Perdonen mi incredulidad

Perdonen mi incredulidad

Las series de televisión producidas en Estados Unidos son importantes vehículos para conformar las ideas que se fijan en la mente de la ciudadanía. Por ejemplo, “Person of Interest” trata sobre una súper computadora que vigila las andanzas de cada ciudadano por las calles de esa nación. “Criminal Minds” muestra a un grupo de agentes de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) que conforman la Unidad de Análisis del Comportamiento, capaces de establecer el perfil de los delincuentes más peligrosos y capturarlos. “CSI” conduce a la creencia de que cuanto crimen se cometa en Estados Unidos será detectado y castigado gracias a una hebra de cabello o a un grano de arena analizados con la más alta tecnología.

Maravillosamente producidas y ejecutadas, esos seriales de televisión llevan el mensaje de que todo aquel que atente contra el sistema estadounidense será castigado. Sus imágenes están siempre llenas de equipos SWAT con cámaras en el casco, helicópteros que rozan los tejados residenciales con un zumbido intimidante, agentes federales con chalecos antibalas, numerosos cargadores y granadas, así como automóviles que, a velocidades extraordinarias, apenas rozan el pavimento. Al final de cada episodio, “El Malo” cae acribillado o es esposado por detrás, mientras “Los Buenos” vuelan hacia Quantico en un jet de lujo o van a desayunar a una cafetería barrial.

Esta semana en Boston, las imágenes habituales de las series salieron de los televisores para empezar a ser vistas a través de las ventanas de cada edificio. Los SWAT en pie de guerra, los federales artillados como en Faluya y los policías con cuanto equipo podían colgarse permanecían en el frente de cada casa. ¿Por qué? Dos artefactos explosivos caseros habían sido detonados cerca de la línea de llegada del tradicional maratón, provocando tres muertes y más de un centenar de heridos. Las grabaciones de las omnipresentes cámaras televisivas fueron procesadas por los “profilers” hasta detectar como “sospechosos”, sin evidencia alguna, a dos jóvenes que portaban mochilas a sus espaldas. Por obra y gracia de la paranoia de las autoridades, se ordenó a los habitantes de los cinco condados de la ciudad que se encerraran en sus respectivas casas y a nadie abrieran las puertas a menos que fuera un policía uniformado. El transporte colectivo terrestre se suspendió. El Metro y Amtrak fueron paralizados. Todas las oficinas, comercios y establecimientos de servicio fueron clausurados. El confinamiento fue asfixiante.

Boston, mejor conocida por su excelencia como la ciudad con magníficos hospitales y universidades, fue convertida en una zona fantasma por el toque de queda impuesto. Millones de habitantes fueron encerrados en sus lugares de residencia con la excusa más insólita que alguien pudiera imaginar: habían detonado dos cargas explosivas de fertilizante (nitrato de amonio) contenidas en ollas de presión caseras. Y eso fue razón suficiente para provocar una paralización total de las actividades de la ciudad, provocando pérdidas comerciales e industriales por centenares de millones de dólares.

Evidentemente, las autoridades sobredimensionaron la situación convirtiéndose en los mejores vehículos para que el pánico cundiera. El gobernador estatal, los Senadores y los jefes policiales, de hecho se convirtieron en los verdaderos terroristas. Peor aún, cuando localizaron a uno de los “sospechosos”, no lo capturaron para interrogarlo, confirmar si era culpable y conocer los motivos de sus acciones. Por el contrario lo acribillaron sin que alguna autoridad o periodista pudiera hablar con él. Ojalá las autoridades permitieran que el otro sospechoso declarara sin coacción para que se obtengan evidencias y establezcan responsabilidades.

Ahora debe preguntarse: ¿qué podían hacer contra la ciudad de Boston estos fabricantes de bombas caseras contenidas en ollas de presión de fabricación española? ¿Detonarían una bomba biológica con viruses incontrolables? A nadie extrañaría que las autoridades inventaran otra fábula como la de 2001 luego del WTC para fortalecer el pánico inoculado a todo Estados Unidos. A pocos sorprendería que en lo adelante se iniciara otra campaña oficial de mayor restricción de las libertades públicas en ese país. Asimismo, en nombre de la seguridad, podría promoverse una mayor necesidad de las armas de fuego, fortaleciendo así la derrota de la propuesta del presidente Obama que trataba de limitar su venta al público.

Y colorín colorado, en Boston nada ha pasado.

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