Pérdida de majestad política

Pérdida de majestad política

La majestad es calidad de grave y sublime, que infunde admiración y respeto, según lo define el diccionario de la RA. Nuestra política vernácula, quienes la ejercen, la están sacrificando para dar paso a modas y rituales en procura de simpatías mediáticas similares a la que se observan en  concursos vanidosos; no obstante ser consustancial a la actividad más noble después de la filosofía y la religión, según legaran pensadores internacionales como Jacques Maritain y el padre  de la Patria Duarte.

 La fiebre de precandidatos en partidos mayoritarios y candidatos minoritarios no se detiene, relajando o desacreditando procesos internos en las organizaciones y la investidura presidencial perseguida, objeto de respeto y solemnidad. Les basta autoproclamarse o inscribirse, o formar tiendas minúsculas, independientemente de poseer la formación, experiencia, probidad y entereza de un cargo que exige tanta competencia como la de Jefe de Estado; irrespetando con ello una ciudadanía expectante de mejorías.

Se ha desatado la firma de pactos sin discusión, algunos reiterativos de disposiciones obligatorias por consignarse en leyes aun cuando contengan disposiciones ligeramente agregadas dentro del simplismo y mediocridad que nos arropa y la complacencia en el ejercicio de responsabilidades oficiales. Se escenifican  encuentros convocados por grupos y organizaciones sociales interesadas en su propia relevancia, emulando oleadas en otras que llevan a concluir con mandatarios atados por sumatoria de pactos particulares que, a sabiendas, no podrán cumplir; pero que obstaculizarían la consecución del bien común a que debe aspirar todo conductor comprometido con el buen gobierno.

Visitas a políticos en repliegue y personalidades de la sociedad, actos de proclamación pomposamente adornadas con solfas y porristas, discursos en cadenas simulando ser “estadistas acabados”, juramentaciones  de comandos de campaña, alardeo y cursilería en el uso de medios electrónicos sin testimoniarse en la realidad, etc; parecen formar parte de una ritualidad a cumplir aún cuando resten efectividad y seriedad. Y despierten celos y conflictos por exclusiones.

La pérdida de majestad toca también esferas gubernamentales cuando se proyectan dando bandazos en sus respuestas a problemas nacionales: cuando se irrespeta la vida ante protestas por no prestar el servicio eléctrico que se pregona cumplir por 24 horas, cuando el Presidente admite el condicionamiento de nuestra soberanía mediante respiros insuflados por el FMI, cuando la reacción oficial a las tantas veces denunciada inseguridad ciudadana es un seminario, cuando la contestación a las urgencias económicas es una conferencia y cuando después de tanta burocracia pro-competitividad nos descalifican en los foros internacionales.

Un paso imprescindible para salir del marasmo que nos encontramos es rescatar la majestad en el ejercicio político.

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