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La senda de los libros, camino seguro

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José Alcántara Almánzar, galardonado este año con el Premio Nacional de Literatura que otorga la Fundación Corripio, dice que este lauro sirve un poco para mostrar, en esta hora que vive República Dominicana donde hay tantos despropósitos y contravalores, que seguir la senda  de los libros es un camino seguro para lograr cosas que están más allá de las materialidades de la cotidianidad.

Porque la literatura como arte, a fin de cuentas, “te lleva hasta esferas donde vas buscando la belleza, la perfección, puedes conocer el mundo mejor y conocerte a ti mismo, y los jóvenes de hoy, que están tan apresurados en lograr un bienestar económico, a veces no siempre por vías muy legítimas, que eso es lo que nos está desquiciando, gente que quiere ser rica y poderosa de hoy a mañana”, debería apreciar que esta distinción “señala un camino distinto, que es enaltecedor, alentador”.

Entiende que mientras él se divertía pacientemente leyendo libros, ha llegado a un punto de madurez –no le gusta hablar de consagración-, “de cierta sabiduría para apreciar estas cosas”.

Dedicó el Premio a los que han sido sus alumnos, porque siempre dijo que como maestro, lo único que le interesaba era no traicionarlos nunca, como tampoco los ideales que les inculcó. “Si yo dejé de enseñar hace ya ocho años, es porque sentí que estaba arando un poco en el mar, con valores que no eran aceptados, que tal vez me escuchaban pero lo veían como algo obsoleto, de otro momento. Seguía predicando la honestidad, la responsabilidad, la seriedad, la disciplina, todo eso que nos ha guiado a nosotros, a nuestra generación, y que hemos ido perdiendo en manos de una cáfila de bandoleros que han destruido esa fe del pueblo dominicano”.

Cree que lo que se está viviendo es el imperio del crimen, de personas sin ningún valor “que ha logrado taparle la boca a la gente buena, seria, honesta, que hay mucha en este país”, expresó.

Confesó que le ha gustado y alegrado recibir el Premio Nacional de Literatura no sólo por el dinero, “que quizá sería lo de menos, sino también porque para mí representa un compromiso. Un premio es algo que te compromete a no traicionarte y a no traicionar a los demás que han creído en ti”.

Sin embargo, el polifacético escritor está convencido de que un premio no da la medida de una obra ni habla de su valor. “Es una circunstancia, es la suerte, el destino, la confluencia de cosas positivas, un regalo, un reconocimiento, pero no es una medida para la obra, la obra se mide con otros términos, tal vez usando aquella frase famosa de Marguerite Yourcenar: se mide con el tiempo, es el gran escultor, el único que pone las cosas en su sitio”, dijo.

“¿Cuántos grandes escritores nunca se ganaron un premio, algunos por meter la pata, como Borges, que fue a saludar a Pinochet y ahí perdió el Nóbel, nunca se lo dieron, otros porque han muerto antes o no han tenido todo a su favor y aun el Nóbel, que es el premio más alto que se da en el mundo de la literatura, hay gente que lo cabildea, que tiene sus oficinas en Estocolmo, que manda a traducir sus obras y hace todo, todo, todo, para que el premio, algún día, caiga en sus manos”.

Añadió que aunque se siente agradecido, “el premio no mide nada, no dice. ¿Por qué? Porque la calidad de la obra sólo la va a decir el tiempo. Si yo tengo la dicha de que me sigan leyendo después que ya no esté aquí, entonces ese es el premio”.

Vocación literaria.  En su niñez, el padre lo mandaba a salir de la casa porque pasaba el tiempo libre leyendo los cuentos de Juan Bosch o a José Ingenieros, “que era el ideal de perfección, era una utopía”.

Al definir su vocación literaria, cuenta que sus amigos en este campo fueron mayores que él. Quien menos años le llevaba era Máximo Avilés Blonda, que había sido su profesor en la universidad, y el mayor, Héctor Incháustegui Cabral, “que podía ser mi papá con creces”. Los demás eran Virgilio Díaz Grullón, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, entre otros.

De su generación mantuvo buenas relaciones con Enriquillo Sánchez y respeta y quiere mucho, afirma, a Jeannette Miller, Armando Almánzar, Soledad Álvarez, José Enrique García y otros.

Porque en su provechosa y productiva vida intelectual Alcántara ha sido crítico “y cuando tú eres creador y haces crítica esto te coloca en un terreno muy difícil porque tienes que dar opiniones sobre obras y eso a veces no gusta mucho, la gente no lo acepta de buen grado”.

A él nunca se le ha ocurrido contestar juicios desfavorables a su producción, pero cuando él era crítico literario de la revista ¡Ahora! muchos fueron a pelear con él, a desafiarlo a irse a los puños y le atacaron por la prensa. “A los que escribieron contra mí nunca les contesté porque creo que tú no puedes defender una obra que escribiste, la tienes que dejar que ella se defienda sola por el mundo. Si una novela o un libro de historia no son capaces de defenderse por sí solos, entonces no tienes por qué decir nada, porque, por más que digas, por más que te pelees con la gente, siempre van a tener esa opinión, o peor, a veces ni te la van a decir completa”.

Tiene casi 700 publicaciones entre artículos, ensayos, libros, algunos premiados, como los cuentos “Las máscaras de la seducción” y “La carne estremecida”, muchos traducidos al alemán, inglés, italiano, irlandés que  circulan con gran demanda en el extranjero.

Además de su extensa trayectoria literaria, ha sido corrector de estilo y de pruebas y asesor editorial de universidades, fundaciones, grupos financieros. En 2003 publicó “Huella y memoria, E. León Jimenes: Un siglo en el camino nacional”, que es probablemente el único libro pagado que ha escrito. “Me pude demostrar que yo podía hacer un libro por encargo sin hacer una apología de quienes me contrataron para eso”.

En síntesis

Hasta el Nobel se cabildea

Cuántos grandes escritores nunca se ganaron un premio, algunos por meter la pata, como Borges, que fue a saludar a Pinochet y ahí perdió el Nóbel;   y aun siendo el premio más alto que se da en el mundo de la literatura, hay gente que lo cabildea, que tiene sus oficinas en Estocolmo. 

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