¿Perdedores o víctimas?

¿Perdedores o víctimas?

ROSARIO ESPINAL
El 29 de junio pasado, el ex presidente del gobierno español, Felipe González, publica en el periódico El País un artículo titulado «Aceptabilidad de la derrota». Al leerlo pensé que el escrito le caía como anillo al dedo a la República Dominicana después de concluir las primarias del PRD, PLD y PRSC. El argumento central del artículo es que aceptar la derrota electoral es un elemento esencial del sistema democrático.

Según Felipe González, mientras más ha reflexionado sobre el tema, más convencido está de la importancia de la aceptabilidad de la derrota para la democracia, incluso con relación a la alternancia política.

En teoría democrática contemporánea, formulada por autores como Adam Przeworski, la relevancia de este factor radica en que, cuando los actores políticos aceptan que han perdido, se mantienen leales al sistema democrático.

Al leer el artículo recordé un seminario en que participé a fines de los años ochenta en la Universidad de Chicago. El evento fue convocado precisamente por Przeworski, a quien Felipe González hace referencia en su escrito. El tema del seminario fue la micro fundación de la democracia.

En ese entonces, un grupo de politólogos y sociólogos nos dedicábamos a estudiar las transiciones democráticas en América Latina, pero no lográbamos determinar qué factores podrían facilitar la consolidación de las democracias en coyunturas socio-económicas adversas.

En aquel momento las posiciones teóricas se polarizaban en dos grupos: los estructuralistas de procedencia marxista, que argumentaban el destino catastrófico de las nuevas democracias latinoamericanas debido a la pobreza y la desigualdad, y quienes enfatizaban la importancia de la elección racional de los actores políticos para la preservación del sistema democrático.

Como ocurre con frecuencia cuando un grupo de académicos se congrega, no hubo consenso en el seminario sobre los elementos cruciales de la micro-fundación de la democracia. Es decir, no se logró un acuerdo acerca de los factores cruciales para lograr la estabilidad de las nuevas democracias.

Sí quedó claro que en el grupo predominaba la idea de que las democracias latinoamericanas podían sobrevivir aún en medio de las adversidades estructurales, siempre y cuando las élites valoraran la importancia de las reglas del juego democrático para su propia supervivencia, entre ellas, la aceptabilidad de la derrota electoral.

Desde esta perspectiva, las decisiones de los actores políticos tomaban primacía sobre las condiciones estructurales para la praxis y el análisis político.

A simple vista, el argumento de que aceptar la derrota es crucial para la fortaleza del sistema democrático podría parecer una trivialidad, sobre todo, ante los graves problemas que afectan las sociedades latinoamericanas.

Por eso, para comprender la trascendencia de esta idea habría que recalcar lo planteado anteriormente: cuando los actores políticos claves del sistema aceptan la derrota, se mantienen leales a las reglas del sistema democrático y sus instituciones políticas.

En la República Dominicana, el debate que se ha suscitado en los últimos meses sobre qué debían hacer los pre-candidatos perdedores del PRD, PLD y PRSC se vincula estrechamente con el asunto de la aceptabilidad de la derrota.

Se ha criticado, con razón, el uso excesivo y abusivo de los recursos económicos en las primarias y la desigualdad en la competencia.

En el caso del PRD, la cantidad de dinero que utilizó Miguel Vargas Maldonado contra Milagros Ortiz Bosch. En el PLD, el uso de los recursos del Estado en la promoción de Leonel Fernández contra Danilo Medina. Y en el PRSC, el repertorio clientelista de Amable Aristy Castro contra Eduardo Estrella.

Pero en los tres casos, los perdedores conocían bien la naturaleza de sus contrincantes.

No era desconocida la fortuna de Vargas Maldonado, ni que Leonel Fernández era el Presidente en un país con amplia trayectoria de clientelismo en las campañas, ni las triquiñuelas de Amble Aristy.

Ciertamente, es muy lamentable que el dinero tenga tanta influencia en la política dominicana, y que las elecciones hayan devenido en una lucha de poder mediada por recursos económicos en vez de ideas y propuestas para el cambio.

No obstante, ninguno de los perdedores desconocía la ventaja relativa de su contrincante. Todos, ganadores y perdedores, son políticos experimentados en sus respectivos partidos.

Resistirse a aceptar la victoria del contrincante o marcharse del partido, muestra una incapacidad de aceptar la derrota.

Sin duda, el terreno electoral era desigual; pero aún en democracia la competencia política es inherentemente desigual. Por eso la necesidad de establecer regulaciones básicas en las campañas que ayuden a reducir las desigualdades.

Asumir que políticos consumados como los pre-candidatos perdedores no conocían la naturaleza de la contienda, significa atribuirles una ingenuidad inmerecida. Concluidas las primarias, todos los perdedores tuvieron la opción de quedarse o salir de sus partidos, aceptar o no la derrota. Cualquiera sea su decisión es entendible, pero no deben elevarse a la categoría de víctimas de una situación que conocían de antemano.

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