Perfil del congresista

Perfil del congresista

DANILO CRUZ PICHARDO
Con la descomposición moral que viene atravesando la sociedad dominicana no debía de sorprender a nadie que al Poder Legislativo, el principal poder del Estado, elijan individuos carente de valores morales y que expongan a uno de sus hemiciclos a un escándalo internacional, dada la trascendencia del caso y la cobertura que suelen ofrecer los corresponsales de las agencias noticiosas mundiales. Las cúpulas de los partidos políticos debían de impedir, en la celebración de sus elecciones primarias, la participación de personas que no cuenten con un certificado de buena conducta y de una imagen pública reconocida e incuestionable.

En otros tiempos en la República Dominicana el perfil del candidato a posiciones congresuales y municipales era diferente. Se exigía historial y lealtad partidarias, defensa de su comunidad y cierta facilidad en la expresión oral. Y no importaba a qué clase social pertenecía. Todo eso pasó a la historia.

Ahora el perfil del candidato a diputado o senador es otro, porque la principal cualidad es el poder económico. Se trata de propietarios de bombas de gasolina, compañías constructoras, cabañas y, en el menor de los casos, colmados cerveceros. El candidato tiene que andar en una yipeta moderna y resolver problemas (de toda clase) de los militantes.

Las bases de los tres denominados partidos mayoritarios están prostituidas. Y ya no se puede hablar de militantes sino de clientes políticos, porque el apoyo y la campaña electoral se hacen a cambio de dinero. Como diría William Shakespeare: «El dinero vale por veinte oradores». Y agrega «si el dinero va por delante, todos los caminos están abiertos».

Se desprende, pues, que el que no depende de recursos económicos no puede aspirar a posiciones electivas. Y si tiene dinero y no hace uso del mismo sus posibilidades son inciertas.

Aunque siempre se alegó que el voto de arrastre era antidemocrático, ahora con el sufragio preferencial se estimula la compra de conciencia. Sólo así se justifica que en los tres partidos grandes se registraran derrotas de meritorios y prominentes dirigentes, de parte, en algunos casos, de muchachos desconocidos hasta ese momento. ¡Increíble!

Para que los dirigentes políticos provenientes de los estratos sociales más humildes puedan aspirar a posiciones electivas, en las elecciones de medio término las cúpulas de las entidades debían de reglamentar la propaganda e impedir que se practique el soborno o compra de conciencia, tal y como se hacía en el Partido de la Liberación Dominicana en los tiempos de Juan Bosch.

Pero es una ilusión pensar en esa posibilidad, porque los miembros de las cúpulas partidarias, enriquecidos económicamente en su mayoría, no «afilarían cuchillo para sus gargantas», por lo que la famosa democracia interna es una pura pantalla.

No puede hablarse de democracia interna con candidatos limitados económicamente, que apenas pueden colocar afiches a blanco y negro, mientras otros difunden propaganda por los medios electrónicos y escritos y hacen uso de gigantescos equipos de sonido, colocan grandes vallas, hacen operativos médicos y reparten agua, medicinas y alimentos; regalan cajas de muerto, madera, zinc y otros materiales de construcción. Es como la famosa lucha de David y Goliat.

Hay legisladores que carecen de iniciativas y capacidad para la elaboración de proyectos de ley encaminados a beneficiar a sus comunidades. Hay legisladores que no pueden exhibir aportes, pero si cuentan con dinero suficiente para invertirlo en la campaña electoral, se convierten de inmediato en potenciales candidatos. y hasta vuelven a ganar.

De la forma en que operan los partidos políticos dominicanos no se cumple el derecho de que todos pueden «elegir y ser elegidos», porque este último aspecto está reservado exclusivamente a los más poderosos desde el punto de vista económico. Y lo peor del caso: sin importar si ese poder económico es limpio o sucio.

Sin embargo, para que no haya brechas a las malas interpretaciones, debo de anotar que en el Congreso Nacional hay legisladores honorables, capaces y que han ofrecido un valiosísimo aporte a las demarcaciones geográficas que representan. Y que la Cámara de Diputados, particularmente, ahora en la gestión de Alfredo Pacheco, ha mejorado significativamente su imagen pública.

Lo que es de preocupar es el deterioro moral en que han caído, sin excepción, las organizaciones políticas tradicionales, las cuales ameritan renovarse y adecuarse a los nuevos tiempos, concentrase en la preparación educacional e ideológica de sus correligionarios e impedir que el mercantilismo se generalice, como en efecto está ocurriendo, porque así se pierden la esencia doctrinaria y el carácter de instrumento de lucha que procura el ascenso al poder para beneficio del pueblo.

En los partidos políticos hay que retomar las doctrinas ideológicas si se persigue un efectivo relanzamiento. Y revisar, entre un grupo de aspectos, el perfil del legislador, el cual está siendo seriamente distorsionado en estos momentos.

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