Desde el final de la guerra de abril, cuando surgió la generación de post-guerra, la vena creativa de Mateo Morrison a lo largo de cuatro décadas lo ha situado como uno de los exponentes más altos de la poesía dominicana actual. Sus producciones fueron un canal abierto por donde se regó entre los jóvenes la semilla de la cultura. Es el poeta dominicano que más gusto lleva en recitar su poesía: de su garganta escuché salir los versos que anunciaban la llegada de un hombre nuevo y de una sociedad mejor.
Los poetas que surgieron después de aquel extraordinario acontecimiento bélico hasta nuestros días han tenido alguna relación con él: leyeron sus libros o sus escritos en los diarios, lo vieron y escucharon en algún recital poético, asistieron a alguna de sus conferencias o se relacionaron con su fructífera labor como activista cultural.
En los difíciles años cuando se persiguió a los jóvenes y se consideraba un delito leer libros, recitar poemas en público o promover la cultura, Mateo Morrison desafiaba los peligros y recorría el país leyendo poesías de amor y de contenido político en los clubes culturales. En el poema Ahora que la Patria no es un Libro, dice: De nuevo la patria se ha arrinconado/ en nuestros corazones/ y en libros que resultan clandestinos.
Con su torrente creativo ha incursionado en todos los escenarios y no se ha anquilosado en la burocracia de las oficinas a pesar de las posiciones ejecutivas que ha desempeñado como director del Departamento Cultural de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Director de Formación y Cooperación Técnica y Presidente del Consejo Presidencial de Cultura, Director General de Formación y Capacitación de la Secretaría de Estado de Cultura, Asesor y Consultor del Secretario de Cultura, entre otras. Echó raíces en el pueblo cultural y nunca ha perdido el contacto con los dirigentes de ese sector.
Yo mismo aprendí mucho de él. De hecho recibí influencias de sus primeras producciones, especialmente de aquel poema maravilloso que siempre me acompaña, uno de mis favoritos en toda época y circunstancia: Se que antes del odio fue el amor/ que las niñas ya doncellas blandían sus sonrisas en los poblados/ y el niño casi hombre regaba con dulces piropos la llanura/ Y preguntarán entonces/ por qué tienen mis versos/ este rastro de llanto recrecido.
Además de autor de libros magníficos como Poemas del Amoroso Ente, Aniversario del Dolor, Visiones del Transeúnte, Si la Casa se Llena de Sombras, le conocí como gran organizador de eventos que influyeron directamente en mis inquietudes poéticas; a saber: el Primer Congreso de la Joven Poesía Dominicana, el Encuentro Internacional de Escritores Pablo Neruda y decenas de cursos y talleres; su figura fulguró cuando, por su iniciativa, estuvo en nuestro país una alta personalidad de las letras rusas: Evgueni Evtuhienko.
Ha sido el poeta más consistente de su generación y este mismo año ha lanzado a la luz la segunda edición de su primera novela Un Silencio que Camina, donde relata la historia de amor de dos adolescentes, Mario y Momón, quienes silenciosamente mantienen una lucha cerrada por conservar el amor de una muchacha llamada Teresa que ha comprometido sus sentimientos con ambos: dos jóvenes poetas, amigos inseparables, ahora separados y dispuestos a todo para ser el que se quede con la doncella.
La muchacha le dio el sí a ambos. Para emplazarla a que decida por uno de los dos inician un largo recorrido, juntos pero al mismo tiempo separados por un pesado mutismo, ocupando cada lado de la solitaria carretera, pensando en sus respectivas estrategias ante la guerra que de ese amor se iba a desatar. El final es un contratiempo inesperado y la atmósfera está rodeada del pesado ambiente de la época: final de la tiranía trujillista, inicio del primer gobierno democrático, el golpe de estado contra el gobierno constitucional, la guerra de abril y la represión política de los doce años de Joaquín Balaguer.
Un silencio que camina es un hermoso poema sobre la amistad y sobre la adolescencia. Aparecen en el relato las contradicciones no fundamentales de dos personas que, por el amor de una mujer, ponen fin a una entrañable amistad.
Por su obra poética, ensayística, narrativa y por su activismo cultural, Mateo Morrison es una cumbre de las letras dominicanas del presente.