Peripecias de un temblor

Peripecias de un temblor

Acababa de mirar el reloj cuando advertí que el teclado cambiaba de posición. Rodaba a izquierda y derecha visto desde la posición en que me hallaba. Cerré los ojos. “Dios mío, me dije, no es posible que sienta un mareo”. Es probable que un desvanecimiento momentáneo sea propio del ser humano. Para mí es chocante, pues el Señor me ha permitido tener una salud de hierro. De manera que tenía razones para preocuparme. Y mucho más cuando, al abrir los ojos contemplé el teclado quieto, en su lugar.

Como no habían cesado los movimientos de mis dedos, debí corregir lo escrito. Inicié este proceso mientras pasaba revista al día. “He bebido agua de manera regular. Hace un rato ingerí dos vasos de leche con bastante azúcar. Entonces, ¿por qué este mareo?”. Sonó el teléfono interno. Una de las muchachas de la oficina llamaba, con voz exaltada.

-¿Usted sintió el temblor?

En un rápido y fugaz pensamiento di gracias a Dios. Respondí afirmativamente, en tanto ella explicaba cuanto había sentido “como que la cabeza se me iba”. También ella pensó que se mareaba, aunque se dio cuenta que era algo externo, puesto que cayó un portalápices de encima de su escritorio. “¡Un temblor!”, me dije. “¡Un temblor en invierno, en día frío!”.

En la mañana temprano, mientras me encontraba en la bañera, sentí los perros del vecindario ladrar desaforadamente. En el vestidor había matado una curianita, una de esas cucarachitas minúsculas que suelen caminar en gavetas descuidadas y escasamente limpias. En mi casa son raras, pues Rossy las persigue con tenacidad, sufre cuando contempla una mota de polvo en algún lugar y riega de las tizas repelentes que fabrican ahora. En mi armario y mis gaveteros utilizo naftalina. A veces he usado las raíces de pachulí, pero Rossy me las bota, con el pretexto de que atraen insectos. No he podido convencerla de lo contrario.

Al atardecer he pensado en todo ello. Por el ladrido de los perros, fuertes, persistentes, calculé que andaba por las casas el obrero que nos recoge las fundas de basura. La inusual presencia de la cucaracha, me dije, resultaba de unos paquetes que he colocado en el piso del armario. Ahora, después que supe del temblor, me he dicho que eran esos avisos que nos dan los animales de que la Naturaleza acomete actos de reordenamiento.

Franklyn Polanco critica que anuncien tsunamis en un país que está viviendo del turismo. “¡Nos hemos excedido, nos hemos excedido!”, me dice. Entonces le pide a Patria que ponga una televisora que transmite desde los Estados Unidos de Norteamérica, en inglés. Nada bueno se escucha. Pero nosotros no tenemos por qué temer la entrada del mar, reafirma Franklyn.

Cuando llego a mi casa, Rossy me abraza. “A los pobres no les llega nada bueno. Puerto Príncipe, afirma, está destruido”. Y con los relatos que ella me hace, de cuantas noticias sobre el temblor ha compilado, cierro este movido día.

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