Percepción y realidad

Percepción y realidad

RAFAEL TORIBIO
Para cada uno de nosotros, la realidad no es la que realmente es, sino la que percibimos. Este proceso de transformar lo que es en lo que a nosotros nos parece que es, es lo que determina finalmente la imagen que tenemos de algo, los juicios que emitimos y nuestro comportamiento. Cada persona, por la forma y el medio en el que se ha desarrollado, o se desarrolla, tiene una forma particular de asumir la realidad.

Sus principios, valores y normas de conducta (niveles de conciencia) los ha ido haciendo suyos por el modo en que ha tenido que desempeñarse en la vida (niveles de existencia) Cada uno verá la realidad, emitirá juicios, juzgará a los demás y se comportará según la manera particular en que se ha desarrollado su existencia.

Sin embargo, aún reconociendo que como percibimos la realidad depende de nosotros, debemos reconocer también que la forma en que se manifiesta la realidad termina siendo lo que se considera como lo que es real. A veces, la deformación de una realidad es lo que termina siendo percibida como la realidad. Esto se hace más evidente cuando nos referimos al comportamiento humano, sobre todo cuando nos referimos al desempeño de roles por distintos actores. En estos casos, la percepción que se tiene sobre el actor y lo que hace, va a depender de la manera particular que se tenga de ver las cosas, pero también de lo que se espera que haga el actor en el desempeño de su rol, y de la forma en que frecuentemente lo hace. Por los niveles de existencia nos inclinamos a ver las cosas de una manera, pero las manifestaciones de la propia realidad van construyendo lo que por realidad terminamos por aceptar, independientemente de lo que originalmente era, o deba ser. Así, la realidad termina siendo lo que es, no lo que debe ser.

En términos de comportamiento humano, Juán Manuel Serrat en una canción de su producción Versos en la boca, nos ilustra sobre lo que cada uno espera conforme al oficio que desempeña. En un recorrido por el metro de Madrid nos va señalando lo que cada pasajero va viendo en el otro. Por ejemplo, la policía ve sospechosos, mientras que el zapatero ve pies. Pues bien, no teniendo aún un metro que nos permita hacer ese ejercicio, podemos intentar hacer hago similar pero referido a actores importantes en nuestra sociedad que con su proceder cotidiano y permanente nos hacen verlos de una manera que, aunque a veces represente una deformación de lo que debe ser, ha terminado siendo lo real porque es como son percibidos. Veamos estos casos.

A un político de cualquiera de nuestros partidos, no importa lo que diga, se le ve como una persona en búsqueda permanente del poder político, concretizado en un alto cargo del Estado, que utiliza en beneficio personal, de sus seguidores más cercanos y, en último lugar, de los militantes del partido a que pertenece. A un sindicalista, por su parte, dado la evolución del mercado laboral y el número de los afiliados a los gremios, se percibe como un pretendido representante de minorías, fiel exponente de la ley de hierro que consagra la permanencia en los puestos dirigenciales, con escasa capacidad de movilización social que ha sido asumida por los llamados grupos populares. Pese a todos los esfuerzos realizado, en un empresario lo que se suele ver es a alguien que quiere hacerse empobreciendo a otros y que defiende la libre competencia y la igualdad cuando no se puede beneficiar de un monopolio y de facilidades particulares. En un miembro distinguido de la sociedad civil se percibe a un crítico permanente de quien esté ejerciendo el poder, en busca de un atajo para llegar a un puesto en el gobierno que le evite tener que hacerlo a través de un partido político. Detrás de un legislador del Congreso Nacional lo que se ve es a una persona que fue electa para representar los intereses de los ciudadanos convertida en representante y defensora de sus propios intereses, del grupo al que pertenece o del que se muestre más persuasivo.

En un Regidor lo que se aprecia es un candidato en ascenso hacia otros cargos que recibe un alto salario en forma de viáticos y que suele usar el poder que se le confirió para la búsqueda de prebendas personales, no para defender los intereses de la comunidad que le eligió. Un dirigente político de cualquiera de nuestros partidos se le percibe como un defensor del cargo que ostenta permaneciendo en él hasta que pueda llegar a uno en el gobierno. Y ante un dirigente político de un partido emergente, lo que vemos es un político que por ser permanentemente emergente, se ha convertido en tradicional.

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