Percances con el saludo besucón

Percances con el saludo besucón

Tengo varios amigos que no acaban de aceptar la costumbre ya establecida en la sociedad dominicana de que hombres y mujeres se saluden con besos en las mejillas, sobre todo los que tienen el estado civil de casados.

Creo que la moda se inició por los predios de la Universidad Autónoma, debido a que muchos de sus profesores realizaron estudios en centros docentes de Francia, nación donde el cariñoso tocamiento fue establecido desde hace cuchumil años.

He sabido de peleas a puñetazos entre un marido celoso y algún amigo o relacionado que ha estampado un beso chupóptero en los cachetes de su cónyuge.

Pero también conozco casos de hombres que se han resentido por el rechazo que le ha mostrado alguna fémina a su labio mejillesco roce epitelial.

Un amigo, connotado intelectual, se acercó en el lobby del Teatro Nacional a una conocida suya, bellísima dama millonaria, y acercó su mejilla a la de ella, como expresión de saludo.

Pero a pesar de que no pasó de un respetuosísimo y brevísimo intercambio de calor de buches, la atractiva burguesa hizo un gesto de desagrado parecido al de los afectados de fobia ratonil frente a uno de esos repulsivos roedores.

Mi amigo confiesa que fue tal su vergüenza y su turbación, que miró hacia todos lados, para ver cuántos de los presentes habían sido testigos de la escena.

Afortunadamente, parece que nadie reparó en la para él enojosa situación, por lo que mi pana no sintió disminuida su justificada autovaloración  de hombre de sólida cultura.      Una noche de concierto de música clásica, el caballero se encontraba ocupando su asiento en la sala principal del teatro, cuando vio acercarse a la acaudalada señora.

Tras una revisión del boleto que llevaba en sus manos, ella ocupó una butaca situada a la derecha de la que ocupaba la víctima de su desdén. Lentamente mi enllave se levantó del asiento, ocupando uno ubicado a la izquierda de aquel en que estaba posado.

 Discúlpeme, señora- dijo a la sorprendida portadora de aurífera abundancia- pero reaccionó con demasiada efusividad gestual ante la música sinfónica, y me quito de su lado para no rozarla con algún inoportuno ademán.

El argumento lució poco convincente, debido a que la butaca situada a su izquierda albergaba la anatomía de otra hermosa dama. Pero fue precisamente esa circunstancia la que colmó de vengativa satisfacción al autor del traslado.

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