“Perder los estribos”

“Perder los estribos”

Según el Diccionario de la Real Academia, esta frase significa impacientarse mucho y desbarrar, hablar u obrar fuera de la razón. Alude al jinete a quien se le salen los pies de los estribos involuntariamente cuando va a caballo.

Nos referimos a esos momentos en los que actuamos sin pensar, sin poner atención de las palabras que usamos cuando discutimos con alguien. Simplemente perdemos los estribos y cualquier cosita que sucede se convierte en una oportunidad para descargar todas nuestras frustraciones con esa persona.

Lo más complicado es cuando lo hacemos y nos negamos a aceptar que lo hicimos, encontramos mil excusas para evadir nuestra responsabilidad, pensando que ellos hicieron algo para hacernos enojar y no existía otra alternativa si no proceder grosera y agresivamente. Pero ninguna circunstancia es excusa para que tratemos mal a nuestros seres queridos, tu responsabilidad es crear un ambiente de armonía en tu hogar pase lo que pase. Y si no sucede así, puesto que nadie es perfecto, debes aprender a restaurar la paz.

Cuando aceptemos la ira como necesariamente humana, el descontrol parece tener cierta lógica y aceptación, por lo que desgraciadamente la convertiremos en un comportamiento reiterativo, que seguirá sin conducir a nada bueno, y por el contrario, será poco beneficioso psicológicamente para nosotros y para los que la reciben. Esto me recuerda a la famosa reflexión de “El Papel Arrugado”, que cuando actuamos de esta manera, dejamos heridas tan profundas que se vuelven imborrables y que aunque decidamos perdonar ese acto inadecuado, la cicatriz permanecerá por siempre, por lo que entiendo que para poder intentar reanudar ese vínculo sanamente es vital buscar ayuda profesional, para asegurarnos de que haya una introspección profunda en la persona, que le permita reconocer y crear conciencia de la debilidad, para de esta manera poder crear las bases para el cambio, y por ende, la posibilidad de que nunca más se cometa esa falta.

A veces como padres perdemos el control, los estribos y la cabeza con nuestros hijos. Perdemos hasta el equilibrio, el rumbo, la dignidad y el autorespeto. Cuando esto sucede resulta muy doloroso, independientemente de lo que lo haya provocado. Si lastimamos a alguien y tomamos consciencia de lo que hicimos es necesario que nos disculpemos, hablemos sabiamente y arreglemos los asuntos como personas civilizadas. “Es comprensible que algunos padres sientan que ya no pueden más, que se desesperen cuando no logran que el niño se comporte adecuadamente, a todos, en mayor o menor medida, nos pasa. “Si perderemos los estribos, perdemos también la capacidad de darle una enseñanza permanente al niño, un modelo positivo de conducta que le sirva para saber cómo actuar en el futuro, para saber que con violencia no se pueden resolver los problemas”.

Suele sucedernos cuando estamos muy cansados o cuando nos han empujado más allá de nuestros límites. En esos instantes sentimos una intensa frustración que no sabemos reconocer a tiempo. O quizá no sepamos cambiar de ritmo o ni siquiera -en ese momento- nos importe, pero en cuanto ocurre nos sentimos fatal, nos enfurecemos con nosotros mismos y nos entristecemos por nuestros hijos.

Perder los estribos y ser hiriente es algo horrible. Aun así, podemos utilizar la experiencia para aprender y crecer si no tememos reconocer y aceptar que ha sucedido, en lugar de negarlo o quitarle importancia. Culparnos a nosotros o a nuestros hijos no ayuda, ni tampoco desear que las cosas hubieran sido diferentes. Cuando se trata de situaciones como ésta, la consciencia plena nos proporciona un proceso por el que podemos darnos cuenta de cuándo empezamos a perder el control. Así podremos detenernos intencionadamente y enraizarnos todo lo posible en nuestro cuerpo y en nuestra respiración para encontrar formas más imaginativas de responder, con más sabiduría y con un corazón más abierto.

 

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