Pero, ¡que co…ngreso!

Pero, ¡que co…ngreso!

COSETTE ALVAREZ
Mi espanto de este día se lo debo al poder legislativo, por la información de que nuestros senadores, no se sabe partiendo de qué criterio ni con qué intención, aprobaron una resolución para expulsar de nuestro territorio a los haitianos indocumentados. Pero, ¡qué co…ngreso! Gracias a Dios, el periódico llegó tardísimo y ya estaba escuchando el Matutino Alternativo, donde casualmente una dominicana hija de haitianos trataba el tema.

De todo lo interesante que dijo, que fue mucho, me quedó clara de una vez y para siempre la diferencia entre ilegal e indocumentado, lo cual, créanme, no hace más que aumentar mucho mi vergüenza. Para ilustrar, mencionó el caso de los braceros haitianos, que eran traídos legalmente, pero los dejaban indocumentados. ¿No es eso esclavitud? Se le parece.

Todo lo nuestro es único en el mundo. Así lo pensamos y así funcionamos, pero no lo aprovechamos. Somos de los pocos países isleños con frontera terrestre. Y ejercemos nuestra vecindad sobre las bases de que nuestros vecinos, los haitianos, son pobres, negros y hablan un idioma que no entendemos. Es decir, lo que nos mueve hacia nuestros hermanos, los vecinos más cercanos, es el menosprecio. Hasta nos atrevemos a cuestionar la higiene personal de los haitianos, dejando la nuestra tanto qué desear.

No sé si debo meterme en aquello de que la paja sólo se ve en el ojo ajeno, porque, carajo, nosotros somos pobres, negros y, dando por hecho que hablamos todos el mismo idioma, no nos entendemos. También ejercemos nuestra ciudadanía de base, la vecindad puntual, fundamentados en el menosprecio. Nunca entenderé de dónde hemos sacado ese espíritu tan extraño, tan innecesario, tan alienante.

Nuestros senadores ya no lo son, pero casi todos tienen origen pobre (en términos materiales, porque si nos salimos de ahí, muchos caen en categoría de indigentes), demasiados de ellos son negros y no cabe duda de que tampoco se entienden. Por hoy, voy a obviar cómo y con qué logran entenderse: sólo quiero recordar a todos, y a los senadores, que no somos diferentes a los haitianos, por lo tanto, no somos mejores que ellos, simplemente iguales, aunque a veces nos esmeramos en lucir mucho peores.

Lo grave del caso es que deben ser muy pocos los senadores que carecen de haitianos a su servicio, y no precisamente en las oenegés a través de las cuales supuestamente ejercen la caridad, sino en sus fincas, sus hoteles, sus construcciones y demás empresas privadísimas, sus proyectos personales. Como también son pocos los senadores sin familia indocumentada en otros países.

Es más, yo estoy segura de que los senadores de las provincias fronterizas no están de acuerdo con esa medida. Ni los senadores de las provincias declaradas polos turísticos. Ni los senadores provistos de un ápice, no de conciencia, que talvez sería demasiado pedir, sino de los más elementales conocimientos de las relaciones internacionales y la migración, para no irnos más allá, por ejemplo, a algo tan simple como que la discriminación es un delito que se paga con prisión de dos a cinco años y que la inmunidad no cubre los delitos flagrantes, así que no sé cómo lo han cometido en público y no pasa nada. El racismo, francamente, no les luce.

Pero, aparte de todo, ¿a qué viene eso ahora? Nada es casual, y menos en esos predios. ¿De qué cosa tan seria nos están distrayendo con este circo sin pan? ¿Por qué, mejor, no toman una medida para proveer de documentos a los tantos dominicanos que virtualmente no existen en su propio país? ¿Por qué no dedican sus esfuerzos a velar por que se cumplan las tantas leyes que tenemos, empezando, naturalmente, con ponerlas al alcance de la población?

Sí. Cada senador en su provincia, que muestre periódicamente de cuántos ciudadanos, votantes, contribuyentes, se ocupó de que aprendieran sus derechos y deberes, así tuviera que hacerlos alfabetizar para que puedan leer las leyes que los protegen y los obligan. Y luego, que vele por la regularización migratoria de todos los extranjeros que vivan en la provincia que los eligió como representantes. Lo malo es que nadie puede dar lo que no tiene. Créanme que sé de más de una provincia que necesita expulsar a unos cuantos extranjeros, y ninguno es haitiano, aunque algunos son, ¡ay, casualidad de la vida!, socios de senadores.

Me suscribo al planteamiento del Matutino Alternativo, que no es nuevo en sus productores ni en otros opinadores públicos como yo, en el sentido de que tenemos demasiados extranjeros de todas partes del mundo y no todos son representantes de ideologías, causas, ni nada noble. Muchos son prófugos de las justicias de sus países. Muchos son delincuentes en libertad. Apenas son blancos, ricos y hablan en idiomas que tampoco entendemos, pero que nos morimos por aprender.

Como ocurre a mi querida doña Susana Morillo, es mucho lo que me falta por comentarles, pero el espacio termina. Tengo que dejarlos ahora, mientras fumando espero a que aparezca un cigarrillo azul, a ver si con una buena fiesta y un millón de pesos la agonía de este limbo laboral se hace más llevadera. Es que, ya saben cómo son los funcionarios: no dan citas, las dan y no reciben, o reciben y nos dejan en babia.

De ñapa, les cuento que allá en nuestra embajada ante el gobierno italiano, cuando éramos doce los nombrados pero sólo nueve los presentes, no cabíamos en la sede. Van por diecisiete los nuevos nombrados, todavía dos no hemos sido canceladas ni trasladadas, y una cancelada fue reintegrada, lo que, mal contado, suma veinte. Para variar, a esta fecha no se sabe cuándo pagarán las dotaciones de septiembre, así que muchos, con todo y diplomáticos, terminarán cual haitianos en la República Dominicana, expulsados, no necesariamente por resolución senatorial.

Pero, como escribe un amigo, las soluciones se dan principalmente por la toma de conciencia de los ciudadanos y todavía los dominicanos que ven las cosas como son y se preguntan cómo mejorarlas, aportando ideas, siguen siendo minoría, por cierto, bastante aplastada.

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