No ha bastado que la República esté tan fatídicamente situado en la cúspide mundial en registro de accidentes de tránsito que en elevada proporción conectan con el excesivo consumo de bebidas alcohólicas y las principales causas de muertes e invalideces para que el poder encabece, sin vacilaciones al dirigir a la colectividad, esfuerzos para la fijación de mayores límites razonables a las ingestas irresponsables. Autoridades que insisten en dar la espalda a la prioridad de contraponerse a la generación de daños a la salud física y emocional por sustancia que en abuso insuflan temeridades al conducir vehículos de motor, estimulan comportamientos violentos en las relaciones humanas y con frecuencia disparan con tragos la misoginia que en escalada sega numerosas vidas de mujeres. Lo que menos podía esperarse es que el Gobierno se resista a desalentar estos daños a ciudadanos con inflexibilidad de horario y que sobre él predomine, desoyendo recomendaciones de su propio entorno, la inclinación -pronunciada a veces- a omitir ejercicios de autoridad cuando presume que cosecharía antipatías si da el frente a los diletantes de desafueros con espirituosa nocturnidad, a los que eluden pagar electricidad o se la roban, a rampantes ocupantes ilegales de espacios públicos; a los autores de inconmensurables violaciones a las leyes de tránsito desde autos, voladoras y motocicletas.
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Sin cabalidad al exigir correctos comportamientos ciudadanos; sin algo de tolerancia cero a tantas actuaciones como chivos sin ley (que realmente no tienen el peso electoral que asustadizos señores de estatus suponen) continuaría acentuándose el perfil de país que en el que las normas de convivencia retroceden riesgosamente; una declinación que, aun paulatina y de hechos que parecen menores, no se sabría cuan lejos llegaría si el poder no se amarra más la correa de los pantalones; si no aprende a decir con energía: ¡C… paren de j… al país! Hay quienes relacionan la falta de sintonía de gobiernos latinoamericanos con las más justas causas y urgencias de sus pueblos con una mayor presencia de autócratas tomando el mando. La sociedad dominicana aceptaría cierta reciedumbre contra las indisciplinas.