Periodismo y literatura IV

Periodismo y literatura IV

Los periodistas pueden difundir, magnificar, minimizar o deformar las declaraciones de políticos y empresarios. Pero sin la acción inquisidora de ellos, el hombre común no se enteraría nunca de las trapacerías de los funcionarios públicos; ni de los abusos de poder. Montones de iniciativas cívicas valiosas han salido de los periódicos. El padre del periodista norteamericano James Gordon Bennett, dijo una vez a su hijo: “El propósito de un periódico no es educar sino alarmar”. Esta opinión del siglo XIX tal vez ya esté pasada de moda. Los periódicos de hoy pueden contribuir a la educación de las sociedades; y aún es útil, ocasionalmente, que den “la voz de alarma”.

Los asuntos más importantes de una comunidad, los que afectan a gran número de personas, a menudo son olvidados, “disfrazados” o escamoteados. Intereses de grupo, pasiones políticas o “ceguera institucional”, desalojan los problemas de “la vista del público”. El trabajo del buen periodista vuelve a ponerlos “en foco”. Alarmar no es hoy el objeto básico del periodismo, pero no hay duda de que las campañas de prensa, muchísimas veces, sacuden la modorra colectiva. La necesidad de preservar la naturaleza, los peligros de la contaminación por plomo, o los daños causados por alimentos enlatados viejos, han sido advertencias de la prensa.

Son los medios de comunicación los vehículos que sostienen el “sistema común de referencias sociales”: el conjunto de cosas acerca de las cuales la gente “sabe a qué atenerse”, los saberes o antecedentes colectivos sobre los que se funda la convivencia. En ese tinglado de la prensa, la radio, la TV, se ejerce la labor trascendente del periodista. Un periodista puede llegar a ser un “sacerdote laico”, una especie de “ministro de la verdad”, sea reportero o editorialista, se dedique a “la opinión” o a “la información”. Hasta un obispo consagrado es capaz de cometer un crimen, un “abuso de confianza”. Lo cual no invalida el sacerdocio en general.

Pero los autores del enriquecimiento del idioma son los poetas, los filósofos, los artistas de la palabra que son los escritores. Ortega propuso en 1913 la palabra “vivencia” como traducción de un vocablo alemán. Esa expresión española sólo existía entonces en las formas compuestas: convivencia, pervivencia, supervivencia. (año 2000).

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