Perdonadme, Señor

Perdonadme, Señor

Si la UASD necesitaba otro estrujón, no se lo dieron desde afuera. En su moderno y fastuoso cascaron, se lo dio ella misma. El Rector Magnífico, queriendo ser un magnífico rector, pide perdón a dos gerifaltes  políticos por la infracción  de un funcionario.

A la vez, deja cesante al profesor Génove Gneco, ejecutado por haber convertido, con obvias intenciones políticas, un asunto interno en escándalo público.  ¡Y qué escándalo! Mostró dos  tesis fraudulentas escritas  por  actores estelares del partido gobernante.

En las instituciones con estructura  y reglamento, los asuntos internos se quedan en casa, el público no tiene porqué enterarse. Sólo cuando  alguna aberración los convierte  en escándalo deben de  ofrecerse explicaciones  a la ciudadanía.

Mal hecho por  Don Génove,  eso de politizar  lo que debió quedarse allí adentro sometido a  serias y detalladas investigaciones. Obligó a las autoridades universitarias a rendir cuentas, y a llevárselo de encuentro.

El país no juzgó ni sentenció a los sospechosos; nadie los puso contra la pared como mandaba la ocasión. No los etiquetaron de falsificadores; tampoco cuestionaron sus credenciales.

 Anestesiados por tanta aberración y  vagabundearía nos  encogimos  de hombros y dijimos: “Y qu酔. 

Conocemos a  nuestros tiburones políticos, que  lo mismo se comen un carite  que el mondongo descompuesto que cae del matadero. Es la razón por la cual  seguimos caminando   sin espanto.

Hasta hoy,  la universidad no ha dicho si hubo o no  falsificaciones.

Mucho menos dijo,  en el sumiso instante del “perdón, Señores”, sí  el profesor era un falsificador de  falsificaciones.

Esclarecer, expulsar, sancionar  y hasta  anular los títulos- si es que fueron obtenidos ilegalmente- es el incuestionable deber del rector, de la rectoría, del consejo de profesores, del consejo de estudiantes y de la Secretaría de Educación Superior.

Incluso, si  se hubiese querido, y  de haberse comprobado el delito, se les pudo  solicitar  nuevas tesis – tarea fácil y breve en la  UASD- y así  los compañeros  esquivaban la ignominia. El rector hubiese lucido  magnífico, contento y  en el  disfrute de las construcciones.

Pero no.  En esta ocasión, el  “Coordinador de la Oficina de no Plagio de Tesis” pierde el cheque. Con su despido se  atizan las sospechas. Mientras tanto, los  títulos  cuelgan en  impresionantes despachos “a la mode”. 

Si falsificaron o no las tesis ha resultado irrelevante. Apaciguar a los  poderosos,  impostergable.

“Os pido perdón vuestras excelencias por haberos ofendido. Tened piedad de mí, benevolencia os suplico…” El rector arrodillado  nos recuerda a aquello de  “Amadísimo Jefe, puede usted estar seguro de mi lealtad  incondicional…”.

 Lo decimos y no nos creen,  otros se sonríen. Los intereses viran  la cara  porque  les conviene la negación. Sin embargo,  está sonando  clara e inequívoca la melodía totalitaria y  debemos  silenciarla.

 De lo contrario,  todos terminaremos  a la merced  de los Señores  y aterrados de  que se sientan ofendidos.

Para los que me puedan atribuir  un toque paranoide, ahí está el allanamiento del  periódico “Siglo veintiuno” como un reloj despertador.

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