Perfil
José Alcántara Almánzar en pasado

<STRONG>Perfil<BR></STRONG>José Alcántara Almánzar en pasado

“A mí no me cuesta trabajo estar conmigo mismo en soledad y en silencio porque siempre he sido así, y cuando me preguntan qué haría si volviera a nacer digo que probablemente lo mismo, porque yo me crié en Villa Francisca en los años 50, 60, a dos esquinas de la Duarte con París, al lado de Ramón Francisco y muy cerca de Marcio Veloz Maggiolo, el mismo barrio de Arístides Incháustegui, el barrio que me enseñó que tenía que aprender a concentrarme si quería asimilar lo que leía y estudiaba en medio del bullicio de las velloneras que traían las canciones de Celia Cruz y de Toña la Negra y los mariachis que me acompañaban al colegio por las mañanas”.

José Alcántara Almánzar creció sin percatarse de lo que ocurría a su alrededor y ha vivido con ese hábito al extremo de no escuchar conversaciones o el sonido del teléfono si está inmerso en su labor intelectual.

No lo considera un mérito, pues en ocasiones podrían estar pasando asuntos importantes, pero lo cuenta para explicar su aislamiento, sobre el que se le consulta. Es de los pocos escritores que no participa de las habituales peñas ni siquiera se le enmarca en una “generación” o “grupo” cuando se destacan su nombre y su obra excepcional, diversa, laureada, en las antologías literarias. No ha necesitado esos intercambios para narrar vivencias comunes admirables, imperecederas. El licor no ha sido pretexto para el fluir de las ideas en sus creaciones prodigiosas.

Dice ser callado, tímido, con poca resistencia para la chercha intermitente. “Me gusta más escuchar que hablar, observar, más que estar en el medio y ser el centro de atención, eso no me gusta, por lo tanto, me llevo muy bien con la gente conversadora, alegre, la que siempre está  de buen ánimo. No me interesan las reuniones sociales, aprendí a bailar cuando me casé porque Ida me dio un ultimátum y tuve que aprender a defenderme, porque a ella sí le gusta”, manifiesta..

El educador, sociólogo, crítico literario, narrador, ensayista, nació el dos de mayo de 1946 cuando ya José Dolores (“Lolo”) Alcántara Zorrilla y Balbina de Jesús Almánzar Sánchez (Ana) habían adoptado como hijos a Hugo  César y Héctor Rafael Quezada Almánzar y a Carmen Liliana y Rafael Vicente Barreto Almánzar pensando que tras varios años de matrimonio ella no procrearía pero después del advenimiento de este primogénito introvertido, reservado, discreto, vinieron Ana Josefa, Héctor Rafael y Julio César.

En su infancia temprana subía a la casa de dos pisos de los hermanos Hirujo a volar chichiguas, jugar bolitas, montar velocípedos o explotar montantes para Año Nuevo pero sufrió una transformación al entrar al colegio Don Bosco, de los Salesianos, marcado por la prisión de Hugo que conspiraba contra Trujillo y el incendio, en circunstancias muy extrañas, de la guagua con que su papá ganaba el sustento como chofer. “Ya Hugo estaba preso y uno no sabe si fue represalia. Eso ya me cambió, entré a una adolescencia muy vivida hacia el interior de mí mismo y si había sido un muchachito parlanchín y entrometido, después fui un púber muy circunspecto y aislado”.

Pidió a su madre que le pusiera a estudiar música. Su profesor fue Luis Mena, en la Escuela de Villa Francisca que estaba frente al hoy parque Enriquillo, pero la necesidad le impuso cambiar piano y solfeo por una maquinita mecánica marca “Underwood”.

Trabajos infinitos.  A los 16 años comenzaron obligaciones laborales y familiares que no se han interrumpido pese a los éxitos tempranos del notable pensador que a los 25 años entraba a la literatura, cosa rara, con una antología que fue texto en universidades, vendió 10 mil ejemplares y le sacó de la cárcel cuando cayó injustamente preso junto a la esposa durante los funestos 12 años balagueristas porque una amiga dejó en la casa un paquete que contenía parte del dinero de un atraco para la causa revolucionaria contra ese régimen. Ida y José pensaban que era un juguete y cuando la joven fue interrogada, reveló el escondite.

Víctor Grimaldi, que entonces, 1974, era cuñado de José, publicó los juicios de Alcántara en esa selección, sobre un libro del ex Presidente. Todo el mundo había escamoteado a Balaguer su condición de intelectual y el autor fue criticado por la inclusión. Esto, empero, lo ayudó. A dos días de haber salido “Esto escribió José Alcántara de Joaquín Balaguer”, el general Guzmán Acosta les anunció que por orden del mandatario saldrían bajo arresto domiciliario, después los excluyeron de ese expediente.

Su primer trabajo fue de secretario “utility” en “Jaime Méndez Sucesores”, importadora de maquinarias. Le sirvieron sus estudios comerciales en el Instituto Chevalier del profesor Mario Chevalier de León, ubicado frente al cine Diana, en la Duarte. Luego pasaría a ser computador y archivista en Planeamiento Urbano del Ayuntamiento, bajo la dirección de René Sánchez Córdova y posteriormente director de Vita Dominicana, fundación dedicada a la asistencia técnica a campesinos. Viajó por la frontera, realizó campañas de vacunación, hizo cursos de crianza de conejos y fue cancelado cuando se declaró partidario de la nacionalización de las empresas extranjeras. Vita se mantenía de donaciones de  multinacionales.

El fiel y amante esposo de Ida Altagracia Hernández Caamaño y padre de Ernesto, Yelidá y César, agotó otros trabajos antes de llegar en 1995 al Banco Central de la República Dominicana como director de la Biblioteca y poco después del Departamento Cultural, hasta el presente. Fue profesor en el Colegio Loyola, maestro de español para extranjeros en el Instituto Cultural Dominico Americano y catedrático de las universidades Autónoma de Santo Domingo, Intec y Nacional Pedro Henríquez Ureña.

Muy joven militó en la UER y fue marxista, pero no es político pese a que muchos creen que perteneció al Partido Comunista Dominicano pues colaboraba con la revista “Impacto Socialista”, de esa organización  a través de la cual viajó a Cuba y a la Unión Soviética. Además, entre sus amigos de entonces estaban Narciso Isa Conde, Carlos Dore, José Israel Cuello… “Fue una época importante. No reniego de ese momento que para mí fue fundamental, después, claro, la vida me ha hecho cambiar, ver cosas que no veía”.

Confiesa ser afortunado por no ser político “porque a pesar de que Juan Pablo Duarte decía que era “la ciencia más pura y más digna después de la filosofía”, yo creo que se ha convertido en una de las prácticas más deleznables que existen, con sus honrosas excepciones, que siempre las hay”.

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