Medina no es el político amigo de la teoría. Aprendió de sus fracasos electorales, definió una línea discursiva sobre la pobreza, desigualdad, auxilio al campo y cercanía ciudadana.

En el litoral opositor, enfrentó a un Hipólito Mejía desdeñoso de la conceptualización ilustrada porque siente mayor comodidad en la frase llana y simple que lo aproxima a su mercado natural que es marginal y vinculado a las tareas agrarias. Ahora bien, la ventaja que ha tenido la actual administración del PLD consiste en una formalidad opositora encabezada por un hombre sin ideas ni carisma, exponente genuino de un político que piensa con faltas ortográficas: Miguel Vargas Maldonado.

Lo que valida el dominio del PLD radica en un litoral opositor que no logra intranquilizarlos, no amenaza con desplazarlos del poder, luce incapaz de actuar coherentemente y necesita de una cabeza que encandile a las masas. Y todavía eso se puede lograr.

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