Perdóneme, compadre Mon

Perdóneme, compadre Mon

El día 27 de marzo de 1922 en su informe al Comité Central del Partido Bolchevique, en su XI Congreso, Lenin aconsejaba a sus camaradas: «Dejad que los poetas escriban poesías, para algo son poetas». Ocho décadas más tarde acudimos a un artista criollo de las rimas, Don Manuel del Cabral, para que nos arroje luz con su linterna casi centenaria, a fin de que podamos comprender cierta línea de pensamiento extraviada en el tiempo.

Nuestro poeta rural por excelencia nos declamaría: «En esta pequeñita geografía, /en donde siempre la palabra macho /es una catedral desde muchacho. /Aquí, donde la voz está en el cinto, /entre la dentadura de las balas,/ entre la dentadura del instinto».

Y es que sin el autor de Compadre Mon no podríamos asimilar la teoría de las variantes fonéticas que a principio del Siglo pasado expusiera magistralmente el austriaco Otto Bauer en su libro La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia. Postulaba Bauer: «Es seguro que el compás del lenguaje depende la articulación social: un pueblo de comerciantes habla más rápido que un pueblo de campesinos que vive en una economía natural. En el cuerpo fonético de las palabras cada comunidad lingüística refleja de esta manera el modo de vivir, el trabajo profesional, la articulación social de generaciones hace tiempo extinguidas, e quienes heredó la lengua».

Con las herramientas desempolvadas pretenderemos interpretar la desconcertante y lamentable alocución del Jefe de Estado dominicano ante la asamblea nacional, el 27 de Febrero de 2004, día sagrado de la independencia dominicana, en lo que debió ser un acto solemne de rendición de cuentas a la nación y no una indigna retórica reeleccionista que rayó con el irrespeto. Hablando en primera persona de «Mi gobierno», el presidente tratando de justificar su falta a la palabra empeñada de no optar por un nuevo período expresó: «Sería una irresponsabilidad de mi parte, en momentos en que atravesamos estas aguas tormentosas, dejar el timón de la nación en manos inseguras, sudorosas y temblorosas, que ya demostraron sus titubeos y temores en el pasado, cuando les tocó gobernar en el período en que se incubó la crisis.

Más adelante agregó Mejía Domínguez: «Nunca he rehuido a mis deberes. Y ahora, cuando debo actuar con responsabilidad y hombría, no voy a mandarme y establecerme tranquilamente en Gurabo, como si en el país no estuviese pasando nada. Pueblo dominicano que me escucha. Este no es ni será nunca Hipólito Mejía.

Ufanado por su fantasioso éxito en la solución al grave problema energético nacional el mandatario relató: «Luego de prolongadas negociaciones, tomamos la decisión de asumir el control de las empresas Edenorte y Edesur, ante la decisión de Unión Fenosa de no aportar más capital a Edenorte, lo que daría paso al colapso del sistema eléctrico en toda la región norte del país. Cerca de dos millones de dominicanos y dominicanas habrían quedado sin electricidad indefinidamente. Asumo la responsabilidad de haber revertido una capitalización mal hecha, ejecutada por el Gobierno anterior, el cual estaba más interesado en aparentar modernidad que en cuidar y defender los intereses del pueblo dominicano» (fin de la cita)

¡Más falacia no podría haber! ¡Más odio no se podría verter! ¡Involucionamos en el lenguaje presidencial, amigo Bauer!

La población dominicana ha evolucionado más allá del Evangelio de San Juan, pues ya conoce la verdad y se hará libre el 16 de mayo de 2004. A partir del 16 de agosto de 2004 volverán al Capitolio la decencia, la prudencia, la inteligencia, la capacidad, el progreso, la armonía, el lenguaje comedido, la confianza, la racionalidad, el respeto por la diversidad, la fe y la seguridad en un futuro de progreso y bienestar colectivo.

¡Perdóneme, pero alégrese compadre Mon; ya los tiempos del machismo gallero de la politiquería rural, y de las incumplidas promesas demagógicas, de un gobierno «con rostro humano», se están agotando para alivio y salvación de la Patria!

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