Lo peor que le puede pasar a una empresa pequeña es estar atrapada entre el mercado y las instituciones del sector formal de la economía, y las amenazas de desaparición permanentes a causa de factores económicos y extraeconómicos difíciles de sortear.
Obviamente, las empresas pequeñas aspiran tener acceso a todos los beneficios del mundo moderno y del sistema institucional, con los cuales el Estado pretende amparar a empresas y ciudadanos que pagan religiosamente sus impuestos. Pero ocurren demasiados fenómenos que a menudo hacen en extremo difícil iniciarse y mantenerse en esa orbita de negocios. Las empresas pequeñas y medianas, por definición, están justamente en el medio de un camino a recorrer; siendo pequeñas no alcanzan a los niveles de negocio que aseguran una holgada rentabilidad.
De acuerdo a estadísticas disponibles, este tipo de empresa genera mucho más de la mitad de los empleos productivos, pero padece alta una tasa de mortandad, obligando a que personas con capacidades y méritos para salir adelante caigan en el desempleo y en ocupaciones muy por debajo de sus aptitudes y, peor, yéndose al sector informal a negocios cuestionables, o a hacerles competencia desleal, desde cualquier oscuro patio, a otras pyme que afanan por sobrevivir en el negocio, cumpliendo con todas las normas técnicas, éticas y legales deseables en una economía sana y en desarrollo (no solo en crecimiento); de cara a las expectativas y necesidades de sus clientes y suplidores. Una empresa pequeña que se instala en el sector formal, para empezar, tiene que desarrollar experticia en asuntos legales relacionados con impuestos, seguridad social, que significan gastos anuales que hacen llorar a cualquier principiante (y hasta a los veteranos) al constatar que solamente llevando correctamente la contabilidad de impuestos, compromisos laborales y de salud, se gasta más de lo que la empresa gana en el año, si es que obtiene ganancia.
Sumándose los niveles de tensión con el manejo de esas leyes impositivas y sociales, ya que un error, omisión o simple atraso, generan multas que decretan la quiebra súbita, ipso facto. Aparte de la humillación y vergüenza pública y familiar ante el fracaso económico-gerencial. Paralelamente, gentes hábiles, apoyadas por políticos, o competidores capaces de sobornar a funcionarios acumulan fortunas con negocios clandestinos o informales. Conozco hombres de vergüenza y honor que han tenido que humillarse a funcionarios o a padrinos que posiblemente lo seguirán mirando con suspicacia, pena o desprecio por el resto de su vida.
Un funcionario amigo me explicó aconsejaba a que aunque usted no sea un evasor, lo mejor era acogerse a las amnistías para evasores, para evitar que en alguna ocasión, un leguleyo impositivo encontrara faltas en algún lugar que el empresario pudo descuidar o simplemente ser ignorante al respecto. Otro funcionario, del Ministerio de Industria, precisamente, me confesó haber sido víctima del sistema imperante.
Aún pyme establecidas y de prestigio del sector formal se sienten desprotegidas del Estado (como asechadas por este); mientras el Estado pierde contribuyentes, y la economía y la sociedad pierden actores y agentes de progreso y bienestar.