Peripecias de “bigleaguers”

Peripecias de “bigleaguers”

Una nota de prensa fechada en Arizona, Estados Unidos, trataba sobre la visita que hicieron “inmortales” del béisbol del equipo Gigantes de San Francisco a los jugadores que ahora se entrenan allí.

El reportaje describía cómo Willie Mays, Gaylord Perry y Peruchín Cepeda contaron anécdotas de los años 1960 que, de seguro, no podían ser entendidas por los jóvenes que en estos tiempos reciben salarios millonarios en dólares y tienen derechos adquiridos en cuanto a las condiciones de sus respectivos contratos. Lo que esos tres inmortales narraban entre carcajadas había tenido lugar durante los tiempos de la esclavitud que imponían los dueños de equipos y de la discriminación racial al extremo en todo Estados Unidos. Definitivamente, ninguno de esos jóvenes podía imaginarse las situaciones extremas que sucedieron en las ligas mayores de béisbol estadounidense que ellos ahora disfrutan.

La noticia activó profundos recuerdos de aquellos tiempos en que me tocó vivir en Chicago, Illinois junto a la familia que formábamos luego de haberme decidido por la opción de la ingeniería civil en vez de seguir la carrera de beisbolista profesional. Algunos de mis compañeros, así como otros de equipos rivales, habían decidido hacer carrera en el deporte y, por su inmensa calidad, llegaron a jugar para conjuntos de liga mayor.

Esto hizo que, periódicamente, nos encontráramos de nuevo, entonces en territorio estadounidense, renovando así la amistad forjada en el deporte. Eran aquellos los tiempos en que el salario básico andaba por los seis mil quinientos dólares al año y el del mejor pelotero del mundo no llegaba a los cien mil dólares. Cuando salían de gira por diversas ciudades de Estados Unidos, los equipos les asignaban a los jugadores dominicanos unos viáticos de cinco dólares al día para que se alimentaran.

Ese monto de principios de los años 1960 equivale a US$36.75 en 2010. Con esa cantidad de dinero resulta imposible nutrirse durante un día un atleta que, entre prácticas y competencias, derrocha energía durante seis horas.

De ahí que cuando, por ejemplo, los Gigantes de San Francisco salían de gira por la zona del medio oeste, sabíamos que de seguro sonaría un timbrazo del teléfono SHeldrake 3-6327 y la llamada sería de “los muchachos”. Normalmente era Felipe Rojas Alou quien hablaba.

Era el más cercano a la familia Hermann-Morera. Además, habíamos sido compañeros de equipo en la Universidad de Santo Domingo. Chicago pasaba a ser entonces un oasis culinario que Carmen Rita organizaba para tratar de compensar todos aquellos días que tenían que mantenerse con cinco dólares diarios.

Los “steaks”, el arroz y las habichuelas se preparaban en “cantidades industriales” para reforzar las proteínas y saciar las nostalgias con el sazón criollo. También llamaban y compartían con nosotros las mismas abundantes raciones, amigos como Julián Javier, “Chichí” y Guayubín Olivo, entre otros. Pero no sólo los peloteros dominicanos participaban de aquellos festines sino que boricuas como Peruchín Cepeda y José Pagán se incorporaban al grupo para “matarse el hambre”. Hacíamos patria entonces con una buena comida acompañada con la repetición de las mismas anécdotas de siempre.

Aquellos intercambios provocaban que en casa de los Hermann- Morera abundaran las entradas de preferencia para el Wrigley Field de Addison Avenue. Cada uno de “los muchachos” nos regalaba las entradas que el equipo les asignaba, por lo que éstas siempre sobraban. Había que llamar entonces a familiares cercanos y amigos mexicanos para que fueran    aprovechadas. Incluso para el juego de estrellas del año 1962 tuve boletas de más que Juan Marichal me había cedido. Ironías de la vida que muchos aficionados estuvieran dispuestos a pagar enormes sumas por esas boletas y la amistad las había puesto gratis en la puerta de nuestra casa. Las fotografías de entonces, tanto en la casa como en el terreno de juego, todavía andan rodando por los álbumes de la familia. Nuestro hijo mayor, Roberto, aparece en casi todas las imágenes cargado en brazos por Willie Mays, Peruchín, Felipe, Mota, Mateo, Marichal, Pagán y cuanto amigo cosechamos en esos años en que tratábamos de ser felices sin darnos cuenta del mundo que nos rodeaba y lo que el futuro guardaba a alguno de nosotros.

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