Percances por regalar libros

Percances por regalar libros

Pese a que mis obras se agotan en las librerías, sufro de la manía de obsequiar ejemplares de ellas hasta a desconocidos.

En uno de sus programas mi querido amigo Freddy Beras Goico me hizo un regaño fraterno, diciendo que los libros que se regalan generalmente no son leídos por quienes los reciben.

Eso lo he comprobado en innumerables ocasiones, y me ha llevado a disminuir los obsequios de impresos surgidos de mi torre pensante.

He perdido la cuenta de las veces en que, al preguntarle a alguno de los beneficiarios si leyeron el libro, su respuesta ha sido que no han tenido tiempo de hacerlo.

Lo grave de esta admisión es que a veces se ha producido semanas y hasta meses después de la entrega.

No han faltado las ocasiones en que alguno me informa que regaló el ejemplar a un pariente o amigo, porque él no tiene afición por los libros.

Una colega me confesó que cuando le dedico una de mis obras, se la obsequia después de leerla a un matrimonio que describe como “verdaderos fanáticos de tus escritos”.

En una ocasión me topé con la pareja en una plaza comercial, y al preguntarles cuáles de mis títulos publicados habían comprado, la respuesta de ella no se hizo esperar.

-Hablando con sinceridad, ninguna, y desde hace un tiempo no tenemos necesidad de hacerlo, porque nuestra amiga común nos libera de ese gasto.

Una tarde visité una librería donde venden ejemplares de obras usados, y vi uno de mis volúmenes en buen estado. Al hojearlo reparé en que se lo había dedicado a una amiga en calidad de obsequio.

Disgustado, lo compré, y al llegar a casa llamé por teléfono a la que califiqué interiormente de ingrata y desconsiderada.

Y cuando empleando duros términos le recriminé su proceder, aumentó mi desagrado por las palabras que en tono risueño brotaron de su traga pan.

-Mario, cuando uno está en olla, y por desgracia no tiene vocación de prostituta, la buena educación y la gratitud las manda a casa del carajo.

Recientemente fui abordado en el parqueo de un supermercado por una hermosa dama.

-Lástima que no traje unas cuantas obras de su autoría, para que las autografiara- dijo.

– Gracias por leerme- contesté, halagado.

-No soy yo quien tiene libros suyos, sino una tía- respondió, caminando hacia su vehículo.

Si hubiera vuelto el rostro, la dama se habría asustado frente a mi cortada de ojos.

 

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