El día 2 de agosto de este año fue asesinado José Agustín Silvestre. Se trata de un periodista productor de programa de televisión y editor de la revista La Voz de la Verdad.

Los detalles indican que fue ejecutado por mantener una intensa campaña de denuncia en torno a supuestos hechos de corrupción y un crítico de actos contrarios a la ley de miembros de la Policía Nacional y la Dirección Nacional del Control de Drogas.

En el pasado había sido objeto de amenazas, razón por la cual pidió garantías para su vida, solicitud que no fue atendida con oportunidad.

Este lamentable y espeluznante hecho de sangre indica en qué condición se encuentra el periodismo en este país.

Ya no se viven los tiempos en los que la razón fundamental para perseguir, amedrentar y asesinar a un comunicador era el elemento puramente político.

Hoy se levantan contra este ejercicio una estela de males infernales de mano muy pesada, larga y violenta, tales como el narcotráfico y la corrupción, combinándose en muchos casos ambas cosas.

Ya no son los militares al servicio del poder quienes ejecutan las acciones de muerte, sino que ahora se tiene al servicio de estas fuerzas oscuras el sicariato, algo que se ha convertido en el próspero negocio de la muerte.

Ejercer el periodismo de manera responsable en este país es estar decidido a asumir consecuencias siniestras y temibles.

Apagar la voz con un tiro se ha convertido en cosa de menor valor y riesgo que dejar suelto y libre a quien se empecina en denunciar, difundir y dar a conocer las andanzas perversas de los malhechores.

Estamos llegando al punto en que el periodismo responsable deberá ser tarea de instituciones y organismos fuertes, pero no de nadie en particular.