Perdonen mi incredulidad

Perdonen mi incredulidad

Ponerse a argumentar, a favor o en contra, de las propuestas planteadas por el presidente Leonel Fernández en su discurso del jueves 17 de marzo de 2011, es una miserable forma de perder el tiempo.

Ese discurso fue el mismo de cada crisis anterior, actualizada con las particularidades de este momento. En definitiva, lo que el Presidente quiere es que nos distraigamos analizando sus promesas, pocas veces cumplidas. De esa manera gana tiempo para manipular la actual crisis política y económica, tan grave y prolongada como pocas veces ha tenido lugar en nuestra historia republicana. Ponernos a discutir sobre las propuestas planteadas sería hacerle el juego a sus planes de perpetuación política desde la Presidencia de la República.

Ruego me excusen por no creer en las promesas del presidente Fernández Reyna. Nadie, sino él mismo, me ha hecho desconfiar de todos (repito todos) los planteamientos que hace en cada crisis de gobernabilidad que provoca. Su siempre demostrado, y nunca negado, afán de perpetuarse en el poder, lo ha conducido a no realizar aquellas medidas que beneficien directamente al pueblo dominicano. Con su forma de administrar el Estado, lo de “comesolo” dejó de ser un apodo para convertirse en “denominación de origen”.

Así que, si estoy convencido de su escasa sinceridad, menos puedo creerle cuando habla de todo menos de la corrupción que ninguno de sus funcionarios íntimos se preocupa por ocultar. Con evidente malicia, el Presidente deja fuera de su análisis ese tema. Desprecia, por conveniencia propia, asumir las recomendaciones de la sociedad civil dominicana, del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo y de su bien amado embajador de Estados Unidos. Momentos antes, éstos habían recomendado aplicar medidas más efectivas y contundentes para prevenir y combatir el robo oficial. Dominicanos y extranjeros consideraron que las acciones debían ser aumentadas para manejar los fondos del Estado con mayor transparencia. La corrupción es, sin lugar a dudas, la causa principal del deterioro nacional, tanto en lo moral como en lo económico. Perdonen mi incredulidad pero, contra ese delito, sólo algunas medidas han sido tomadas a manera de coartada. De lo que Leonel sí se ocupa es de garantizar la impunidad de sus funcionarios más cercanos.

Desafortunadamente, ya el Presidente miente sin sentir rubor. ¡Qué otra cosa podría interpretarse cuando, respondiendo a preguntas de periodistas, dice no estar enterado de que 50 congresistas de su Partido lo propondrán como candidato presidencial a pesar de la prohibición que establece la Constitución de la República! Peor aún, pidió a los comunicadores la oportunidad para reflexionar sobre ese asunto. Perdonen mi incredulidad pero ¿quién puede dudar de su autoría intelectual en cuanta trama antidemocrática se cuece en el Congreso Nacional. Mientras Leonel habla de paliar la crisis que abate a la nación, por otro lado trata de establecer precedentes legales para postularse a la Presidencia en las elecciones de 2012. Entre el Presidente y sus alcahuetes, Senadores y Diputados, existe una asociación de malos hechores que está precipitando una descomunal crisis social.

Como rueda de molino vuelvo a la sabia expresión de William Fulbright, Senador estadounidense durante la segunda mitad del siglo pasado. El que provoca un incendio no puede ser felicitado por el hecho de que ayude a recoger las cenizas de su delito. Un pirómano nunca podría ser un buen bombero. ¿Quien provocó esta crisis moral y económica que, de tan profunda, no es siquiera condonada por el Fondo Monetario Internacional? El responsable de esta crisis es el doctor Leonel Fernández Reyna quien ha gobernado República Dominicana durante siete años violentando, según su conveniencia, la Constitución y las leyes dominicanas.

Leonel quisiera hacernos creer ahora que los graves problemas del país están en el exterior. De esta manera trata de eximir a su gestión gubernamental como la causa principal del deterioro de la nación. Yo, sin embargo, considero que al pueblo se le han hecho demasiadas promesas para que, al final, no sean cumplidas. De ahí que le haya perdido toda la confianza que pude tenerle. Perdonen mi incredulidad, pero no quisiera que este país llegara a la conmoción social que nuestro Presidente está provocando con sus desmesuradas ambiciones.

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