Permiso para violentar soberanías

Permiso para violentar soberanías

¡La verdad que los tiempos cambian! Antes, Estados Unidos desembarcaba tropas masivamente sin aviso previo para resolver sus conveniencias políticas en América Latina. Luego, buscaba a un guardia servil y entreguista, como el caso dominicano del coronel Benoit Vanderhorst en 1965, quien firmaba un papel que trataba de justificar la agresión.

Ahora, las invasiones militares se hacen de manera diferente. El Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, apoyándose en la ley de 1962 que autorizaba la presencia de los Cuerpos de Paz, otorga un “permiso” al gobierno de Estados Unidos para que sus fuerzas armadas puedan utilizar siete bases militares ubicadas en territorio colombiano. Esta decisión es consecuencia directa del reciente cierre de la base militar estadounidense en Manta, Ecuador, territorio soberano reclamado por el presidente Rafael Correa.

Extraña sobremanera que este tipo de “permiso” presidencial, que afecta la soberanía nacional, no haya sido sometido a la aprobación del Congreso. Más aún porque la presencia estadounidense hace que Colombia quede, de hecho, sometida a la política militar de Estados Unidos. Debe lacerar el sentimiento patriótico colombiano que cuando se preparan para celebrar el Bicentenario de la Independencia del poder extranjero, el presidente Uribe mancille la soberanía nacional entregándose al Pentágono.

Con el caso de la “permitida” invasión militar a Colombia confirmamos que para este tipo de agresiones no existe diferencia alguna entre Bush y Obama. El poder imperial prevalece. No importa cuan mulato sea el Presidente estadounidense ni cuan democrático diga que es, la naturaleza agresiva sigue predominando. Se confirma una vez más que la ultraderecha no ha disminuido su influencia militar depredadora por el hecho de que McCain perdiera las elecciones. La esencia intervencionista del Norte sigue presente y sus fracasos en Irak y en Afganistán lo que han hecho es exacerbar el revanchismo que ahora busca desahogarse en América.

Sin lugar a dudas, esas bases con presencia estadounidense son amenazas potenciales contra los países vecinos. Además, se suman a los emplazamientos militares confirmados a Estados Unidos en Honduras gracias al golpe de Estado reciente. Asentados militarmente en Colombia y en Honduras, el tiempo y el abastecimiento logístico de las fuerzas armadas de Estados Unidos para cualquier agresión en la zona disminuyen sensiblemente. Con esta medida, ya no serían Fort Bragg y Quantico la retaguardia estratégica de los paracaidistas y los “marines”. Honduras y Colombia pasarían ahora a ser la retaguardia del invasor estadounidense clavado en el corazón del continente. Teniendo en cuenta además, que la Cuarta Flota patrulla los mares de América del Sur como si algo presintieran.

Pero el efecto boomerang podría manifestarse. Esta modalidad de invasión militar de nuevo tipo podría reforzar la unidad de los pueblos latinoamericanos como nunca antes. Daría la oportunidad a nuevas generaciones de conocer y enfrentar al enemigo siempre presente: el imperio estadounidense. Es evidente que Estados Unidos quiere impedir, por la fuerza de las armas, la integración sudamericana. Sin embargo, lo que podrían lograr con esta forma de agresión es reforzarla. Además, esa inevitable confrontación tendrá gran repercusión a lo interno de la poderosa nación dada la inmensa cantidad de latinoamericanos que residen allí y que mantienen las raíces sentimentales y patrióticas en su tierra original. Cada gota de sangre latinoamericana que corra a partir del inconstitucional “permiso” para invadir Colombia, encontrará dolientes que viven y trabajan en territorio imperial.

El Pentágono debe haber aprendido por experiencia propia que las batallas ya no son como las de antes. Ya no tienen lugar guerras de posiciones en las que los ejércitos usan su tecnología más destructiva para derrotar al adversario. Ahora, lo que el agredido practica es una lucha de todo el pueblo. Sólo habría que mencionar los enfrentamientos en Irak y en Afganistán en donde el ejército enemigo es invisible, no tiene estado mayor, ni banderas, ni uniformes, ni políticos negociadores, ni diplomáticos que asistan a conferencias. Aún así, con sus creativos mecanismos de lucha popular han derrotado a las tropas estadounidenses que se repliegan con el rabo entre las piernas.

Poco puede hacerse para impedir que la fiera agreda a los débiles cuando se siente acorralada. Pero la denuncia de los latinoamericanos puede frenarla y hacernos más fuertes contra la agresión.

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