Percepciones controversiales sobre la integración

Percepciones controversiales sobre la integración

EDUARDO KLINGER PEVIDA
Para hablar de integración hay que definir de “qué” integración hablamos. Usualmente, se habla de “integración” para referirse al proceso de apertura comercial y, en especial, a la inserción profunda en el mercado norteamericano, lo que, en el mejor de los casos, no pasa de ser un proceso de “integración” comercial.

Integración es mucho más que eso. Es el camino por el que ha avanzado lo que es hoy la Unión Europea. He dicho muchas veces que todo proceso de integración – la real – pasa, ineludiblemente, por la estructuración de un área de libre comercio, pero que no todo acuerdo de libre comercio pretende llegar a una integración plena y consecuente. Aterricemos, dejemos de soñar, ni nos estamos integrando a la economía norteamericana ni nos vamos a integrar a ella; al menos en un futuro previsible y sin que previamente las naciones de América Latina y el Caribe hayamos dado determinados pasos para que cualquier proceso de acercamiento y profundización de la interrelación económica con los Estados Unidos sea en verdad un proceso de integración y no de absorción, que es el verdadero dilema que enfrentamos.

No obstante, ciertamente, hay quienes articulan percepciones controversiales y contradictorias cuando oyen hablar de una integración real. En un extremo, se agolpan los que la rechazan de plano porque su visión del futuro esta permeada por un imaginario de incondicionalidad a los EE.UU. y hablarles de integración es para ellos asumir una posición anti-estadounidense. Para ellos, más allá, no hay más mundo y más acá mucho menos.

Un pequeño grupo de ellos pueden trasnocharse hasta con una supuesta absorción, en el mejor de los casos, económica. Cualquier propuesta que provenga de Estados Unidos será siempre la mejor. Son los del eterno padecimiento de “Tortícolis Norteña Crónica” del que ya hablé en una ocasión en esta columna. Nueva expresión del pesimismo.

Sin embargo, por el lado contrario, en el polo contrapuesto, se concentra otro grupo no menos aletargado. Para él, contrariamente, todo lo que provenga de Estados Unidos es condenable y, por lo tanto, consecuentemente, una propuesta de integración horizontal entre nuestras naciones es interpretada como un instrumento contra los Estados Unidos. Entre ellos hay quienes pueden pensar que el mundo es posible ignorando la realidad de los Estados Unidos y despreciando los vínculos con él.

Entre esas posiciones contrapuestas estamos los que partimos del hecho objetivo de que nuestra integración no es contra EE.UU. – como sí ha habido políticos norteamericanos que la han visto – sino que es una opción por nuestro futuro y que ella, y solo ella, es la que nos puede llevar a una relación intensa con esa superpotencia sobre una base de verdadero beneficio, de intereses mutuos convergentes.

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