Siete muertos y quince heridos. Aunque el minibús no quedó totalmente destruido, su apariencia es la de un vehículo con daños en toda la carrocería. Más no fue una guagua maltrecha la que impulsó el cuestionamiento a la carretera abierta en ida y vuelta del sur de la isla a Samaná. Fueron los cadáveres, algunos rescatados de la pendiente lateral por donde rodó el aparato, los que llamaron la atención. Y debido a ello, en buena medida, reclaman sin palabras, una explicación por lo sucedido.
Al ofrecer la información en la noche del domingo, los noticiarios de las televisoras reprodujeron versiones de los heridos. Uno de éstos, con venda en el occipital izquierdo, dijo que la guagua resbaló al llegar a la curvita. Retomo la expresión de ese herido. Porque del tema escribimos en ocasión de ponerse al servicio del público la autopista abierta de los Ureña, en la Provincia de Santo Domingo, a Samaná. Hicimos referencia, no a la curvita del herido, sino a los peraltes ahorrados.
En el léxico de los ingenieros viales, el peralte es la elevación producida hacia un lado de una curva. El propósito de esa elevación es evitar que tanto la perspectiva como la inercia sorprendan al conductor desprevenido. Quien conduce un automotor y no prepara su ánimo para enfrentar el giro puede caer en lo que la geometría concibe como parte externa de la curva. Esa parte externa puede ser un talud montañoso, resultado de un corte realizado en el trazado de la vía. En el peor de los casos puede ser un abismo.
Los constructores de la carretera sustituyeron los peraltes por letreros. Estos advierten en la cercanía de curvas, sobre la necesidad de reducir la marcha. Los dominicanos, sin embargo, tenemos un vicio ancestral que nos impide obedecer ésa y cualquiera otra disposición. Apenas algo es prohibido cuando comenzamos a ejecutar ese paso. Ejemplo típico es el caso de los teléfonos celulares. ¿Cuántas personas conversan por uno de estos artilugios de la comunicación en tanto conducen un vehículo por calles y carreteras? Lo más interesante es que aquellos llamados a hacer que se cumpla esa ley contemplan sin remordimientos de conciencia a los infractores.
Respecto del mediano autobús que llevó a la tumba a siete pasajeros prevalecen versiones contradictorias. El herido que habló del resbalón de la curvita declaró que viajaban a alta velocidad. El chofer, en cambio, manifestó que apenas corría a entre ochenta y ochenta y cinco kilómetros por hora. Llovía, sin embargo. Y el agua sobre una pista es aliada segura de los accidentes.
Con lluvia o sin ella, una curva sin peralte invita a los dominicanos al desastre. Porque podrán colocar muchos letreros destinados a que el conductor modere la marcha. Pero lo más probable es que cada advertencia se vuelva acicate para que emulemos a Juan Manuel Fangio. Quienes están llamados a poner orden deben sentir el dolor que embarga a los familiares de aquellos siete muertos. Después de todo uno de los probables factores del accidente pudo ser la ausencia de los peraltes.