Permisividad y delincuencia

Permisividad y delincuencia

JUAN ML. TAVERAS
Es penoso escuchar a tantos culpando al nuevo Código Procesal Penal de la ola de delincuencia que sacude actualmente al país. Otros, más ilusos y afectados, sin que se den cuenta, por la enfermedad del populismo, atribuyen los males a la pobreza. Los más tontos, echan toda la culpa al actual gobierno. Ese simplismo en la contemplación de las causas que provocan la actual ola delincuencial, conduce a la implementación de soluciones inmediatistas que palían el problema pero no lo corrigen. Las raíces del mal que nos afecta a todos son tan variadas y profundas que nadie está en capacidad de sintetizarlas. Encontrar la naturaleza del virus de la delincuencia no va a resultar de un simple cultivo, como ocurre generalmente con las dolencias que afectan al cuerpo humano. Las enfermedades del cuerpo social son mucho más difíciles de diagnosticar y casi imposible de curar.

Como acontece en cualquier país del mundo, el problema delincuencial dominicano es el resultado de una compleja combinación de elementos que van desde una educación mal entendida y peor orientada, hasta una permisividad irracional que destruye la única arma que amalgama razonablemente libertad y orden.

Las medidas que el Gobierno acaba de tomar para enfrentar la ola actual de delincuencia se pueden aplaudir por las buenas intenciones que aparejan, pero sus efectos apenas se sentirán y el crimen y la delincuencia seguirán creciendo, en perjuicio de la paz y el orden añorados.

¿Por qué mi pesimismo?, Porque somos un país que no respeta sus leyes. Porque somos un país donde la bandera de la impunidad y la permisividad ondea burlona por encima de nuestras débiles instituciones. Porque somos un país donde los poderes públicos no están orientados a la procura del bien común, sino a incrementar el poder y la bienaventuranza del stablishment al precio que sea.

¿Se imagina usted, caro lector, el grado de desorden que existiría en Estados Unidos si a los ciudadanos de ese gran país se les permitiera robarse la luz a la vista de todos, y el gobierno, dizque porque esas gentes son pobres, mostrarse simplemente indiferente frente a tales desmanes aun a sabiendas de que tal permisividad destruye el imperio mismo de la ley y por ende de la paz de toda la nación? Viendo a los motoristas y choferes de chatarras violentar todo el ordenamiento del tránsito sin que nadie los detenga, a los contrabandistas haciendo arreglos con el gobierno para pagar a plazo sus desmanes; a los traficantes de droga dejados libres por algún tecnicismo legal o por componendas maliciosas con jueces corruptos; a políticos haciendo ostentación de sus riquezas mal habidas apoyados en una impunidad compartida y amparada en el “hoy por ti y mañana por mi”; contemplando, en fin y por todos lados ese grado de permisividad absurdo en que vive la nación dominicana, ¿que otra cosa se puede esperar que no sea un desbordamiento incontenible de la delincuencia en todas sus formas como resultado inevitable de la cultura del chivo sin ley que invita a todos a “buscársela” como sea porque aquí todo esta permitido?

Un policía gana cinco mil pesos al mes y paga 4 mil de alquiler, 8 mil de comida y tres mil de otros gastos. Es decir, pese a que no paga luz, ni agua, ni cable porque simplemente se roba esos servicios, necesita un mínimo de 15 mil al mes para cubrir sus necesidades más perentorias.

¿De dónde saca ese policía los 10 mil que le faltan para cubrir sus gastos? La respuesta la sabemos todos: Delinque de alguna forma.

Durante los gobiernos del doctor Balaguer, un funcionario ganaba 5 mil al mes. Pero tenía tres carros último modelo en su marquesita, dos o tres queridas mudadas, cuatro o cinco guardaespaldas a su servicio y atendía todos los requerimientos económicos de sus conmilitones. Gastaba, a vista de todo el mundo, 200 mil al mes y ganaba solo cinco mil. La gente los miraba con desden. Criticaba a sus espaldas. Pero la justicia no lo tocaba. Estaba protegido por la permisividad. “Hay que dejarlo que roben -se decía-, porque ganan muy poco”. El propio Presidente de la República se ufanaba al pregonar que la corrupción de detenía en las puertas de su despacho. El resultado de todo esto: un desbordamiento incontenible de la delincuencia.

Aquellos polvos han traído estos lodos que parecen destinados a sepultarnos a todos, a menos que la ley recupere sus fueros y sea respetada y aplicada a todos por igual.

El crimen, el robo, la delincuencia, en sentido general, existen en todas partes. No hay país del mundo que esté libre de ellos, ni nadie nunca podrá erradicarlos en su totalidad. Pero un país que no respete sus leyes, un país donde la permisividad y la impunidad lo pervierten todo, tiene en sus entrañas el virus de su propia destrucción.

El eje de la delincuencia es la permisividad.

El orden, desde un punto de vista ideal, debe ajustarse a lo que los hombres consideran justo. La clase de orden que los hombres aprecian es aquella que les hace sentir que están recibiendo justicia. Un sistema que esta organizado para asegurar la protección pero en el que la gente no está persuadida de que recibe un justo trato, termina por corromperse. En toda sociedad debe existir un  entendimiento, ampliamente difundido de que las restricciones impuestas por la ley y el orden son menos molestas que las perturbaciones que aparecen cuando no existen. Además, al tribunal al que recurran los que disputan debe inspirar confianza general, fundada en que sus procedimientos son justos, imparciales y equitativos.

No es permisividad los que todos esperamos, sino respeto a la ley.

Terminaré haciendo mío el grito de San Agustín “Si se quita la justicia ¿Qué es lo que nos permite distinguir entre un Estado y una banda de ladrones y asesinos?”

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