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Como es harto sabido, para llevar a feliz término un proyecto de reforma de la educación se debe de contar con los servicios de más y mejores maestros. Las transformaciones de los sistemas de instrucción pública ocurren y encuentran su razón de ser en las aulas y en los laboratorios de clase. Los gestores y los técnicos en la materia lo único que hacen es elaborar propuestas de reformas curriculares y de planes y programas de estudios que otros habrán de poner en práctica. ¿Quiénes son esos otros? Los maestros orientados por directores regionales, distritales y de escuelas. En la contraportada del manual “Aprendizaje y Desarrollo Profesional Docente” publicado en Madrid en el año 2010 por la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y divulgado por la Editora Santillana, leímos que “los docentes son imprescindibles para mejorar el aprendizaje de los estudiantes, para incrementar la calidad de la educación y para desarrollar la sociedad del conocimiento”.
En opinión de muchos, el Pacto por la Reforma de la Educación, combinado con las correspondientes disposiciones del Ministerio del ramo, nos proporciona un plan audaz y progresivo para adaptar a nuestro sistema de instrucción pública a los cambios rápido y de largo alcance que están teniendo lugar en la América española y en otras partes del mundo. Tal y como nosotros lo apreciamos, dicho plan establece un marco para una amplia reforma de nuestra escuela que tardará algunos años en desarrollarse. Somos de opinión de que nadie puede prever con certeza cuál será el resultado de sus diversas innovaciones, y no nos cabe la menor duda que en el trascurrir de su aplicación hará falta introducir algunas que otras importantes modificaciones.
No disponemos de datos suficientes que nos lleven a afirmar que aquí se esté formando el número requerido de profesionales de la educación acorde con los planes de formación y capacitación docente en marcha. Si sabemos, que el desplazamiento de los estudios pedagógicos hacia el nivel superior (involucramiento de las universidades en los proyectos de formación y capacitación de maestros), además de satisfacer muchas de nuestras necesidades en la materia, obedece a las recomendaciones de agencias de ayuda y de cooperación internacional. De conformidad con las estadísticas oficiales, más del ochenta por ciento de los maestros de las escuelas públicas posee un título que lo acredita como tales. Y muchos de ellos han cursado estudios especializados, maestrías y doctorados en universidades nacionales y extranjeras. Pero, casi todos empezaron a ejercer el oficio antes de haber completado su formación profesional. Y, como era de esperase, muchos de esos docentes no abandonaron sus viejas prácticas por no decir “sus malas mañas” ¿Estudiaron para prestar mejores servicios o para asegurase un lugar en el sistema? No lo sabemos. Afortunadamente, la formación, capacitación y desempeño del ejercicio docente aquí han ido evolucionando en sentido positivo. En la actualidad, la carrera de pedagogía y otras afines se cuentan entre las preferidas por el estudiantado universitario. Hoy, le resulta difícil a una persona ocupar un puesto de maestro en una escuela pública o en un colegio privado sin antes haber cursado una carrera pedagógica u otras afines en una institución de estudios superiores. El problema que nos afecta en materia de formación de maestros ya no es de cantidad sino de calidad.
Existe la necesidad de internacionalizar y armonizar el nivel de cualificación profesional de los maestros en servicio. El perfil del docente de hoy es muy diferente al de ayer. La tiza y borrador ya han sido sustituidas por el ordenador portátil y el teléfono móvil. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación han tenido y tienen un gran impacto sobre las formas y los medios de transmitir conocimientos. Hace unos cuantos años que todo eso era ciencia ficción; hoy, forma parte de la realidad de todos los días.